Me animaría a decir que el deseo de saber no existe. Lo que existe es el deseo de confirmar.
Ante cada duda que tenemos, aparecen las hipótesis, (respuestas a priori, tentativas, provisorias).
La mayoría creamos por lo menos dos hipótesis, que genéricamente podríamos catalogar como «hipótesis agradable» e «hipótesis desagradable».
Por supuesto que nadie desearía tener que reconocer que la hipótesis verdadera es la desagradable y por esto digo que deseamos confirmar la hipótesis agradable.
Esta actitud tan poco seria parecería ser propia de quienes no se dedican a la investigación.
Existe el prejuicio de que los científicos —esas personas abnegadas que pasan horas encerradas en un laboratorio luchando por salvar a la humanidad de sus males— sólo buscan la verdad.
La verdad es una pobre cenicienta, una patética Miss Universo que anda por ahí mostrándose y recibiendo discursos de bienvenida, pero que sólo es aceptada si trae buenas noticias.
— Quisimos que nuestro planeta fuera el centro del Universo y pasamos siglos para que Copérnico dijera que no es así (pero seguimos insistiendo con que «el sol sale por el este»);
— Quisimos que nuestra especie fuera hecha expresamente por un fabricante de primer nivel (Dios) y casi le prendemos fuego a Charles Darwin cuando demostró que somos el resultado de una evolución biológica;
— Quisimos ser dueños de nuestros actos y seguimos negando que una parte nuestra es incontrolable (inconsciente);
En este estado podemos asegurar que hoy existen otras verdades que tienen la entrada prohibida por desagradables.
1) Los psicoanalistas no se animan a denunciar expresamente la inexistencia del libre albedrío;
2) La prohibición del incesto sigue envuelta en una nebulosa pues no se dice por qué está prohibido;
3) Los varones detentamos más poder sólo porque somos más grandotes y agresivos.
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