Los gobernantes se embanderan con el clamor popular para que la mayoría piensen que son ellos los que lideran, o simplemente por seguirles la corriente con tal de que no molesten y los reelijan.
Algunos dicen que el poder está ahora mejor distribuido que antes, debido a que Internet permite que la información no pertenezca monopólicamente a un pequeño grupo.
Es extraño que la moda de los pantalones de jean sea tan longeva. Sesenta años en la preferencia de los jóvenes, es algo insólito.
También les comentaba en el artículo titulado Apagar el cigarrillo con 2 litros de agua, que igualmente insólita fue la pasión por tomar agua sin sed y la más reciente demonización del tabaco.
Estos fenómenos ratifican el determinismo (corriente que afirma que todos nuestros actos están provocados por muchas causas [conocidas y desconocidas]) y estos fenómenos también descalifican la creencia en el libre albedrío (corriente que afirma que las personas tomamos decisiones libremente).
Quizá el alcoholismo o cualquier otra dependencia del consumo de drogas, admite suponer que el afectado padece una alteración anatómica o fisiológica, que lo obliga a ingerir la sustancia cada cierto tiempo, pero en la ludopatía no interviene ninguna droga.
Efectivamente, quienes no pueden dejar de jugar y hacer apuestas, a pesar de causarse daños irreparables en su economía, en sus vínculos y hasta en su relación con la ley, padecen un desorden que les anula el control de sus actos.
En suma: los humanos tenemos ciertas conductas colectivas (moda, miedos, hábitos) que parecen caprichosas, irracionales, necias y también tenemos prácticas autodestructivas incontrolables.
El argumento más fuerte que tiene la creencia en el libre albedrío es que, por orgullo y soberbia de especie (nos creemos superiores a los demás animales), necesitamos pensar que somos amos de nuestras acciones.
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