sábado, 26 de febrero de 2011

La confianza mata al hombre o a su santo protector

Pagar antes o después de recibir la mercancía o servicio, evidencia la confianza que se tienen los intervinientes.

Para entender nuestra psiquis, es preciso mirar detrás del «biombo».

Corresponde explicar qué es «el biombo».

Hay suficientes pruebas de que nuestras acciones están casi totalmente determinadas por nuestro inconsciente.

No sabemos por qué somos rabiosamente puntuales, aunque si nos preguntan, daremos alguna explicación coherente. Por lo tanto, la puntualidad real está detrás del biombo (por ejemplo, mamá odia a quienes llegan tarde y yo no viviría sin su amor) mientras que la explicación es un relato que hemos construido (o plagiado, copiándoselo a otros) para no mostrarnos tan superficiales, caprichosos, antojadizos.

No sabemos por qué desearíamos hacer una limpieza étnica matando a los homosexuales, aunque si nos preguntan daremos alguna explicación coherente. Por lo tanto, la homofobia real está detrás del biombo (por ejemplo, horror a la propia homosexualidad) mientras que la explicación es un relato que podrá creer nuestro público, quienes nos rodean, inclusive nosotros mismos.

Veamos un caso muy frecuente en ciertas culturas.

Ante los perjuicios sufridos con una enfermedad, algunas personas

a) contratarán los servicios de un experto que primero cobra para luego comenzar a trabajar en la curación. En muchos países esto está organizado de tal forma que los potenciales usuarios del servicio, pagan una pequeña cuota mensual por si algún día necesitaran recibir atención médica;

b) entablarán un diálogo con su dios, santo o virgen, utilizando o no los servicios de un intermediario (sacerdote), prometiéndole (al personaje imaginario) determinado sacrificio, contribución u ofrenda, si logra la curación.

Detrás del biombo, en el primer caso el curador no confía en el usuario (por eso le cobra antes) y en el segundo, el usuario no confía en el santo curador (por eso le paga según los resultados).

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Mi corazón segrega mucho amor por ti

Lo que pensamos, sentimos, imaginamos, recordamos, son una consecuencia del funcionamiento orgánico autónomo, automático, propio de cualquier ser vivo.

Cada especie animal o vegetal (cabra, abeto) posee características que las hacen diferentes a las demás.

En realidad somos los humanos quienes con nuestra manera de pensar, encontramos rasgos similares y no podemos evitar la creación de categorías, calificaciones, comparaciones.

¿Por qué nuestra cabeza produce ideas, comparaciones, sentimientos, recuerdos?

La respuesta verdadera, no la busquen porque no existe. Sólo existen hipótesis (teorías explicativas), de las cuales acá va una.

Pero antes digo: Otra característica de nuestra mente es que a veces toma por verdaderas hipótesis convincentes, seductoras, divertidas.

Tomo como premisa que todo es materia. No existen espíritus, seres ideales. La magia es pura fantasía.

Parto del supuesto que esa materia está dotada de energía, está en constante movimiento, cambiando (de estructura o de lugar).

Nuestro cuerpo también: tiene una materia que está en permanente transformación.

Nuestro pensamiento (ideas, emociones, recuerdos) es parte de ese funcionamiento.

Todo lo que nos ocurre, si pasa por nuestra conciencia, nos genera un pensamiento. Lo que no pasa por nuestra conciencia, no genera pensamientos.

Por ejemplo, la falta de alimentos se hace consciente mediante el hambre y pensamos qué podríamos comer.

Algunos funcionamientos conscientes no son tan claros como el hambre y los pensamientos segregados son más inespecíficos.

Ante estos, suponemos historias explicativas: estoy triste porque se aproxima mi cumpleaños, estoy animoso porque ayer cobré el sueldo, no quiero atender el teléfono porque puede ser la tía Marlene que llama para quejarse.

Estos pensamientos (sentimientos, ideas, preocupaciones) son coherentes con el estado corporal que funciona automáticamente, como en cualquier ser vivo.

Las ideas que lo acompañan son posteriores, una consecuencia, pero no al revés: nuestras ideas no provocan malestares sino que los malestares provocan ideas.

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El acoso del deseo

El vocablo profusión significa abundancia pero encubre la promesa de recuperar nuestra maravillosa primera infancia.

Los psicoanalistas creemos que las personas no hablan sino que son habladas.

Esto que suena tan extravagante sugiere la idea de que un ventrílocuo nos tiene sentados en su rodilla, hablando bajo nuestra responsabilidad pero con sus ideas.

Por lo tanto, ¿qué queremos decir con que somos marionetas?

Lo que queremos decir los psicoanalistas es que estamos determinados:

— por una cantidad enorme de factores (genéticos, corporales, funcionales, históricos, culturales, coyunturales);

— por nuestro inconsciente;

— por nuestro idioma. Un ejemplo lo encontramos cuando decimos los niños para referirnos a un grupo de niñas y varones, priorizamos a estos últimos.

El presente artículo se refiere a otra particularidad de nuestro idioma que facilita el que seamos hablados.

En algunos artículos de reciente publicación (1), hice referencia a que los humanos quedamos perpetuamente condicionados por nuestra primera etapa de vida, es decir, las 40 semanas intrauterinas y los primeros 18 meses de vida extrauterina, cuando aún percibimos la realidad como un todo fusionado, sin poder discriminar que somos individuos, que los demás también lo son y que el universo está compuesto por piezas relacionadas pero no fusionadas.

Cuando decimos que el mercado capitalista tiene una profusión de artículos para la venta, queremos decir que son muchos, abundantes, variados, pero en realidad, en tanto somos hablados, lo que estamos diciendo es: existen muchos artículos que prometen restablecer el estado de fusión que sentimos cuando éramos muy pequeños.

El corte del cordón umbilical metafóricamente indica que hemos reconocido que somos individuos separados del resto, dotados del energizante e intenso deseo de volver a fusionarnos.

El consumismo funciona con quienes no soportan desear pues lo sienten como un acoso agresivo que intentan anular comprando artículos supuestamente aptos para recuperar la fusión (profusión).

(1) Vivo con ella porque es mi madre

Los ciudadanos con pañales

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El fin de los servicios maternales

Si nuestro inconsciente adulto insiste en que alguien nos alimente como mamá, viviremos en la pobreza material y con resentimientos hacia esa sociedad que nos destrata con desconsideración, mezquindad y tacañería.

Si vamos de lo general a lo particular, nuestra conducta está determinada por las características propias de los seres vivos, de los mamíferos, de los humanos, de nuestra historia personal y de las condiciones reinantes en cada momento de nuestra vida.

Por esto, si existiera el libre albedrío, tendría una incidencia insignificante.

He comentado (1) que todos estamos expuestos a fenómenos que ocurren en el vientre de nuestra madre y durante el primer año y medio de vida.

Ese comienzo nos marca una tendencia que luego repetiremos con bastante exactitud e insistencia.

La repetición no es con el mismo formato original sino como una metáfora.

Por ejemplo:

— tratamos de reproducir en nuestro hogar algo tan cómodo como lo que nuestro inconsciente recuerda del útero donde fuimos gestados;

— tratamos de que nuestra heladera sea grande y procuramos mantenerla bien provista, como imaginamos los senos de nuestra madre;

— nos enamoramos de alguien que nos mime como aquel primer ser humano que nos enseñó a amar, nos mostró cómo reacciona nuestro cuerpo a las caricias, al balanceo, a la tibieza, a la suavidad, a los ricos perfumes, a la higiene.

El realismo y capacidad de tolerancia esperable en nuestra adultez, nos permitirá, en mayor o menor medida, conformarnos con objetos y situaciones similares aunque no idénticas, a las vivencias inconscientemente registradas en nuestra niñez.

Si bien aquellos objetos y situaciones infantiles no volverán jamás, podremos (o no) conformarnos con los bienes y servicios que podamos conseguir y podremos tolerar (o no), tener que trabajar para ganarnos un salario, aunque mamá nunca nos pidió nada a cambio de todo lo que nos dio.

(1) La insatisfacción vitalicia

Mi mamá y mi marido me miman

La lucha nuestra de cada día

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La admiración hacia quienes desconfían de nosotros

Los proveedores poderosos nos obligan a pagarles por adelantado, y paradójicamente, eso hace que confiemos más en ellos.

En otro artículo (1) retomé la antigua metáfora de comparar a los humanos agresivos con lobos y a los humanos mansos con corderos.

El texto pretende aportar otro punto de vista más sobre las posibles causas de la pobreza patológica, porque algún día, ustedes y yo, encontraremos las soluciones que hace milenios venimos buscando.

Son muy pocas las personas que admiten ser cobardes.

Si bien son pocas las personas que hacen ostentación de valentía (por temor a que alguien los desafíe a demostrarlo), la mayoría nos mantenemos en un punto medio, en el que desearíamos que nos cataloguen de valientes sin pedirnos alguna demostración.

Esta polivalencia afectiva (queremos pero no queremos, desearíamos ser considerados valientes pero mejor que nadie trate de comprobarlo, nos fascina identificarnos con héroes, heroínas, superpoderosos, líderes muy populares, ...), esta polivalencia afectiva —repito—, no hace más que debilitarnos, deprimirnos, aportarnos inseguridad, bajar nuestra autoestima. En resumidas cuentas, nos afinca en el polo de la cobardía aguda, crónica y sistemáticamente negada.

Ahora veamos otro artículo (2) donde les comento que cuando compramos una mercancía o un servicio donde nos cobran por adelantado, nos están obligando a confiar en ese proveedor y —simultáneamente—, están desconfiando de nuestra vocación de pago, honestidad, responsabilidad.

Acá encontramos una relación lobo-cordero. Quien cobra primero tiene la fuerza y agresividad suficiente como para imponernos sus condiciones, nos obliga a confiar en el lobo.

Ocurre entonces, que como nos cuesta reconocer nuestra cobardía, no solo pagamos lo que nos piden sino que estamos dispuestos a defender a nuestro lobo para demostrar que pagamos por adelantado, no por miedo sino por convicción, haciendo uso de nuestro idílico libre albedrío.

(1) La cadena alimentaria de los caníbales urbanos

(2) La confianza mata al hombre o a su santo protector

Artículo vinculado:

El amor atamorizado

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Ellas tienen motivos para llorar... y celar

Para las mujeres, separarse de su pareja es más problemático que para los varones.

Lo único que efectivamente indica que hombres y mujeres pertenecemos a la misma especie (humana), es que sólo pueden ser fecundadas por varones. El semen de ninguna otra especie las embaraza (1).

A partir de este único hecho específico, surgen otros de menor valor real, aunque nuestra mente —porque terminó de formarse fuera del útero materno—, hace que los varones hayamos establecido un vínculo especial con nuestra madre e indirectamente con las mujeres.

Por su parte, las niñas también tienen una evolución cerebral similar, pero las consecuencias son diferentes porque ambas (madre e hija), tienen una anatomía similar.

Que la ciencia aún no haya descubierto cómo se generan las producciones afectivas, filosóficas o religiosas, no es suficiente prueba de que surjan de una entidad no material (espíritu, alma), como piensan los idealistas.

Como les decía en (2), el instinto femenino detecta con gran precisión, qué varones poseen el capital genético más adecuado para combinarse con el de ellas y gestar nuevos ejemplares que mejoren la especie.

Aunque nuestra cultura distorsiona los hechos reales, son las mujeres las que eligen al o a los varones que pueden fecundarla.

Por su parte, los elegidos podrán fecundarlas siempre que no estén inhibidos por la represión neurótica (matrimonio, timidez, inmadurez afectiva) o alguna otra característica invalidante (impotencia, homosexualidad, esterilidad).

Es por eso que las mujeres sufren las rupturas afectivas mucho más que los varones, pues para estos casi cualquier mujer pueden atraerlos, pero ellas nunca eligen cualquier varón sino a unos pocos que su instinto les impone.

Los creyentes en el libre albedrío gozan con teorías mucho más románticas que esta.

Los nazis se creían una raza superior. Con una soberbia similar, también podemos creer que somos una especie superior.

(1) Una hipótesis de lo peor

Nadie es mejor que mi perro

Ya sé por qué no me entiendes

Ser varón es más barato

(2) «A éste lo quiero para mí»

«Soy celosa con quien estoy en celo»

«La suerte de la fea...»

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La publicidad nos castiga

El idioma español «sugiere» rechazar el progreso económico de los hispanos.

El lenguaje es nuestro sistema operativo así como Windows, Linux o Mac lo son de las computadoras (1).

Esta comparación entre el lenguaje y el sistema operativo de los procesadores, es bastante confiable puesto que uno y otro permiten un diálogo, entre la persona y sus semejantes o entre una máquina y quien la usa, respectivamente.

Una de las semejanzas está en que el lenguaje es una herramienta que condiciona a quien la usa.

Efectivamente, los humanos no podemos pensar lo que se nos antoja porque estamos condicionados por la estructura del lenguaje que aprendimos (español, inglés, francés) y —de modo similar— el usuario de una computadora no puede manejarla a su antojo porque el sistema operativo también tiene cierta estructura que habilita algunas prácticas y otras las vuelve imposibles.

Veamos un ejemplo que, deliberadamente, es el motivo central de este artículo.

El verbo castigar significa causar dolor (físico o moral) a quien fue condenado por cometer una falta.

Cualquier hispanoparlante que consultemos, nos dirá que castigador es quien castiga (a quien fue condenado por cometer una falta).

Pero nuestro sistema operativo, que dirige nuestros actos, que nos prohíbe pensar caprichosamente, nos impone algo sorprendente.

Castigador, no solamente es quien ejecuta un castigo sino también quien «despierta amor pero no lo corresponde», es decir que son castigadoras las personas seductoras, conquistadoras y audaces.

Necesito dar un paso más para decir que las personas seductoras, conquistadoras y audaces son las que más trabajan, se asocian y se arriesgan para acceder a una mejor calidad de vida (ganar dinero, enriquecerse, progresar).

Es legítimo suponer que nuestro lenguaje (sistema operativo humano) nos condiciona para rechazar a quienes intenten mejorar económicamente porque es casi imposible aceptar, acompañar y —mucho menos— amar a un castigador.

(1) ¿Qué versión de inconsciente posee usted?

Los cerebros están en red

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Gracias a Dios, los ateos no creemos en ...

Los religiosos y los ateos somos neuróticos muy similares, inclusive en la creencia de que somos muy distintos.

Los neuróticos somos mayoría.

Por ser mayoría, es posible decir que nosotros somos los normales, en tanto es norma padecer estas distorsiones de la realidad (negarla, proyectar las responsabilidades o culpas en los demás, creernos algo omnipotentes, estar en conflicto con nuestros deseos homosexuales, padecer leves y llevaderas obsesiones, fobias, histeria, paranoia, hipocondría y demás adornos psicológicos).

¿Qué diferencia hay entre un neurótico religioso y un neurótico ateo (como yo)?

La diferencia no deja de ser formal.

Los religiosos están pendientes de no pecar transgrediendo los preceptos de su dios, libro sagrado y tradición, mientras que los ateos estamos pendientes de no pecar transgrediendo nuestras propias aspiraciones, proyectos de vida e ideales.

Tanto los mandatos religiosos como las aspiraciones programáticas de los ateos, son en gran medida apartados de los designios de la naturaleza.

Ambas posturas ante la vida, implican forzar en parte nuestros instintos, responden más bien a los reglamentos propios de la cultura que integramos.

En otras palabras, religiosos y ateos somos fieles a un «deber ser», según las palabras de Dios o según los principios, filosofía, doctrina, ideología, respectivamente.

La expresión «somos fieles a» atiende a quienes, a su vez, creen en el libre albedrío y debería decir «estamos determinados por» para atender a los creyentes en el determinismo.

Religiosos y ateos cometemos el mismo error: suponemos que algo está bien mientras que su contrario, está mal.

Dicho de otro modo: los religiosos creen en el error de los ateos y viceversa.

Correlativamente a esta diferencia básica, los religiosos confían más en los religiosos y desconfían de los ateos porque somos materialistas.

Los ateos dudamos del realismo de los religiosos, pues cuentan con un ser (Dios) de existencia imaginaria.

Blog vinculado:

Dios

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Una lluvia de palabras provoca una tormenta de ideas

Toda acción de un ser vivo, es un fenómeno natural que transforma algo del universo.

Los deterministas creemos que yo estoy escribiendo este artículo porque no puedo dejar de hacerlo y que usted está leyendo porque no lo puede evitar.

Existo con este cuerpo por la combinación aleatoria de ciertos genes cuando mis padres me concibieron, luego me educaron lo mejor que pudieron, estudié lo que casualmente más me gustaba, aprendí todo lo que mi inteligencia pudo entender y recordar, … más una enormidad de factores casuales (accidentales, azarosos), que me llevaron a escribir este artículo ahora.

Quienes suponen poseer el don de elegir lo que prefieren, me dicen con gran sentido común: «Si todo está determinado aleatoriamente, si no tenemos la facultad de influir en nuestras vidas, ¿entonces para que se esfuerza tanto en mostrar lo que usted considera verdadero si, de todos modos, nadie podrá hacerle caso, ni ser persuadido, ni modificar la conducta que ya está determinada?»

Mi primer respuesta es: Escribo porque no puedo evitarlo, así como la luna no puede cambiar su recorrido, los vientos soplarán inevitablemente, una semilla generará un frondoso árbol cuando coincidan ciertas condiciones o un meteorito caerá en algún lugar del Océano Pacífico.

En mayor o menor medida, todos los estímulos nos influyen y nos modifican: Alguien nos habla, sentimos frío, ingerimos un medicamento.
Esos cambios (la mayoría, imperceptibles), se producen porque todos los organismos vivos están (estamos) en un constante proceso de adaptación.

Por lo tanto, mi segunda respuesta es: Lo que hablamos, escribimos, aconsejamos, escuchamos, leemos, nos influye, aunque no podamos percibirlo.

Por eso, algo o alguien es alterado, estimulado, transformado por nuestras acciones porque estas también son fenómenos naturales.


En suma: los seres vivos no hacemos nada sino que formamos parte de un movimiento universal.

Artículo vinculado:

Nadie elige ser rico o pobre

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Nadie elige ser rico o pobre

Todos nuestros acontecimientos están determinados por la suerte.

Imaginemos que en pocos días llegan a un cierto territorio deshabitado, 500 familias.

El motivo de esta inmigración es que comenzarán los trabajos de construcción de una fábrica o una represa hidroeléctrica o un puente.

Ocurrirá que otras personas, ajenas a las obras que se realizarán, también llegarán al nuevo poblado para vender mercancías y servicios (comestibles, ropa, reparaciones).

En estos casos, es probable que una mayoría intente ganar dinero haciendo las tareas más rentables (que generen más ganancias con menos inversión de trabajo y capital).

Llegará un momento en que las modalidades laborales más convenientes, dejarán de serlo porque demasiadas personas se dedican a lo mismo.

Este fenómeno (saturación de la oferta), obligará a muchos comerciantes a cambiar de rubro o a irse del lugar.

Quienes harán varios intentos diferentes, comenzarán vendiendo verduras, luego carne, luego ropa, luego zapatos, hasta que encuentren el negocio más conveniente.

En poco tiempo podremos observar que algunos comerciantes serán más prósperos que otros: o porque eligieron la tarea más enriquecedora o porque supieron administrarla mejor.

Simplificando aún más: en pocos meses ya tendremos ricos y pobres.

Quienes creen en el libre albedrío suponen que cada uno hace y obtiene lo que quiere. Quienes creemos en el determinismo, suponemos que cada acontecimiento es el resultado de un conjunto variado de «suertes» (aciertos, casualidades, coincidencias). Por ejemplo:

— Llegar primero que otros, favorece contar con más opciones.

— Conocer la oportunidad, estar en condiciones de mudarse, contar con los recursos suficientes, depende en última instancia de la suerte de algunos y simultáneamente del infortunio de otros;

— Elegir la mejor opción es casual aunque los creyentes en el libre albedrío insistan en que los afortunados hicieron lo posible para ganar y que los desafortunados no hicieron lo posible para ganar.

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Una lluvia de palabras provoca una tormenta de ideas

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Alguien robó mi gripe

Los seres humanos sanos, buscamos al placer y el dolor, indistintamente.

Nuestro funcionamiento mental depende tanto del acierto como del error.

En este caso no me refiero a los lapsus que pueden interpretarse como escapes del deseo inconsciente.

Para quienes no lo recuerdan, el lapsus es un error involuntario al hablar, al escribir, al actuar.

Puesto que:

— nuestras acciones están determinadas por los instintos, los deseos inconscientes, la casualidad, el azar, la genética, las costumbres, los prejuicios;

— y que el libre albedrío no pasa de ser una creencia más,

es posible deducir que los errores forman parte imprescindible de nuestro funcionamiento mental.

Prejuiciosamente

— consideramos que una conducta es acertada cuando nos conduce al placer, y

— consideramos que una conducta es errada cuando nos conduce al dolor.

Les propongo pensar que no es cierto que evitemos el dolor y que si pensamos que lo evitamos es porque nuestro instinto de conservación nos obliga a ser lógicos y coherentes.

Me explico mejor:

Hemos aprendido que el dolor nos anuncia un peligro para nuestra integridad física y hasta para nuestra sobrevivencia.

Por lo tanto, todos desarrollamos el reflejo condicionado (automatismo) de apartarnos de los estímulos dolorosos y nos manifestamos abiertamente en contra de ellos.

Sin embargo, es posible pensar que esto no es así en verdad, sino que por el contrario, poseemos la incoherencia de huir de algunos agentes agresores y acercarnos a otros agentes agresores.

Huimos

— del fuego que pueda quemarnos,
— de los alimentos tóxicos,
— de los fenómenos naturales devastadores,

pero nos aproximamos disimuladamente

— a pérdidas económicas,
— a vínculos muy perturbadores,
— a enfermedades,
— nos exponemos a ciertos accidentes,
— elegimos gobernantes corruptos,
— adherimos a un equipo deportivo porque generalmente fracasa,
— etc.

Es normal buscarnos problemas y soluciones, dolor y placer, peleas y reconciliaciones, pérdidas y ganancias.

Vivir es precisamente esto.

Nota: La imagen muestra un Encierro de San Fermín

Artículo vinculado:

Atracción fatal

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