sábado, 1 de mayo de 2010

Lo feo, queda para después

Claudio Galeno (129 – 200 d.C.) es considerado uno de los padres de la medicina occidental.

Por el entorno cultural y religioso en el cual estaba inmerso, se duda de que haya disecado cadáveres y se piensa que la mayoría de sus aportes al conocimiento anatómico, provengan del estudio de monos.

Al astrónomo polaco Nicolás Copérnico (1473 - 1543), se le rechazó su teoría de que el sol no gira alrededor de la tierra, porque esa idea contradecía las explicaciones de la Biblia.

Al neurólogo austríaco Segismundo Freud (1856 - 1939) se le rechaza aún hoy su idea de que el ser humano está sobredeterminado, es decir que no tiene libre albedrío.

En el artículo recientemente publicado con el título Envejezco amando(me) cada vez más, resumo estos hechos diciendo que los científicos se diferencian de nosotros en que hacen un esfuerzo (no siempre exitoso), por aceptar ideas antipáticas.

No descarto la idea de que el sentimiento de rechazo hacia cualquier opinión, teoría, propuesta, ideología, creencia, sea un interesante identificador de lo que no estamos pudiendo percibir con claridad.

Dicho de otra forma: cuando algo nos molesta, nuestra capacidad de observación se verá descendida, perderá eficacia, nos proveerá de datos escasos, distorsionados o simplemente dejaremos de registrarlo.

Por el contrario, cuando algo es amenazante, nuestros sentidos e inteligencia, excitados por el instinto de conservación, muy probablemente nos lo muestre exagerado, más grande o importante de lo que en realidad es.

Finalmente, lo agradable lo vemos bueno, beneficioso, bello, positivo, amigable.

Estas consideraciones son las que llevan a que tantas veces se descalifiquen las observaciones subjetivas, es decir, aquellas que están notoriamente influidas por nuestro principio de placer, por nuestro hedonismo, por nuestra fuga irracional de todo lo que nos disguste.

Deducción profética: lo que falta por descubrir, seguramente es desagradable.

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