lunes, 31 de diciembre de 2012

Un concierto es un fenómeno eléctrico



   
En los espectáculos públicos aplaudimos para descargar una acumulación de energía (angustia) provocada por la situación.

Una batería eléctrica es un «Acumulador o conjunto de varios acumuladores de electricidad» (1).

Sin embargo, la definición completa del vocablo «batería» es más extensa, significa varias cosas, aunque todas similares.

Por ejemplo, «Conjunto de piezas de artillería dispuestas para hacer fuego»; «Conjunto de instrumentos de percusión en una banda u orquesta»; «Cosa que hace gran impresión en el ánimo».

Ahora me pregunto por qué aplaudimos. ¿Qué es ese golpear ruidosamente una mano contra la otra, generalmente en forma colectiva, como si fuera un contagio similar al bostezo?

Habitualmente se dice que el aplauso es una forma de gratificar a quien realiza algo gratificante para los que aplauden (discurso, espectáculo, proeza).

El mismo Diccionario de la Real Academia Española (D.R.A.E.), dice, con su infaltable sentido del humor: «Palmotear en señal de aprobación o entusiasmo» (2).

Si bien no puedo negar que algo de cierto hay en esta interpretación de nuestros palmoteos aprobatorios o entusiastas, querría agregar algo más para entender por qué hacemos algo tan fuera de lugar, que no parece ridículo solo porque estamos acostumbrados a verlo.

Mi hipótesis es que un cantante (por ejemplo), nos produce un efecto físico de orden electro-magnético. Su arte, su voz, la orquesta, los efectos luminosos, cargan nuestro cuerpo como si este fuera un acumulador de electricidad (batería, pila).

En ese fenómeno hay un factor determinante que es la acumulación de alegría, entusiasmo, satisfacción, admiración, placer, de muchas otras personas, lo cual refuerza el efecto acumulador en nuestros cuerpos.

Cada tanto, por ejemplo, cada vez que termina una canción, aplaudimos para descargar el exceso de energía (angustia) acumulada durante la interpretación del cantante. Si no aplaudiéramos nos sentiríamos mal.

En suma: un concierto es un fenómeno eléctrico.

   
(Este es el Artículo Nº 1.780)

El talento en sintonía con el mercado



   
Mientras tengamos el talento en sintonía con el mercado donde actuamos, contaremos con la suerte a nuestro favor.

Dicen que «el dinero atrae más dinero» y eso quizá ocurra por varias razones.

Por ejemplo, las personas con un gran capital pueden hacer grandes negocios que generalmente también generan grandes ganancias.

Otro motivo podría ser que el mayor o menor riesgo redunda en mayores o menores beneficios. Quien tiene un gran capital puede arriesgar más porque cuenta con un respaldo que le asegura, en el peor de los casos, seguir comiendo, mientras que, cuando una persona pobre tiene pérdidas puede pasar a la categoría de indigente, en la que quizá no tenga ni para comer.

Ahora agregaré otro motivo de por qué «el dinero atrae más dinero».

Casi siempre ocurre que las personas que hicieron una fortuna están dotadas de un talento que sintoniza adecuadamente con las características predominantes en el mercado donde actúa.

Para determinar los números de la lotería que serán premiados, imaginemos

— que primero sale del bolillero el número cero,
— que luego vuelve a salir la misma bolilla, y
— las tres siguientes representan a los número 5, 8 y 3.

De esta forma resultó ser que el número 00583 tendrá algún premio. Si la última bolilla contiene el número dos, nos enteramos de que el poseedor del billete Nº 00583 obtuvo el segundo premio.

En la vida ocurren cosas que se parecen a este proceso de la lotería.

En el momento en que fuimos fecundados, el azar puro determinó cómo quedará conformado el huevo que contiene todos nuestros genes (el número) hasta que dejemos de existir.

El lugar donde viviremos equivale a cuánta suerte tuvimos (primer premio, onceavo, mínimo).

Quien tiene esta suerte tendrá fortuna mientras continúe la coincidencia entre su talento y el mercado donde actúe.

(Este es el Artículo Nº 1.756)

La mujer diseña la personalidad masculina



   
En la intimidad más sutil, es la mujer quien determina los rasgos de personalidad del varón que la fecunda.

Los varones somos títeres de las mujeres capaces de provocarnos una erección del pene.

Esto es un fenómeno natural, tan inevitable como el viento o el cambio de las estaciones.

Claro que las mujeres capaces de lograr ese fenómeno natural no son ni responsables ni protagonistas pues ellas, al igual que ellos, no tienen control sobre sus instintos.

En otras palabras: por razones ajenas a nuestra voluntad y, por ahora, ajenas a nuestro conocimiento, la Naturaleza actúa sobre nosotros para que ocurran ciertos fenómenos, preferentemente conservadores de la especie.

Nuestros cuerpos, estimulados por factores que determinan hasta la acción más insignificante, sienten la atracción erótica y reaccionan según las hormonas estimulantes, sean masculinas o femeninas.

Volviendo al principio: cuando un cuerpo humano de anatomía femenina está en condiciones de ser fertilizado por los espermatozoides depositados en otro cuerpo humano de anatomía masculina, el fenómeno ocurre: ella se acerca a él, él se siente atraído enérgicamente, tiene una erección y copula con ella.

Los detalles de este desenlace dependen de factores coyunturales, generalmente influenciados por la cultura a la que pertenece esa pareja.

Esta cultura, que funciona como una segunda Naturaleza en tanto determina nuestras conductas, le dará un perfil particular a ese «encuentro de dos animales humanos con fines reproductivos».

En otro artículo (1) comentaba que la mujer que consigue el dinero que necesita pidiéndoselo a su compañero sexual (cónyuge), actúa de forma similar a cuando le pide ser fecundada.

Los detalles más íntimos de esa relación de pareja, pueden influir para que ella también le pida que sea apasionado, agresivo, empresario, despótico, desaseado, inescrupuloso, astuto, famoso, monógamo, temerario, ...

El perfil masculino está determinado por la que gobierna al títere.

   
(Este es el Artículo Nº 1.751)

Los abandonos inevitables



   
No podemos elegir entre tomar y no tomar precauciones porque estamos determinados por nuestra condición humana. Creemos ilusoriamente ser libres.

La creencia en el libre albedrío (1) fue conveniente para nuestra especie desde tiempos inmemoriales, pero creo que ahora están dejando de existir las razones que justificaban esa creencia.

Esto me permite asegurar sin temor a equivocarme que en uno o dos milenios más nadie creerá en él, todos estarán convencidos de que estamos cien por ciento determinados por factores naturales ajenos a nuestro control y que, por lo tanto, no existe ni la culpa ni la responsabilidad.

Mientras nos tomamos un tiempo para admitir esta total subordinación a las causas que nos determinan, pensemos que algunas situaciones son un error que derivan de otro error. Me explicaré mejor (si puedo, claro!).

El instinto de conservación que nos gobierna actúa para que nadie quiera morir. Ese instinto nos obliga a luchar contra la muerte, evitar los peligros, reaccionar vivamente cuando sentimos algún malestar preocupante.

Para reafirmar lo dicho en el párrafo anterior digo que los suicidas tampoco quieren morir, solo que están afectados de una enfermedad terminal, que rechazan tanto como a cualquier otra enfermedad terminal, pero que los creyentes en el libre albedrío interpretan como que la auto-eliminación fue un acto voluntario: no lo fue, el suicida no quería morir pero lamentablemente falleció en condiciones especiales.

Algo que tampoco deseamos, porque cuando nos ocurre «nos sentimos morir», es ser abandonados por la o las personas que más queremos porque son las que más necesitamos (padres, cónyuge, amigos).

Las precauciones que tomamos para no morir son tan ilusas e ineficaces como las que tomamos para que no nos abandonen los seres queridos.

Tomamos cualquier precaución porque somos así, no lo podemos impedir, estamos determinados por nuestra condición humana. No podríamos evitarlo.

 
(Este es el Artículo Nº 1.777)