He comentado con ustedes que el libre albedrío no existe.
Por lo tanto, es posible pensar que nuestra conducta está determinada por factores predisponentes (nuestra anatomía y fisiología) y factores desencadenantes (los que en este momento me hacen actuar como actúo).
En el artículo titulado La selección natural y laboral les decía que un cargo (puesto de trabajo) debe ser ocupado por quienes naturalmente están capacitados para desempeñarlo.
Exagerando sólo para ser más claro, lo que quiero es decir es que cada puesto laboral debería ser ocupado por quienes parecen haber nacido para hacer esa tarea.
Esta aseveración es coherente con la suposición de que, al no existir el libre albedrío, nadie puede hacer la tarea que se le plazca, porque sus propias condiciones personales (predisponentes y desencadenantes) determinan qué podemos hacer bien, en tiempo y forma, sin cansarnos demasiado y disfrutándolo.
Esta afirmación trae aparejada su contraria: nadie puede realizar bien una tarea, si no nació para realizarla, si la realiza a pura fuerza de voluntad, porque no tiene más remedio, por obligación, presionado, a disgusto o caprichosamente.
Las relaciones de pareja pueden analizarse con un criterio similar.
Hay realmente un trabajo en la adaptación de los gustos, preferencias y criterios de dos personas que se seleccionan mutuamente para acompañarse en la vida.
Cada uno es como es, según su naturaleza.
El conjunto de factores predisponentes que lo caracterizan, darán lugar a determinadas reacciones (y no otras) provocadas por los diferentes factores desencadenantes que vayan ocurriendo.
Si alguien se descontrola porque el otro llega tarde, no pudo controlarse. Es un error pensar que pudo controlarse, pero que por alguna maligna intención prefirió no hacerlo.
Los árboles cambian, los insectos mutan, los humanos nos adaptamos.
El cómo y el cuándo ocurren esas transformaciones, lo deciden la naturaleza y el azar.
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