viernes, 2 de agosto de 2013

Los dolores del parto y los ciudadanos culpables

 
Aunque el parto no es biológicamente doloroso, en nuestra cultura necesitamos ser hijos endeudados (¿culpables?) de madres sufrientes.

En dos artículos (con sus videos) anteriores (1), les he comentado que el parto de las mamíferas no es anatómica y fisiológicamente doloroso, pero sin embargo duele. En algunos casos duele tanto que las mujeres gritan con desesperación.

El dolor del parto existe, lo que quizá ocurra es que las causas de ese dolor no sean las popularmente conocidas sino otras.

El sentido común nos asegura, con total convicción, que si la cabecita de un niño sale por la vagina, sólo puede ocurrir en condiciones tremendamente traumáticas, penosa, sacrificiales.

El sentido común no toma en cuenta que ese cambio transitorio en la elasticidad de los tejidos está predeterminado hormonalmente.

Para sostener esta creencia durante siglos tenemos que tener motivos, como por ejemplo, que a las mujeres les convenga dramatizar la experiencia, es decir, darle un valor trascendente, emocionante, espectacular.

Claro que la mentira es un fenómeno individual y no colectivo. Los colectivos nunca pueden organizarse para mantener un dato falso. Por eso el dolor de parto es innecesario, teóricamente imposible, pero para que esto se mantenga las mujeres deben sufrir realmente, para lo cual deben estar sugestionadas, convencidas, hipnotizadas por la creencia popular en el parto doloroso.

En suma: muchas mujeres padecen partos mortificantes, altamente penoso, temibles.

Una de las consecuencias de esta creencia popular tiene que ver con la deuda de gratitud que tiene el ser humano desde el momento de nacer. Alguien tuvo que «sacrificarse» para que él naciera.

De hecho nadie repara en cómo nuestros padres gozaron en el momento de la concepción (fecundación). Nadie piensa que somos el resultado de una experiencia pasional, de erotismo supremo, de un goce maravilloso.

Preferimos madres sufrientes y niños eternamente endeudados (¿culpables?).

   
(Este es el Artículo Nº 1.950)


La agresividad y la conservación de la especie




Quizá la Naturaleza nos necesita más agresivos porque el consumismo nos ha vuelto apáticos hasta para conservar la especie.

Todos los puntos de vista son interesantes, aunque algunos más que otros.

Son más interesantes aquellos que ratifican nuestras creencias y menos interesantes los que las cuestionan.  Si además de interpelarlas, se oponen, las descalifican o las ignoran, esos puntos de vista se convierten en antipáticos.

Paradójicamente, la oposición radical, enojada, combativa, es mucho más interesante que la indiferente.

La confrontación excita nuestra natural dualidad, ambivalencia, duplicidad, incoherencia. Los adversarios nos ponen de mal humor, pero ¡cuán útiles son! Si ellos supieran cuánto benefician a sus enemigos quizá moderarían los ataques.

El acoso, importunación, también llamado bullying, siempre existió, pero en la actualidad parece más grave, agudo, preocupante.

Siempre existió dentro de los grupos combatientes, entre gente preparada para la defensa armada del país, para el combate de la delincuencia, para neutralizar los ataques terroristas.

Para estos profesionales de la violencia es natural, divertido, pero también necesario.

El trato entre superiores y subordinados es grosero, rudo, áspero, despótico, irritante. Las bromas entre los de la misma jerarquía son de mal gusto, despiadadas. El concepto de diversión es bastante diferente al de los ciudadanos civiles.

Pero repito: este clima laboral, estudiantil y profesional es parte de la formación.

En la sociedad civil era más escaso, pero ahora aparece con mayor frecuencia y preocupa a los padres, maestros, autoridades encargadas del orden público.

Un motivo de esta sensación colectiva está determinado, o por lo menos favorecido, por la mayor información habitualmente circulante.

Otro motivo podría estar dado porque el exceso de comodidades, propio de la modernidad, nos está atrofiando peligrosamente.

Quizá la Naturaleza nos necesita más agresivos, atentos, crispados, porque el consumismo nos ha vuelto indolentes, gordos, sin ganas de conservar la especie.

(Este es el Artículo Nº 1.966)

El patrimonio es un rasgo anatómico




La cantidad de dinero que buscamos y obtenemos está determinada por los requerimientos orgánicos de cada uno.

Tengo mis dudas si algún día llegaremos a saber cómo funcionamos los seres vivos.

Por ahora tenemos unas cuantas ideas que sólo resultan sorprendentes si las ponemos al lado de la ignorancia total, pero que se convierten en unas pocas nociones si las ponemos al lado de todo lo que nos falta conocer de nuestra especie y su vinculación con el medio ambiente.

Pondré un solo ejemplo que es el que me tiene muy conmovido porque esta mañana me avisaron que falleció el hijo menor de un compañero de trabajo.

Este joven de 19 años participaba en una carrera de autos («picada») con otros amigos que se reúnen en una avenida de esta ciudad.

No sé realmente por qué estos jóvenes se arriesgan hasta el punto de que, cada tanto, alguno de ellos muere aplastado por los hierros de su automóvil.

Tengo una hipótesis que comparto con ustedes.

Estos muchachos necesitan dosis extra de adrenalina. Sus cuerpos reclaman excitación fuerte. Si no la tienen se deprimen, se enferman. Esta adrenalina la obtienen corriendo riesgos con su auto precisamente porque cada tanto uno de ellos muere o queda cuadripléjico.

El desenlace trágico es el verdadero activador de estas prácticas que entristecen a todos quienes nos enteramos.

Una hipótesis bastante confiable, que intenta corregir la falta de conocimientos mencionada al principio, es que cada uno de nosotros funciona con insumos genéricos (comida, abrigo, amor) más otros especiales de cada uno (riesgo, dolor físico, conflictos sociales).

Según esta hipótesis la disponibilidad de dinero también es un insumo especial de cada uno. Algunos necesitan la abundancia, otros la moderación, otros la escasez.

Para no enfermar, tarde o temprano conseguimos lo que el cuerpo nos exige.

Artículo vinculado:


(Este es el Artículo Nº 1.937)

La armonía global de la que dependemos




La salud o la enfermedad, la vida o la muerte, están determinadas por la coordinación armónica de factores ajenos a nuestro control.

En otro artículo (1) comento que la cantidad de dinero del que cada uno dispone está determinada por sus características orgánicas personales.

En el artículo mencionado digo que la cantidad de dinero que cada uno tiene está relacionada con lo que su cuerpo necesita tener.

Estoy comparando el dinero con la glucosa, la urea, la sangre, el aire, el agua.

En otras palabras, nuestro cuerpo está permanentemente utilizando miles de insumos propios de nuestro planeta. Algunos insumos están adentro de nosotros (glucosa, urea, agua) y otros están afuera.

De los insumos que están afuera del cuerpo, algunos son propios de la naturaleza (atmósfera, suelo firme, atracción gravitacional) y otros son propios de la cultura (leyes, costumbres, urbanización).

Estamos sanos durante todo el tiempo que se mantiene un equilibrio dinámico de estos factores necesarios o imprescindibles.

Estamos sanos durante todo el tiempo en que nuestro nivel de azúcar (o urea) en la sangre se mantiene dentro de cierto rango de valores, mientras estamos adecuadamente hidratados, mientras nuestros órganos funcionan correctamente.

Estamos sanos durante todo el tiempo que la atmósfera conserva ciertos valores de oxígeno, el nivel del mar no asciende en exceso, los vientos circulan a cierta velocidad.

Estamos sanos durante todo el tiempo que las condiciones sociales conservan ciertos rasgos de orden, seguridad, previsibilidad, solidaridad, respeto mutuo.

Es posible pensar que cada instante de nuestra vida está posibilitado (habilitado, permitido) por la armonía cambiante que tienen los factores que la hacen posible.

Cada organismo (animal o vegetal) puede tolerar algunas alteraciones de esta armonía global sin dañarse. Toda extralimitación (por exceso o por escasez), produce deterioros que pueden ser reversibles (enfermedad curable) o irreversibles (secuelas irreversibles o muerte).


(Este es el Artículo Nº 1.948)

El libre albedrío y «yo no fui»



 
El creyente en el libre albedrío, cuando algo le sale mal, se convierte en un injusto irresponsable diciendo: «Yo no fui».

Ser humilde es cuestión de suerte y, a su vez, para creer en la suerte hay que tener suerte.

No cualquiera tiene la suerte de creer en la suerte pues una mayoría cree que «Querer es poder» y, por lo tanto, hace esfuerzos sobrehumanos para tener tanto poder como él quiere. Desafortunadamente no siempre tiene tanto poder como quiere y, ante esta desventura, no tiene la suerte de pensar que «Querer es poder» es una frase equivocada: tiene la mala suerte de pensar que la frase está bien pero que en algo se equivocó.

Para poder creer en que no tenemos libre albedrío hay que tener suerte.

Quienes creemos en el determinismo suponemos que cada acontecimiento está provocado inexorablemente por una conjunto de factores, ajenos a nuestro control, que casualmente se juntaron para provocar mis decisiones, mis actos, mis pensamientos.

Quienes creen en el libre albedrío difícilmente puedan ser humildes porque siempre están expuestos a pensar que hacen y deshacen, que todo lo controlan, que todo lo pueden.

Claro que los seres humanos no somos tan poderosos como para soportar tanta responsabilidad. Por el contrario, si en algo nos diferenciamos del resto de los animales es en que somos bastante más vulnerables que los demás.

Quienes tengan la mala suerte de creer en el libre albedrío no tienen más remedio que enfrentarse a un protagonismo que por un lado es deliciosamente embriagador y por el otro es insoportablemente agobiante.

Ante esta pesadumbre, y porque tampoco tiene otra alternativa, el creyente en el libre albedrío, cuando ve que también debería hacerse cargo de lo que le sale mal, entonces se convierte en un injusto irresponsable. Rápidamente dice: «Yo no fui».

(Este es el Artículo Nº 1.957)