miércoles, 22 de diciembre de 2010

Es posible equivocarse sin ayuda

Soy insistente con el rechazo de la consigna «Querer es poder».

Aunque no todo está mal en esa frase.

Más precisamente, lo que está mal es suponer que todo es cuestión de buena voluntad, esfuerzo, perseverancia.

Esa suposición (el voluntarismo), hace perder mucho tiempo, genera grandes desilusiones y provee interminables frustraciones.

Una vez más tengo que mencionar el recurrente tema del libre albedrío.

Si usted cree en él, está predispuesto a conservar el sentimiento de omnipotencia de tienen los niños, gracias al cual todo es posible.

Por el contrario, el determinismo (según el cual, estamos determinados por acontecimientos ajenos a nuestro control, especialmente por las características de nuestro inconsciente) nos induce a ser mucho más humildes ante la vida y ante las circunstancias.

Una persona determinista, jamás puede tener la arrogancia de suponer que lo puede todo, sino que, por el contrario, participará en la existencia que le tocó, disfrutando y tolerando lo que le toque en suerte, pero sin intentar forzar los acontecimientos (porque sabe que perderá el tiempo ilusoriamente).

La frase «Querer es poder», para un determinista, significa otra cosa.

Nada es más efectivo para disfrutar de las mejores oportunidades que nos conceda la suerte (casualidad, fortuna, azar), que actuar según el propio deseo, esto es, tomar la mayor distancia posible del deseo ajeno.

Cuando un determinista dice, «Si quiero, puedo», está queriendo decir que si pudiera respetar su vocación, sus ideas, preferencias, conseguirá lo máximo para lo que está dotado.

Por ejemplo, si a usted le gusta cultivar rosas pero sus padres le dicen que mejor estudie ingeniería, porque con las rosas se morirá de hambre, su éxito personal consistirá en plantar rosas sin pelearse definitivamente con su familia.

En suma: «querer es poder» cuando respeto mis preferencias (quiero), desarrollando así toda mi potencialidad personal (poder).

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Gracias a Dios, todo anda mal
Mariposas en el estómago
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Los estímulos del temor y de la desilusión

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La convivencia boxística

Tenemos dos opciones:

1) Guiarnos por lo que parece ser la realidad objetiva; o
2) Guiarnos por nuestras intuiciones confiando en que «Dios proveerá».

Como no creo en el libre albedrío, supongo que cada uno actúa inevitablemente por el criterio que se le impone (dotación genética, contexto cultural, características del inconsciente).

Es seguro que a mí me tocó actuar según la realidad objetiva y no tengo otra alternativa que hablar de lo que aparentemente sé: lo objetivo, la racionalidad, el ateísmo, etc.

Les decía hace poco que el estilo de vida capitalista es bastante salvaje (1). Me baso para afirmarlo en que disimuladamente están permitidos algunos homicidios de personas jurídicas (empresas) que están integradas por personas físicas (gente).

Según mi perfil de persona racional, objetiva y atea, considero inevitable reconocer las cosas como son, para que mi desempeño no esté perjudicialmente desalineado con el contexto en el que actúo.

En otras palabras, si vivimos en un régimen socio-económico en el que competimos con tanta rudeza que podemos llegar a causarnos daños muy penosos (y hasta irreversibles), no podemos andar por la vida como ángeles, cantándole al amor y pensando que habitamos un jardín.

La convivencia boxística implica estar dispuestos a causar el mayor daño posible y evitar padecer el mayor daño posible, cumpliendo con todas las reglas de juego.

En este estado de cosas, evitamos el mayor daño posible reconociendo que nuestros discretos, disimulados aunque inteligentes y astutos competidores, tratarán de desanimarnos, exagerarán cuán difícil es todo, retacearán todo tipo de ayuda que pueda fortalecernos en perjuicio de sus propios intereses.

Existe una consigna capitalista, usada indistintamente por todas las ideologías, que reza: «No conviene avivar tontos, porque después se volverán contra tí».

En suma: la convivencia boxística nos exige saber y aceptar que participamos en una lucha civilizada.

(1) El capitalismo sin bañarse y con perfume

Nota: la imagen muestra el momento de la pelea (1997) en la que Mike Tyson muerde una oreja a Evander Holyfield. Este fue uno de los tantos desaciertos que condujeron a la ruina al superdotado deportista.

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Dios nos libera

Mientras releía el artículo titulado El amo y el esclavo, viven diferente, pensaba: «Alguien puede pensar que intento ser coherente».

Lo que sí ocurre es que no busco la incoherencia deliberadamente. Si tengo que ser coherente, lo acepto sin culpa ni arrepentimiento.

La obligación de no contradecirnos equivale a una cárcel de alta seguridad. Continuamente tenemos que revisar todo lo que alguna vez dijimos para evitar la inclusión de conceptos que se opongan entre sí.

El equipo de carceleros que nos vigilan, está compuesto por una infinidad de voluntarios, que hurgan con meticulosidad proporcional al prestigio del convicto. Si alguien gana el Premio Nobel, estos voluntarios se excitan hasta el paroxismo y tratan de encontrar pruebas para destruirlo, cosa que felizmente no ocurre, no por falta de contradicciones en el premiado, sino por la inevitable necedad de sus carceleros.

Y en esto sí creo: Dios nos libera.

Observen que la existencia de las religiones, capaces de convocar a personas de las más variadas inteligencias, nos aportan el derecho a defender públicamente un conjunto de ideas radicalmente alejadas de la lógica, la coherencia y la racionalidad.

Por lo tanto, aunque el psicoanálisis es ateo (porque suponemos que esta fantasía no es otra cosa que una forma de pensar en las cualidades e influencia en nosotros de un padre ideal), no puede (el psicoanálisis) enemistarse con las religiones porque recibe de ellas una autorización tácita para defender —también públicamente—:

— la falta de coherencia que nos impone el inconsciente; y que

— (por estar gobernados por el inconsciente), el libre albedrío no pasa de ser una alucinación, que por la cantidad de adherentes que la padecen (o disfrutan), parece ser tan verdadera como la existencia de Dios.

En suma: vivir en la cárcel (de la coherencia), no impide la felicidad humanamente posible.

Nota: La imagen muestra al presidente de México (Felipe Calderón), al presidente de Venezuela (Hugo Chávez) y al presidente de los Estados Unidos (Barack Obama).

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Cómo conducir una hoja que vuela

Todos deseamos tener poder porque suponemos que teniéndolo, logramos controlar nuestra vida.

Cuando los acontecimientos que nos acompañan resultan frustrantes (perdemos el trabajo, una pequeña manchita altera el aspecto del cutis, nuestro cónyuge no responde a nuestras expectativas),

— suponemos que todo eso tiene una causa conocida,
— suponemos que existe una técnica para eliminar la causa o compensar sus efectos indeseables,
—suponemos que con inteligencia y buena voluntad, la felicidad no sólo existe sino que puede ser permanente.

En suma: todos queremos organizar la realidad para que se adecue a nuestra conveniencia.

A medida que pasan los años y este emprendimiento fracasa sistemáticamente, comenzamos a pensar que quizá lo más conveniente sería que fuéramos nosotros quienes intenten adecuarse a la realidad.

Esta actitud suele ser calificada como resignación, conformismo, estoicismo.

Según en qué cultura vivamos, estos vocablos tienen una connotación positiva o negativa.

Para algunos, «resignarse» es ser cobarde, apático, débil y para otros es ser valiente, sabio y fuerte.

Estas alternativas tienen detrás sendas filosofías y sus autores principales se dedican a ofrecer argumentos que permitan fundamentar una u otra.

Sin embargo, creo que estas opciones no existen.

Efectivamente, mis creencias en el determinismo (y mi escepticismo frente al libre albedrío), me llevan a pensar que nuestras circunstancias nos imponen cierta actitud (resignación o rebeldía) que luego intentamos justificar con argumentos filosóficos, para no perder la esperanza en que

— «hacemos lo que nuestra inteligencia nos indica»;

— «nuestra conducta está plenamente justificada porque no somos animales esclavos de los instintos»;

— «somos respetuosos y obedientes de las órdenes de nuestros amos».

Este punto es esencial:

Observe cómo nuestros fundamentos se encolumnan tras algún personaje prestigioso (Dios, Sartre, Cristo, Fidel Castro, Freud, etc.).

Conclusión: cuando adherimos al pensamiento de cierta ideología, religión o doctrina, estamos siendo esclavos de un amo (1).

(1) El amo y el esclavo viven diferente

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Ni si, ni no, ni viceversa

Hace unos meses, les decía (1) que, si bien la humanidad se abraza con fuerza a la creencia en el libre albedrío, simultáneamente se abraza con fuerza a todo aquello que disminuya las consecuencias indeseables de esa postura ideológica.

Efectivamente, suponer que el futuro puede adivinarse erosiona la hipótesis de que cada uno hace lo que le viene en gana.

Los que confían sus decisiones al asesoramiento que pueden obtener de la astrología, el tarot o los mentalistas, están suponiendo que el curso de los acontecimientos ya está determinado en el momento de la consulta, pero que sólo esos asesores tienen acceso a la información.

Por lo tanto, quien cree en el libre albedrío tiene prohibido creer en la adivinación, excepto que asuma la incoherencia lógica en la que incurre.

Algo similar sucede con los amantes de las estadísticas porque uno de sus principales subproductos, el más apasionante, el que despierta mayor interés, es la determinación de tendencias.

El análisis de tendencia pretende aportar certezas suponiendo que si un móvil estuvo en el punto A y ahora está en el B, puedo tomar decisiones partiendo de la base de que luego estará en C.

En suma: quienes creen que el futuro se puede conocer por la vía que sea (mística, parapsicológica o matemática), sólo está autorizado para defender el determinismo y descalificar el libre albedrío.

Y ya mismo me desdigo, porque la afirmación anterior también es falsa.

Los humanos estamos atados a la coherencia en los dichos pero no en los actos. Decimos lo que los demás quieren y aceptan escuchar, pero hacemos lo que no podemos evitar (determinismo), para luego describirlo (justificarlo) de la forma que los demás quieren y aceptan escuchar.

Por ejemplo, digo defender la monogamia, pero soy infiel y luego prometo no volver a hacerlo.

(1) ¡Cuidado con los monos de leo!

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La sociedad es la orfebre que me construyó

Si alguien se dedica a ejecutar exactamente lo contrario a lo que le piden, según su opinión, ¿es un rebelde o un sumiso?

Pues bien, en apariencia es un rebelde porque no hace lo que le piden, pero en el fondo es alguien sometido a lo que le piden para hacerlo exactamente al revés.

¿Algo de su anatomía está diseñado por sí mismo, funciona como él quiere?

El color, la forma, la dureza y el tamaño, están predeterminados por la herencia y la casualidad, claro que puede pintarse las uñas, cortarse el cabello, maquillarse los ojos, ponerse un tatuaje, modificarle el volumen de los senos, blanquearse los dientes, depilarse las cejas.

Respecto al funcionamiento puede soportar el hambre o comer en exceso, puede dormir ahora o dentro de un rato, estar sobrio o alcoholizado, soportar las ganas de orinar o defecar por un cierto tiempo, cansarse, transpirar, aguantar las respiración durante unos cuantos segundos, levantar una mano para saludar a un amigo, bailar, montar a caballo.

¿Qué podemos decir de sus ideas, creencias, ideología, prejuicios? ¿Piensa lo que quiere, lo que le inculcaron, lo que piensa la mayoría con la que convive?

Y sus gustos ¿son ocurrencias personales o están limitados a lo que le permitieron conocer y probar sus padres, amigos, tíos, abuelos?

Póngase por un momento en su lugar: ¿cree que si el próximo martes a la hora 20:15 se propone disfrutar de una ópera, la disfrutará a pesar de que hasta ese momento odiaba el canto lírico?

¿A qué clase socio-económica pertenece? ¿Es la que eligió libremente o la que le tocó en suerte?

¿Puede vivir en el país que se le ocurre? ¿En la provincia, la ciudad, el barrio?

Hablemos del idioma: ¿lo eligió libremente o no?

¿Cómo llegó a tener su nombre?

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El hijo jubilatorio

«La ignorancia de la ley no exime su aplicación» (1) dice una consigna que hemos tenido que inventar cuando nos dimos cuenta que muchos ciudadanos, alegando desconocimiento, cometían delitos de toda índole y luego eran absueltos.

Sin embargo, esta restricción legal no tuvo el alcance que se esperaba sino que aún seguimos recurriendo al viejo truco de echarle la culpa a quienes no avisaron que se había prohibido matar, robar, violar y otros placeres antisociales.

Así como casi nadie concurre a la universidad a informarse profundamente de las miles de leyes, normas y reglamentos con sus respectivas interpretaciones, para luego convertirse en un ciudadano responsable, casi nadie concurre a la universidad a informarse profundamente de los miles de estímulos que recibimos del inconsciente y que determinan nuestra vida hasta los mínimos detalles.

Efectivamente, el rechazo casi alérgico que sentimos por informarnos sobre cómo somos guiados por deseos que tuvieron que volverse inconscientes porque satisfacerlos era prohibido, vergonzoso o ridículo, nos lleva a cometer errores cuya responsabilidad, juicio y condena, no podemos eludir.

Cuando cometemos errores que la ley no castiga, le echamos la culpa a otros, a la mala suerte o le encontramos atenuantes hasta justificarlos plenamente.

Tomemos sólo dos características humanas para no complicarnos:

1º) Necesitamos ser amados y
2º) Somos sigilosamente egoístas.

Los padres, inconscientemente, pueden colaborar para que sus hijos siempre dependan de ellos económicamente, como una estrategia (inconsciente) para mantenerlos sometidos.

Todos suponemos que llegaremos a la ancianidad y que necesitaremos que nos ayuden, protejan, amen, mimen, con amor, respeto, consideración, devoción. Entronizándonos, si fuera posible.

Inconscientemente, tratamos de que por lo menos uno de nuestros hijos se encargue de esa tarea geriátrica y lo ayudamos para que, llegado el momento, no tenga más remedio que hacerlo porque económicamente depende de nosotros (sólo sabe protegernos).

(1) Razono

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Los espermatozoides monetarios

Las estadísticas suelen ser muy convincentes porque se presentan como si fueran datos objetivos.

No creo que esto sea así.

La realidad es tan dinámica, que cualquier resultado estadístico se está desactualizando mientras se recaudan las muestras.

De todos modos, debo reconocer con absoluta humildad, que si la estadística refiere a cuánto suele durar la rotación de la tierra, sobre su eje o en torno al sol, entonces asumo que ahí tenemos una información bastante confiable.

Tan confiable que hasta podría permitir construir almanaques para años venideros y hasta relojes que funcionen bien el próximo año.

El resto de las estadísticas sólo son seductoras, fascinantes, capaces de provocarnos una deliciosa sensación de certeza.

Aunque utilizo un estilo asertivo (asegurando hipótesis), usted y yo sabemos que nada de lo que pueda decirse del ser humano es una verdad químicamente pura.

El inconsciente alberga deseos inconfesables, ya sea por lo antisociales como por lo ridículos. Pero están ahí, ejerciendo su influencia sobre nuestra conducta para determinarla. Como son inconscientes, uno tiene la sensación de que hace lo que quiere (cree disponer de libre albedrío).

Una fantasía inconsciente puede ser que los espermatozoides son dinero.

Observe que salen del varón (clásicamente proveedor) y entran en huecos (vagina, recto o boca), que pueden recordar una billetera, un bolsillo o un monedero.

Algunos varones padecen eyaculación precoz, esto es, que expulsan el semen inclusive antes de la penetración.

No necesariamente inhiben la fecundación, siempre y cuando algún espermatozoide llegue al óvulo fértil. Eso sí, dificultan el placer femenino (que no es imprescindible para quedar embarazada).

Generalmente se piensa que esta particularidad del varón obedece a un exceso de ansiedad.

Algo similar ocurre con quienes pagan a su proveedor por adelantado.

Si bien un pago anticipado no asegura el incumplimiento, al menos es muy desestimulante.

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viernes, 19 de noviembre de 2010

Un terremoto no debe ir a la cárcel

Cuando alguien dice «Fulano me hace enojar», está desplazando el eje del asunto erróneamente.

Lo que realmente ocurre es que cierta acción realizada por Fulano, activa en mí algún mecanismo psicológico que incluye el enojo, la furia, la descompensación emocional.

Entonces, yo me enojo por razones personales a partir de ciertos estímulos que me llegan desde el exterior.

Estaremos de acuerdo en que:

— el polen no es responsable de mis estornudos;

— el chocolate no es responsable de mi sobrepeso;

— el terremoto no es responsable de que mi casa se haya derrumbado.

Sin embargo, entendemos que cuando la acción que identificamos como causa de nuestro infortunio, es realizada por un semejante, entonces esa persona es responsable y estamos en condiciones de afirmar que «Fulano es el culpable».

En estas circunstancias, los hechos están previamente organizados por los usos y costumbres:

— Un culpable debe ser juzgado para determinar la importancia de su culpa;

— Determinada la importancia de la culpa, habrá de determinarse la sanción (castigo) proporcional a la culpa;

— Se ejecutará el castigo;

— El damnificado (la víctima), no recibirá ninguna reparación tangible que lo indemnice de la pérdida sufrida, sino que recibirá el placer de ver que el culpable sufre igual que él;

— Como esta indemnización es groseramente tonta, se argumentará que esa venganza oficializada por las leyes, en realidad cumple el objetivo de educar al causante-culpable así como también, disuadir a otros de provocar un perjuicio similar.

Claro que, como toda acción groseramente tonta, no cumplirá su objetivo sino que será inútil, y —en el peor de los casos—, contraproducente.

En suma: es muy probable que el libre albedrío no exista, sino que las personas seamos parte de la naturaleza y que nuestras acciones (aunque nos disguste imaginarlo), estén en el mismo orden del polen, el chocolate o el terremoto.

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La gorda libertina y el gordito simpático

Los animales no humanos, tienen sexo con la misma actitud que comen, duermen, orinan o defecan.

Los animales humanos, tenemos sexo y evacuamos a escondidas, dormimos en lugares preferentemente apartados y podemos alimentarnos en público.

Ya lo he mencionado varias veces: disimulamos ser animales.

Además de las características ya mencionadas, hay una que es determinante: los animales no humanos están prisioneros del instinto (no pueden dejar de hacer lo que tienen programado), mientras que los humanos (supuestamente) somos libres de hacer lo que queramos.

Negamos rotundamente estar determinados por factores ajenos a nuestro control.

Necesitamos creer que poseemos libre albedrío, aunque paguemos los costos de sentirnos responsables de lo que hacemos y culpables por lo que nos sale mal.

A partir de la creencia en el libre albedrío y de negar que estamos determinados por factores ajenos a nuestro control (instinto, casualidad, herencia, naturaleza), surgen infinitas consecuencias.

Por ejemplo, a una embarazada tenemos que felicitarla porque nos sentimos obligados a reconocer que es la única forma de conservar la especie.

Sin embargo, en el fondo, reprobamos que tuvo sexo. Si bien no cometió un atentado al pudor, es obvio que fornicó y eso, hasta cierto punto, no deja de ser algo que hacen los animales.

Pero además, una embarazada tiene cuerpo de obesa, y por este motivo también merece la reprobación de los humanos fundamentalistas.

Una mujer obesa es alguien que no controla lo que come, quizá sea una persona que no hace ejercicio porque es haragana.

De esto es posible deducir, que tiene una vida licenciosa, porque si no sabe dominar su gula, tiene tanto descontrol como los animales esclavos de sus instintos.

Como no podemos criticar a la embarazada por haber fornicado, criticamos doblemente a la obesa.

Paradoja: Los varones obesos, sin embargo, suelen ser unos «gorditos simpáticos».

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Las exhibiciones para no ser miradas

Quien usa prendas escotadas, permite la exhibición de una parte sugerente (insinuante) de los senos, atrayendo las miradas de casi la totalidad de quienes se crucen con ella.

Sin embargo este espectáculo puede ser disfrutado tomando la precaución de no fijar la vista con excesiva insistencia, porque de hacerlo, podría molestar a su dueña, habilitándola para que se enoje, llamando la atención sobre la impertinencia de quien mira con demasiado desenfado.

Podemos concluir entonces que las mujeres, cuando muestran sus senos, desean ser miradas con disimulo.

La situación ideal ocurre cuando quienes estén fascinados por su belleza física, demuestren esta atracción de forma indirecta, por ejemplo sonriéndole, dedicándole más atención a lo que dice (sólo para disfrutar de reojo el bello paisaje), o procurando acceder a una visión completa con la suficiente intimidad como para poder besar, acariciar, lamer.

Con estas sencillas (y cotidianas) ideas que comparto con usted, pasemos a otro tema menos evidente, más sutil, pero mucho más frecuente.

Es casi seguro que el inconsciente existe, aunque no siempre lo definimos tan claramente como para saber de qué estamos hablando.

Al expresarnos, decimos más de lo que queremos.

Imaginemos que la chica del escote, dice: «Si muero, quiero que mis cenizas sean tiradas al mar».

Escuchar este enunciado, nos lleva a pensar que la joven está dando una orden que deberá ser cumplida después de su muerte... pero ella dice algo más sin darse cuenta.

Al decir «Si muero …» está mostrando que, en su interior, para sus adentros, admite la hipótesis de que también podría no morir.

Quienes oímos su error conceptual, solemos disimularlo tanto como nuestro embeleso por su senos.

Para su inconsciente, ella es inmortal.

En general, todos decimos más de lo que imaginamos pero el auditorio suele no percatarse o disimula para no molestar.

Nota: en la imagen, el fotógrafo captó el momento en que la actriz italiana Sofía Loren mira disimuladamente el escote de la actriz norteamericana Jayne Mansfield.

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Cárceles sin rejas ni cerraduras

Existe algo llamado principio de placer, que define nuestra vocación de buscar las mejores opciones, las más gratificantes, las más cómodas y que, simultáneamente, rechaza lo desagradable, penoso, molesto.

Los occidentales (Europa y América), gozamos durante siglos creyendo en un cielo inmaculado, habitado por Dios, ángeles y seres maravillosos, que nos esperaban al morir (Paraíso).

Los chinos, no se gratificaban con esas fantasías. Se gratificaban con otras igualmente placenteras. Por eso ellos descubrieron las manchas solares antes que los occidentales, es decir, pudieron verlas porque no creían (no gozaban creyendo) en un cielo inmaculado (sin manchas).

Provocó furia desenfrenada la hipótesis de que nuestro planeta no está en el centro del universo.

No es casual que la palabra geocentrismo sea casi idéntica a egocentrismo. Aún nos cuesta aceptar que no estamos en ese lugar de privilegio (aunque no sabemos qué beneficio nos traería).

Cosas similares pasaron con Charles Darwin cuando propuso que quizá no fuéramos una creatura de Dios sino hijos de los monos, o con Sigmund Freud al sugerir que no tenemos libre albedrío sino que somos gobernados por el inconsciente y peor aún, que el lenguaje es como una especie de software (Windows, Linux), que nos tiene programados, parametrizados, estructurados (1).

La psicosis ha tenido diferentes interpretaciones a los largo de la historia. Fueron marginados y abandonados, fueron glorificados por suponerlos iluminados y fueron encarcelados por temor,.

A principio del siglo 20, el psiquíatra alemán Emil Kraepelin (1856-1926) logró convencer a las autoridades que debían ser liberados e integrados a la sociedad, no sólo por motivos humanitarios sino también terapéuticos.

La insania mental está muy vinculada a la delincuencia y viceversa.

No sabemos realmente si quien atenta contra la ley, está sano o enfermo.

Hoy temeríamos liberar a los delincuentes. ¿Y si fuera lo mejor?

(1) Nota: lamento irritar a los expertos con estas simplificaciones conceptuales, en haras de que sean entendibles para una mayoría.

Nota 2: La imagen corresponde al Centro Leoben, lujosa cárcel austríaca. No he confirmado su existencia, pero es verdad que al menos está en la mente de muchos usuarios de Internet.



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Cuba y Estados Unidos, son novios

Nuestra habilidad para adaptarnos está al servicio de nuestro instinto de conservación.

Si somos animales gregarios, es porque evolutivamente hemos descubierto que cuando tenemos que enfrentarnos a los peligros naturales, nos defendemos mejor en grupo.

Cuando comparamos colectivos con individuos, incluimos como uno de los elementos que permiten la comparación, que los colectivos tienen un líder y los individuos tienen una cabeza.

De hecho, el vocablo capataz deriva del vocablo caput que significa «cabeza» en latín.

Cuando Freud estudió la psicología de las masas, encontró que si formamos parte de un grupo (equipo, nación), el sentimiento que tenemos hacia el líder, tiene semejanzas con el sentimiento que tiene el niño hacia sus padres, esto es, una mezcla de confianza, admiración, temor, deseo de aprobación y rebeldía latente.

La rebeldía latente surge porque, por un lado queremos ser protegidos por los demás y por otro lado queremos ser independientes, libres, no obedecer las órdenes de otro.

De esta aspiración surgen las creencias en el libre albedrío.

Cuando aumenta el miedo y la incertidumbre, deseamos que el líder sea firme, poderoso, quizá tiránico, y las aspiraciones a la libertad individual ceden paso a la humildad, subordinación, esclavitud.

Nunca sabemos si los períodos críticos son espontáneos o provocados.

Podemos suponer que algunos grupos de poder, atemorizan a la población para que ésta patrocine el advenimiento de un gobierno con facultades de gestión máxima (plenipotenciarios).

Los ciudadanos expuestos a estas condiciones, votarán una y otra vez al dictador, pensando que es lo mejor que pueden hacer.

Por estas consideraciones, tengo dificultad para creer que Estados Unidos y Cuba, sean enemigos reales.

Por el contrario, pienso que si los trescientos millones de norteamericanos y los doce millones de cubanos creen estar en conflicto, es porque a los poderosos de ambos países les conviene.

Nota: La imagen contiene al presidente de los Estados Unidos (Barack Obama) y al primer secretario del Partido Comunista de Cuba (Fidel Castro).

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Un terrón de azúcar por cada examen aprobado

Lo habitual es que nos enseñen a ser responsables y que, a partir de esa sugerencia que nos hace alguien con poder, reaccionemos favorablemente siendo responsables o reaccionemos negativamente siendo irresponsables.

Existe una tercera opción, que es la indiferencia. Cuando decimos que el consejo, enseñanza o recomendación «cayó en saco roto», estamos diciendo que no produjo ninguna reacción en el receptor.

Por como son adiestrados los animales, creo que la diferencia que tenemos con ellos es mínima.

Una diferencia importante es el aspecto ... pero también son muy diferentes entre sí un ratón y una jirafa.

Otra diferencia es el lenguaje, aunque los animales también se comunican eficientemente entre ellos.

Quizá la principal diferencia es que nos preocupa no ser confundidos con el resto de los animales, cosa que al resto de los animales parecería no preocuparles.

Los animales son adiestrados de la misma forma que ellos aprenden a vivir en su hábitat. Cuando algo les sale bien (consiguen alimento, refugio, juego), lo repiten automáticamente.

Los animales humanos también hacemos lo mismo. Cuando alguien con poder (nos alimenta, puede castigarnos, administra el dinero) nos enseña que debemos ser responsables, sabemos que una transgresión a esa enseñanza tiene una consecuencia.

Si la consecuencia es temible, seremos responsables; si es placentera, seremos irresponsables; si la sanción nos parece neutra, entonces la recomendación «caerá en saco roto».

Es posible afirmar que cada una de nuestras acciones está determinada por cómo estamos adiestrados, educados, predispuestos.

Así como ustedes y yo, no podemos ver objetos demasiado pequeños, tampoco puedo percibir que estoy condicionado para ponerme la corbata a rayas, para renunciar al trabajo esta misma tarde o llamar a un amigo después de mucho tiempo.

Lo que parece libre albedrío, es sólo incapacidad para detectar qué condiciona cada acción, por mínima que sea.

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¡Mira qué me regalaron!

Algunas recomendaciones no tienen sentido. Mejor dicho: son contraproducentes.

Si cuando te despides, la otra persona te recomienda «¡cuídate!», no solamente está olvidándose de que tu posees un instinto de conservación sano, sino que además cree que necesitas que externamente alguien refuerce tu responsabilidad más básica (cuidarte).

Los que creen en la existencia de Dios, suelen pensar que él nos recomendó genéricamente: «cuídate que te cuidaré».

Esta fórmula fue tomada sagazmente por las compañías aseguradoras y cuando nos venden una póliza contra cualquier riesgo, nos obligan a tomar todas las precauciones para evitar un siniestro, esto es, para asegurarse de que nunca tendrán que indemnizarnos, logrado lo cual, lo que les pagamos anualmente se convierte en una donación.

Hace siglos circula un proverbio que dice «Si con caldo te vas curando, sigue tomando».

¡Otra obviedad mayúscula! ¡Quién —en su sano juicio— dejará de hacer aquello que lo beneficia!

Sin embargo, estos comentarios tan lógicos, no son suficientes.

Quienes han dedicado más tiempo y talento a encontrar explicaciones, causas y soluciones para las conductas animales, perfeccionan las técnicas para educar, adiestrar, disciplinar.

Si a la recomendación expresada como «…seguir tomando caldo», la traducimos como «reforzamiento operante», pasamos de la escena cotidiana de tomar sopa, a la incuestionable sabiduría de los científicos de ceño fruncido y túnica blanca.

Los aplausos al artista, son dados para que siga divirtiéndonos; si no le damos comida al perro impertinente que nos molesta cuando estamos almorzando, lo condicionamos para que deje de hacerlo; los regalos que recibimos de los comerciantes, son para que sigamos siendo sus clientes.

Aunque los métodos conductistas son bastante rudos, no podemos negar que suelen dar resultado.

Su eficacia demuestra cuán parecidos somos todos los animales, cuán poco efectiva es la voluntad y qué improbable es que exista el libre albedrío.

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viernes, 1 de octubre de 2010

Einstein sólo tenía buena memoria

Apegarse a la lógica, al razonamiento, a los prejuicios, los refranes, la sabiduría popular, la tradición, equivale intelectualmente, a no abandonar los aparatos (bastón, muleta, andador) que usan niños y minusválidos cuando no están en condiciones de caminar sin caerse.

Liberado del sentido común, puedo afirmar que nacemos sabiendo.

La sabiduría que poseemos no es la concreta, específica y coyuntural de nuestra vida actual (la mesa es color verde, acaba de nacer quien descubrirá la causa y sanación del cáncer).

La sabiduría que poseemos es la universal (matemática, física, química).

Si usted se permite abandonar el sentido común, puede pensar que las teorías formuladas por Albert Einstein, las conocía cualquiera sólo que él las recordó.

Estoy aludiendo a la propuesta hecha por Platón 400 años antes de Cristo y que luego alguien llamó teoría de la reminiscencia.

Hay quienes afirman que el inconsciente contiene esos conocimientos universales (matemática, etc.), y que se muestran como talento, intuición, descubrimientos.

Existen muchos motivos para que una mayoría de personas suponga que realmente es libre de hacer lo que quiere.

Sí creo que podemos auto observarnos, interpretar nuestra conducta y elaborar algunas conclusiones, evaluar algunos resultados y aprender a partir de ahí.

Pero nuestra evolución se ve enlentecida cuando suponemos que los desaciertos económicos que nos mantienen en la pobreza, son negativos y desafortunados para nuestra existencia.

Más nos valdría averiguar, por qué perder dinero, ser incapaces de mejorar nuestros ingresos o vivir rodeados de carencias, está en sintonía con nuestras características generales, son fenómenos que nos equilibran y que estaríamos peor si no ocurrieran.

En suma: el interrogante que nos estimule recordar la sabiduría olvidada es: «¿Por qué me beneficio dolorosamente en vez de beneficiarme placenteramente?»

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La sinceridad de inmerecido prestigio

Casi todos afirman que la frase «El camino al infierno está empedrado con buenas intenciones», es de autor anónimo.

Sin embargo, hay quienes afirman que eso lo dijo el persuasivo cura francés Bernardo de Claraval (1090 - 1153).

Apenas 21 años después de su muerte, fue canonizado como San Bernardo.

En varias ocasiones he comentados con ustedes el interesante tema de la sinceridad y la mentira (1).

La humanidad le atribuye a Sigmund Freud (1856-1939), haber concretado en una teoría, algo que varios filósofos anteriores ya habían sugerido, esto es, que los seres humanos tenemos una parte de nuestra mente que actúa aunque no la conocemos.

El papá de esta teoría (Freud), le llamó inconsciente y al conjunto de ideas complementarias, le llamó psicoanálisis.

Cuando San Bernardo habló de intenciones, estaba refiriéndose a lo que luego Freud llamó inconsciente.

Si María le dice a su mejor amiga: «¡qué gorda que estás!», está ayudándola a que ese día se convierta en el peor de la semana, mes, año o siglo.

No es lo mismo que ese mensaje lo comunique un espejo a que lo comunique María.

Si tuviéramos que juzgar este misil comunicativo, podríamos recorrer dos caminos:

1) Si comenzamos por las consecuencias (el derrumbe anímico de la que tiene sobrepeso), entonces tendríamos que buscar atenuantes hasta llegar al inconsciente de María.

Probablemente acá nos encontraríamos con que, debajo de la conciencia, escondidos y fuera del alcance de ella, existe un poco de envidia mezclada con amor, celos mezclados con el deseo de conservar el vínculo, sed de venganza combinados con deseos maternales.

2) Si comenzamos por lo que dio origen a la comunicación, veríamos que María no sabe lo que dice (como nos pasa a todos), y que el problema está en suponer que tiene libre albedrío.


(1) No es lo que estás pensando
La sinceridad molesta
El amor no es científico

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El desparejo reparto de la libertad

Alguien puede ser felicitado porque es un buen presidiario.

Estoy seguro de que existen personas de ambos sexos que poseen esta cualidad.

Claro que, por estar castigados con privación de libertad, el mérito se torna irrelevante.

Si flexibilizamos el significado estricto de estos enunciados, podemos pensar que un buen ciudadano, es alguien que NO goza de toda la libertad que desearía.

Para ser buen ciudadano necesita incluir en su conducta la incapacidad de transgredir las normas.

Admitida esta forma de expresarme, es posible afirmar que la diferencia entre un recluso y un buen ciudadano, está en que uno está encerrado por rejas de hierro y el otro por rejas morales.

Necesitamos estar seguros de que el libre albedrío existe, para poder sentir una diferencia radical entre rejas metálicas y rejas virtuales.

Quienes no creemos en el libre albedrío, pensamos que unos y otros somos presidiarios, razón más que suficiente para que una mayoría rechace el determinismo, aunque su existencia sea más creíble.

Ahora quiero hacer un comentario referido específicamente a las presidiarias.

Ellas y ellos, coincidimos en que la conducta de las mujeres debe incluir dos características básicas:

— deben ser buenas madres;
— deben restringir sus deseos sexuales, absteniéndose de ser prostitutas y lesbianas.

Con estas dos exigencias, ellas quedan encerradas en una cárcel de alta seguridad.

Repito: estas son exigencias impuestas a las mujeres por los hombres y por las mismas mujeres.

Como el dinero es un derecho a ser libre porque permite la satisfacción de necesidades y deseos, podemos deducir que

— la riqueza es masculina; y que
— la pobreza es femenina.

Sustituyendo las palabras, ellos tienen patrimonio (libertades y derechos) y ellas tienen matrimonio (restricciones y obligaciones).

Para tranquilidad de los conservadores, millones de personas defienden este estado de cosas.

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El carácter es una característica que me caracteriza

Le llamamos carácter a la manera de reaccionar que tenemos ante cada circunstancia que nos toca vivir.

Cuando vamos a salir y nos enteramos que está lloviendo, nuestro carácter hará que demos un puntapié contra la puerta de calle, o que volvamos para ponernos una vestimenta más adecuada, o que cambiemos de planes por otro que no implique tener que salir.

Cuando nos avisan que en un mes tendremos una prueba de evaluación estudiantil, nuestro carácter hará que nos pongamos a estudiar por todo lo que no hemos estudiado antes, o llamemos por teléfono a todos nuestros amigos para quejarnos de nuestro infortunio, o seguiremos actuando como siempre porque una evaluación no altera nuestro ritmo como estudiantes.

Cuando nuestro cónyuge da muestras de indiferencia, frialdad, desamor, nuestro carácter hará que propiciemos el diálogo buscando las causas del cambio para evitar la pérdida del vínculo, o consultaremos con alguien experto en Tarot para que nos informe qué ocurrirá en el futuro, o, suponiendo que nos dejará, nos adelantaremos y tomaremos la iniciativa, porque «es mejor dejar que ser dejados».

Tenemos un cuerpo con cierta forma de reaccionar ante las experiencias de vida y estas experiencias de vida modifican esa forma de reaccionar original generando lo que llamamos aprendizaje.

El carácter es parte de nuestra identidad, quienes nos rodean saben bastante sobre él y lo tienen en cuenta.

Saben si tenemos baja o alta tolerancia a la frustración, si somos previsibles o imprevisibles, conocen qué tienen que hacer para que (casi automáticamente) hagamos lo que ellos prefieren.

Dentro de ciertos márgenes, el carácter está cambiando permanentemente, adaptándose a las circunstancias para que el fenómeno vida siga ocurriendo.

Aunque parece estar bajo nuestro control, es tan autónomo como otras funciones adaptativas (temperatura corporal, presión sanguínea, sistema inmunógeno, etc.).

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Muchos amores únicos

«Amar» o «querer», son verbos ineficientes porque dan lugar a comunicaciones confusas y —por consecuencia—, a frustraciones, enojos y a la pérdida de algunos vínculos.

Amo a muchas personas, pero es notorio que a todos los quiero de forma diferente. Le ocurre lo mismo a los padres con sus hijos.

Son pocas las personas que se animan a confesar algo tan verdadero.

Por ejemplo, nunca oímos que alguien diga «Quiero más a mi hijo menor».

Nuestro amor por el otro está inspirado por este, pero no mediante un acto voluntario que provoque y dirija nuestro sentimiento hacia él.

Tenemos acá una causa importante de la ineficiencia comunicadora del verbo: una mayoría cree que ama a alguien voluntariamente y que es amado porque hace lo necesario para que lo amen.

El afecto entre dos personas, surge porque existe una atracción, muy fácil de observar pero sin causa conocida.

Por otro lado, alguien puede decir «amo a Patricia», «amo a Ernesto», «amo a Dinamarca», «amo al idioma francés» y «amo a las motos BMW».

Está claro que esta persona tiene sentimientos muy diferentes, a pesar de que siempre usa el mismo verbo. El verbo «amo», en cada expresión, tiene significados muy distintos.

Para que el verbo querer (o amar) pierda esta particularidad de generar confusión, tendríamos que construir una nueva herramienta lingüística, que podríamos llamar «el verbo específico».

Ejemplos de «verbos específicos», serían: «quiero-a-Patricia», «quiero-a-Ernesto», «quiero-a-Dinamarca».

Ninguno de ellos es sinónimo del otro. Son todos verbos únicos, de uso exclusivo y —sobre todo— de uso excluyente, porque no podemos decir «quiero-a-Mariana» utilizando el verbo «quiero-a-Jovita».

En suma: como el amor es un sentimiento inspirado por un único objeto amado y como en la vida tenemos muchos amores únicos, necesitamos que la realidad afectiva pueda comunicarse de forma específica.

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martes, 7 de septiembre de 2010

Un caso psico-policial

Dos delincuentes cometen un delito. La policía los apresa, pero ambos niegan los hechos.

Los investigadores los separan y les proponen un mismo trato (pacto, convenio, opción) a cada uno.

— Si ambos confiesan la verdad, serán castigados pero con una pena mínima.
— Si uno confiesa y el otro no, el delator queda libre y el otro es condenado a la pena máxima.
— Si ninguno de los dos confiesa, la policía no tendrá más remedio que liberarlos.

Este esquema de negociación entre los malhechores y la policía, admite muchas variantes, alternativas, complejidades.

Pero se los presento de forma simplificada porque el motivo de esta introducción es hablar de usted y de mí y de nuestra disposición a gestionar lo que más nos convenga, aún en desmedro del interés ajeno.

Esta negociación entre policías y delincuentes se llama el dilema del presidiario y es un ejemplo clásico, utilizado para analizar nuestra conducta a la hora de estudiar cómo podemos administrar nuestro deseo, el deseo de los demás, incluido el deseo del contexto social (representado en este dilema, por la acción policial).

Al releer el formato del acuerdo, surgen en nosotros emociones provenientes de nuestra escala de valores.

— Algunos son partidarios de decir siempre la verdad, cueste lo que cueste.
— Algunos son partidarios de aliarse con el más fuerte en desmedro del más débil, cueste lo que cueste;
— Algunos son partidarios de la máxima fidelidad al compañero, cueste lo que cueste.

Hasta aquí he comentado lo que habitualmente se piensa al tratar estos temas.

Ahora le expongo un punto de vista alternativo y diferente.

Como el libre albedrío es una ilusión y estamos determinados por nuestra anatomía, fisiología, historia, herencia, educación, etc., etc., entonces nadie puede dejar de hacer lo que le impone esa naturaleza personal, cueste lo que cueste.

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martes, 31 de agosto de 2010

No es lo que estás pensando

Mi querida abuela, que tan bellos y oportunos regalos me hiciera, propalaba eslóganes como una agencia publicitaria.

Una de esas sentencias pedagógicas decía: «La memoria es necesaria para hervir la leche y para mentir».

Sabido es por quienes han vivido en zonas rurales, que la leche debe ser hervida para evitar el contagio de alguna enfermedad que padezca el animal ordeñado.

Este procedimiento demanda una especial atención porque el referido líquido se derrama en cuanto empieza a hervir. Por eso, mi abuela decía que es preciso tener memoria: para recordar que la leche está en el fuego.

En cuanto a la memoria para mentir, necesitamos menos explicaciones.

Si contamos la historia verdadera, sólo tenemos que recordar los hechos, pero si le agregamos datos falsos, tenemos que recordar la novela que inventamos para repetirla sin contradecir el original.

No soporto mentir, pero no porque me parezca mal hacerlo, sino simplemente porque me da demasiado trabajo recordar la historia inventada.

Tampoco me parece mal que la gente mienta, entre otros motivos porque estoy convencido de que no podría dejar de hacerlo.

Los pocos que no creemos en el libre albedrío, difícilmente tomamos a mal que alguien mienta, porque este hábito responde a una debilidad constitutiva del embustero.

Las causas principales de la mentira, son:

— miedo a mostrar características personales impresentables;
— miedo a que la información sea usada para juzgar, atacar, perjudicar;
— miedo a la indiscreción del destinatario (falta de reserva, publicación no autorizada);
— intención de manipular al otro en beneficio propio;
— sentirse intelectualmente superior al engañado, imaginándose poderoso;
— buscarse complicaciones en tanto estas lo hagan gozar;
— establecer una relación sado-masoquista cuando el otro simula creer y se convierte en cómplice;

En suma: quien miente se enfrenta a su verdadera debilidad. Como decía mi abuela: «En el pecado está la condena».

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La venganza sin rencor

¿Usted conoce mucha gente que asuma públicamente su incapacidad de perdonar?

Yo no.

Lo he escuchado muchas veces, dicho por pacientes que confían en el secreto profesional.

Si hago tantas argumentaciones en contra de la existencia del libre albedrío, es porque la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, cree en él.

El libre albedrío sostiene que los seres humanos somos libres de hacer lo que queramos y que —por lo tanto—, somos responsables de nuestros actos.

El determinismo sostiene lo contrario.

Quienes defendemos esta hipótesis, decimos que varias causas (la mayoría desconocidas, algunas inconscientes y unas pocas conocidas), nos obligan a estudiar física nuclear, mudarnos a otra ciudad y llevar la corbata a rayas al casamiento de un amigo.

Los deterministas también pensamos que la influencia tan sutil, discreta pero ineludible de esas causas, nos permite creer que estudiamos física nuclear porque siempre nos gustó la matemática y nos regalaron una imagen de Einstein sacando la lengua, nos mudamos de ciudad para poder ir a la playa y elegimos esa corbata porque hace juego con las medias.

Desde mi punto de vista, el perdón no depende de la bondad, ideología o fuerza de voluntad del damnificado.

Si ocurre, es porque la acción perjudicial del otro, deja de molestarnos y nos olvidamos del agresor junto con su mala acción.

Es cierto que algunas personas simulan perdonar, así como otras disimulan la vejez tiñéndose las canas u operándose los senos.

Según el determinismo, el agresor no pudo evitar cometer un daño ni el perjudicado puede evitar tomarlo en cuenta, ni prevenir nuevos perjuicios ni calmar su sed de venganza.

Si no fuera así, no tendríamos tantas instituciones especializadas en «hacer justicia» con la mayor objetividad posible (sistema de justicia, abogados, jueces, policías, cárceles, investigadores).

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Los dos significados de «humildad»

Hoy pensé la siguiente reflexión:

1) Algunas personas puede estar siendo muy influenciadas por el doble significado del vocablo humilde.

Efectivamente, cuando decimos que alguien es humilde, podemos estar queriendo decir dos cosas bastante diferentes:

a) Que es sumiso, obediente, dócil, manso, carente de engreimiento o vanidad; o

b) Que vive en la pobreza, modestamente, con escasos recursos materiales.

2) Ingresar en la cultura nos da trabajo, nos impone restricciones, hasta podría decirse que nos mortifica.

Quienes no pueden hacerlo, terminan comportándose de tal manera que la sociedad los juzga, condena y castiga.

En los institutos correccionales (prisión, penitenciaría, reformatorio, hospital psiquiátrico), es habitual que a los internados se los obligue a realizar tareas humillantes (1).

El objetivo manifiesto de este procedimiento reeducador, se basa en la creencia según la cual, los actos antisociales derivan de un exceso de arrogancia, egoísmo y narcisismo.

3) La prestigiosa institución mundial por todos conocida como Alcohólicos Anónimos posee un texto de referencia titulado Doce pasos y doce tradiciones.

Nada menos que el primer Paso dice: «Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables. »

Esta no es otra cosa que una declaración de humildad.

Conclusión:

i) Nuestro idioma confunde docilidad con pobreza material. Los confunde porque resume en un mismo vocablo (humildad), ambos conceptos.

ii) Como consecuencia de esta confusión provocada por una ambivalencia lingüística, es razonable proponer que algunas personas prefieren soportar las carencias materiales en vez de moderar sus impulsos narcisistas.

Cuando digo «prefieren», quiero decir (basado en la premisa de que el libre albedrío es una mera ilusión), que «no pueden evitar» las carencias materiales porque tampoco «pueden evitar» ser arrogantes, orgullosos, vanidosos.

O sea, la cultura nos exige ser humildes. Los que no pueden lograrlo en su carácter, terminan siéndolo en lo económico.


(1) La humillación terapéutica

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lunes, 9 de agosto de 2010

Pesimismo en defensa propia

En general, creemos conocer a alguien cuando nos enteramos de sus aspectos más negativos.

El poderoso instinto de conservación, hace una selección pesimista de la información que nos llega.

Como dicho instinto sólo se interesa por nuestra sobrevivencia y la sobrevivencia de la especie, no se preocupa para nada de la calidad de vida.

Ciegamente, ese instinto trabaja para que el fenómeno vida nunca se detenga.

Como estamos determinados por él y queremos ser inmortales, no nos animamos a condenar ese afán cuantitativo, tan prescindente de los valores cualitativos.

Muchas veces se nos oye criticar tímidamente a la medicina, cuando puede llegar al ensañamiento terapéutico con tal de mantener vivos a sus pacientes, pero tenemos que reconocer que los médicos también responden ciegamente a un instinto tan poderoso e intransigente.

Privilegiamos la información negativa en defensa propia, para sobrevivir, por razones instintivas.

A su vez, podemos constatar que el grado de pesimismo operante en cada individuo, suele estar relacionado con lo que le ha tocado vivir.

Algún escéptico dijo que «un pesimista no es más que un optimista con experiencia».

Cuando dos personas se divorcian, viven situaciones que —por muy dolorosas—, se tornan inolvidables.

Como dije, nuestra forma de funcionar bajo las órdenes inapelables del instinto de conservación, nos induce a sobrevalorar los aspectos peligrosos, desagradables y negativos.

Por otro lado, para una mayoría, es casi imposible soportar la soledad.

Dentro de esa mayoría, surgirán intentos de formar nuevos vínculos amorosos que terminen con la dolorosa falta de compañía.

Resumen y conclusión:

En todos estos fenómenos, hay una trampa digna de mención.

Dado que el instinto de conservación nos obliga a pensar que recién conocemos a nuestro cónyuge cuando nos divorciamos, todo nuevo candidato será un desconocido … y nadie desea unirse a quien no conoce.

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Los enemigos benefactores

En los humanos existe un fenómeno perceptivo, muy bien estudiado por la Gestalt (1), escuela teórica alemana, que —si me permite simplificar en forma radical—, ha desarrollado sesudos estudios sobre porqué percibimos mejor lo blanco cuando está rodeado de negro ... y a partir de ahí, todas las infinitas combinaciones de contrastes sensoriales e intelectuales que puedan existir.

Este característica nuestra nos lleva a preferir y buscar aquellos valores que denominamos genéricamente «positivos», exclusivamente porque existen los valores que denominamos genéricamente «negativos».

Aunque está en nuestra intención hacer desaparecer todo lo que nos molesta, es una suerte que no podamos lograrlo, porque quedaríamos totalmente desorientados. Equivaldría a una ceguera, como si todo fuera color blanco y nos quedáramos sin los imprescindibles contrastes que necesitamos para percibir.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, he llegado a elaborar la hipótesis de que Cuba tiene el gobierno que tiene porque a Estados Unidos le conviene, sobre todo a partir de que se terminó la guerra fría, cayó el Muro de Berlín y la URSS dejó de trabajar como elemento de contraste necesario para realzar la figura de los norteamericanos.

Esta hipótesis incluye suponer que el libre albedrío es ilusorio y también que estamos determinados por la naturaleza a travéz de los designios inconscientes, que son los que efectivamente nos ordenan qué hacer.

Por lo tanto, nadie es consciente de esta política internacional que incluye un bloqueo comercial, pobreza, el gobierno vitalicio de un blanco sobre una mayoría de negros y demás características de esta longeva situación.

Ahora estamos asistiendo a un período de cambio.

Como Fidel Castro se aproxima a su muerte, Estados Unidos (inconscientemente), está criando un sucesor.

Efectivamente: Hugo Chávez, es un buen cadidato para reemplazar a Fidel Castro en su tarea de preservar nuestra percepción de grandiosidad de Estados Unidos.

(1) Felizmente existen los feos
Mejor no hablemos de dinero
La indiferencia es mortífera
«Obama y yo somos diferentes»

«Soy fanático de la pobreza»
El diseño de los billetes
Amargo con bastante azúcar
El desprecio por amor

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Similitudes y diferencias entre izquierda y derecha

Sé que lo que diré a continuación puede molestar a algunos, pero por lo mismo que habré de decir, me siento autorizado a decirlo, ya que los humanos (todos, como especie), no somos capaces de hacer las cosas bien o mal, deliberadamente.

Todos hacemos lo mejor posible según nuestro discernimiento: algunos construyen hospitales para atender gratuitamente a los enfermos insolventes, otros fabrican pesticidas que mejoran la producción de hortalizas, aunque contaminan las corrientes de agua y otros se sienten designados por Dios para exterminar personalmente a todas las prostitutas.

Como trabajadores (obreros, empresarios, inversionistas), podemos adherir a una ideología de izquierda o de derecha.

Ambas tienen particularidades en común y otras que las diferencian.

Tienen en común que bregan por el bienestar de nuestra especie. Nadie defiende una filosofía que consista en sufrir, privarse o no aprovechar lo que cada uno considere más satisfactorio para su personal forma de disfrutar de la vida, gozar, tener lo mejor.

Tienen una diferencia significativa en cómo cada grupo organiza su relación con la naturaleza.

Desde mi punto de vista, la derecha es más natural que la izquierda. Trataré de explicarme.

Todos los seres humanos somos parte de la naturaleza y dentro de esta, somos animales omnívoros (porque nos alimentamos de toda clase de sustancias orgánicas).

La izquierda no niega esta condición, pero cree que debe retocar los designios naturales, admite y propone que debemos humanizar la naturaleza, mejorarla, rediseñarla.

La derecha la toma como es y su actitud es prácticamente depredadora, bestial, inconsciente, despiadada, contando con que ella (la naturaleza) sabrá defenderse y detenernos cuando nuestro abuso exceda de lo que ella puede tolerar.

En otro orden, la izquierda procura igualarnos a todos —contrariando a la naturaleza que nos hace diferentes—, mientras que la derecha, admite estas diferencias y procura usufructuarlas.

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Lo bueno que parece malo

Los humanos somos una en-presa con cinco teléfonos.

Digo en-presa porque

1) se parece a una industria, a un establecimiento industrial (nuestro cuerpo), que recibe insumos (alimento, aire, agua), para producir energía vital y renovar las células que mueren;

2) y también digo en-presa porque la naturaleza nos tiene presos de sus determinaciones.

Agrego además que tenemos «cinco teléfonos», aludiendo a nuestros cinco sentidos, que nos mantienen comunicados con los demás, con los clientes, con los proveedores, con los colaboradores, con los competidores.

La demanda de producción para una empresa le impone mucha actividad, tensión, estrés.

Durante los períodos de gran producción, los obreros están siempre ocupados, con muchas tareas a realizar por un salario.

Los jefes y capataces, van y vienen, reciben y trasmiten órdenes, transpiran, el tiempo se les pasa muy rápido, están continuamente entretenidos.

Anhelan los días de descanso (fines de semana, feriados, asuetos), para poder descansar, estar con su familia, practicar su actividad preferida (hobby, deporte, visitar amigos y parientes).

Es domingo de tarde, ya empiezan las protestas porque el fin de semana transcurre demasiado rápido.

El lunes es un día de malhumor, nuevamente la actividad intensa, los apuros, los problemas, los desentendimientos, máquinas que no funcionan, alguien que se siente mal y debe interrumpir su colaboración. Llega el momento de descansar, comer algo, reunirse con los compañeros por tan poco tiempo que ningún tema puede quedar terminado.

La tristeza, el aburrimiento, el desgano, son muy raros en un ambiente laboral intenso, donde siempre alguien nos está pidiendo algo.

La desocupación, la ausencia de alguien que nos reclame, que nos exija, que nos presione, parece un castigo. Quizá es la mortificación más agresiva de los sistemas carcelarios.

Somos una en-presa o una empresa, que funciona mal si los demás no la necesitan o no le exigen.

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La glándula que segrega ideas

Los seis mil setecientos millones de habitantes humanos que ocupamos este planeta, tenemos diferentes características y por eso segregamos pensamientos diferentes.

Me refiero a ideas, creencias, prioridades, costumbres, gustos.

La gran mayoría supone que cada uno piensa como piensa, porque así lo educaron, porque se convenció sólo, después de estudiar las diferentes opciones que encontró.

Esto puede ser así, aunque también puede ser de otra forma.

Tomemos una idea muy simple y analicémosla sin profundizar demasiado.

Digamos que una parte de los habitantes del planeta está a favor de comerciar con otros países y que la otra parte está a favor de no comerciar con países extranjeros.

Lo que propongo pensar es que, anatómicamente, unos y otros segregan esa idea, esa convicción, esa ideología que defienden.

Así como algunos miden más de un metro setenta centímetros y otros miden menos, unos tienen la piel oscura y otros más clara, unos son hombres y otros son mujeres, unos prefieren comerciar con el mundo y otros prefieren comerciar con los de su país.

La suposición de que cada uno piensa lo que quiere, hace que discutamos sobre ciertas ideas y que los partidarios de la globalización le insistan a sus opositores para que permitan la libre comercialización y estos aleguen que eso no es conveniente, aportando una cantidad de argumentos.

El intento tiene un resultado similar al que tendría insistirle a una persona alta que debe ser más baja, o tener la piel más oscura o cambiar de sexo.

Sin embargo, es cierto que algunas características se modifican por razones adaptativas (cambio de dieta por migración, de agilidad corporal por envejecimiento, de ideología por conveniencia).

Las causas por las que cambia nuestro pensamiento, son tan adaptativas como las causas de los cambios anatómicos (emigración, vejez, dieta, conveniencia, accidente, etc.).

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sábado, 17 de julio de 2010

La glándula que segrega ideas

Los seis mil setecientos millones de habitantes humanos que ocupamos este planeta, tenemos diferentes características y por eso segregamos pensamientos diferentes.

Me refiero a ideas, creencias, prioridades, costumbres, gustos.

La gran mayoría supone que cada uno piensa como piensa, porque así lo educaron, porque se convenció sólo, después de estudiar las diferentes opciones que encontró.

Esto puede ser así, aunque también puede ser de otra forma.

Tomemos una idea muy simple y analicémosla sin profundizar demasiado.

Digamos que una parte de los habitantes del planeta está a favor de comerciar con otros países y que la otra parte está a favor de no comerciar con países extranjeros.

Lo que propongo pensar es que, anatómicamente, unos y otros segregan esa idea, esa convicción, esa ideología que defienden.

Así como algunos miden más de un metro setenta centímetros y otros miden menos, unos tienen la piel oscura y otros más clara, unos son hombres y otros son mujeres, unos prefieren comerciar con el mundo y otros prefieren comerciar con los de su país.

La suposición de que cada uno piensa lo que quiere, hace que discutamos sobre ciertas ideas y que los partidarios de la globalización le insistan a sus opositores para que permitan la libre comercialización y estos aleguen que eso no es conveniente, aportando una cantidad de argumentos.

El intento tiene un resultado similar al que tendría insistirle a una persona alta que debe ser más baja, o tener la piel más oscura o cambiar de sexo.

Sin embargo, es cierto que algunas características se modifican por razones adaptativas (cambio de dieta por migración, de agilidad corporal por envejecimiento, de ideología por conveniencia).

Las causas por las que cambia nuestro pensamiento, son tan adaptativas como las causas de los cambios anatómicos (emigración, vejez, dieta, conveniencia, accidente, etc.).

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El erotismo de las abejas

Casi todos pagamos impuestos para contribuir con los gastos generales del Estado, de las oficinas centrales de nuestro país, donde se resuelven varios asuntos que nos conciernen a todos: salud, enseñanza, protección de quienes no pueden valerse por sí mismos, control de entrada y salida de personas, seguridad interna (delitos) y externa (invasión), más un profuso etcétera.

Hasta el ciudadanos más huraño, antisocial, egoísta, rico o pobre, «recibe de» o «entrega a» la tesorería del Estado de su país.

Este fenómeno ocurre dentro de nuestra especie.

En la naturaleza también ocurren otros intercambios, en los que una masa de aire cálido asciende, provoca un vacío que atrae el viento, pero a su vez, el agua evaporada y en forma de nubes, al recibir ese viento, se condensa y produce lluvias, mientras las abejas, para beber el néctar de las flores, depositan polen y —sin querer— las fecundan; con aquella lluvia, germinan algunas semillas que yacían sobre tierra fértil, más un profuso etcétera.

Sin caer en el facilismo de afirmar que «todo tiene relación con todo», es posible afirmar que la interacción que ocurre dentro del universo, es mucho más profusa (abundante, intensa) de la que tomamos conciencia.

En algunos artículos anteriores (1) he comentado sobre la verdad, la mentira y la sinceridad.

Es legítimo suponer que este fenómeno también forma parte de las interacciones propias de la naturaleza.

Participamos de la dinámica universal, tanto como el agua, el viento y las abejas, y de la interacción social como cualquier ciudadano.

El aire caliente se eleva aunque no quiera; el agua se evapora con el aire caliente, aunque no quiera; las nubes provocan lluvia si son enfriadas por una corriente de aire, aunque no quieran; las abejas fecundan las flores sin enterarse.

Somos sinceros o mentirosos, inevitablemente.

(1) La sinceridad molesta
El amor no es científico

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Hay una regla sin excepción

Casi todos estamos dispuestos a ovacionar el desempeño de esos ciudadanos excepcionales, que hacen las cosas mejor que los demás, ya sea en el trabajo, el deporte, el arte.

Esos personajes suelen convertirse en referentes, ejemplos a seguir, modelos a copiar.

¿Por qué algunos sobresalen, descuellan, se destacan?

Claramente existen motivos genéticos, biológicos y funcionales que son determinantes de esa excepcionalidad.

Hago especial hincapié en la suerte.

No depende para nada de esas personas, el haber sido más sanos, fuertes, resistentes, inteligentes y haber contado con los estímulos adecuados para desarrollar esas potencialidades.

Por lo tanto, si bien es grato conocer gente así, no creo que sea justo asignarles responsabilidad y mérito en sus logros.

Tampoco correspondería aplaudir a alguien que llega a millonario por recibir una herencia.

Si en nuestra comunidad hemos llegado a establecer razonables formas de redistribución del ingreso, sabemos que esos afortunados ciudadanos excepcionales, tienen más para repartir que otros menos afortunados.

Por ese buen motivo, merecen ser especialmente cuidados. De su existencia y mejor desempeño, dependen muchas otras personas menos favorecidas con los recursos que la suerte les ha asignado.

En suma: los ricos, los empresarios, los emprendedores, los genios, merecen una consideración especial, porque su existencia y bienestar, redunda en beneficio de muchos.

Aunque sé que suena brutal para los oídos románticos: son ciudadanos que sirven mucho.

Sin embargo, es justo reconocer que existe un motivo para acceder a la excepcionalidad, que es patológico aunque los resultados utilitarios que le aportan al resto del colectivo sean igualmente satisfactorios.

Un conjunto importante de grandes personas, busca desesperadamente obtener el título de excepcional, porque lo que precisan es negar, olvidar, suponer, creer, que son la excepción a nuestra inevitable condición de seres humanos enfermables, sanables y mortales (1)

(1) Medicina defensiva
Economía médica

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El universo de una sola pieza

Hasta donde he podido averiguar, la duda, la incertidumbre y la consiguiente angustia que ellas generan, son tan naturales en los seres humanos, como que todos caemos exclusivamente hacia abajo y no hacia los costados o hacia arriba.

También me parece cierto que el fenómeno vida depende en gran medida del movimiento que estamos obligados a hacer empujados por las molestias y atraídos por el placer que sentimos aliviándonos (1).

Fusionando ambas ideas, tenemos que las molestias son necesarias y que no sería bueno que, aplicando algún recurso ingenioso, dejaran de incomodarnos la duda, la incertidumbre y cualquier otro agente agresor, sin descartar los orgánicos (dolores físicos).

En varias ocasiones he comentado con ustedes que al comienzo de nuestra existencia extrauterina, estamos un buen tiempo pensando que todo está fusionado, que somos una sola cosa, nosotros, mamá, papá, la mascota, la casa, los olores (2).

Luego de esa maravillosa primera etapa, comenzamos a discriminar, y ahí nos enteramos que no existe tal fusión, sino que cada uno es un individuo separado, que mamá es mamá, papá es papá y yo soy yo.

Con el tiempo, la sociedad nos reconoce responsables de nuestros actos, nos premia o nos castiga por nuestra conducta. Nos confirma que «yo soy yo».

El conjunto de normas que organizan nuestra convivencia (moral, legislación, reglamentos), se basa en el supuesto de que existe el libre albedrío y que somos responsables de nuestros actos u omisiones.

Pero como la duda y la incertidumbre forman parte inevitable de nuestras mentes, algunos dicen que esto no es realmente así.

Estos dicen que cuando asumimos que somos sujetos, que «yo soy yo», accedemos a una ficción, a una creencia, a una ilusión y que los filósofos inventan argumentos para reforzarlas.

Lo real sería que integramos una totalidad indivisible, solidaria, comunitaria, cósmica.


(1) Ver el blog destinado a este concepto

(2) Tú y yo, ¡un solo corazón!
«Obama y yo somos diferentes»
«Todos para uno y uno para todos»
«Átame el zapato, ma»

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