sábado, 1 de mayo de 2010

Cállate que estoy hablando

No hace mucho publiqué un artículo titulado Palabras que curan donde les comentaba que la ciencia se acerca a confirmar que los fenómenos anímicos (pensamiento, sentimientos, deseos) son también una función orgánica en la que participan neuronas, hormonas, fenómenos eléctricos.

En esa publicación centraba mi atención en comentarles el poder curativo del psicoanálisis suponiendo que la relación afectiva de diálogo entre un analista y un analizante, produce cambios orgánicos permanentes.

Más recientemente, en otro artículo titulado Soy libre de hacer lo que deba continuaba el tema de la origen orgánico de nuestras conductas para concluir que esta constatación científica demostraría que el libre albedrío es una construcción social creada para poder encontrar culpables y suponer que las dificultades propias de la convivencia se solucionan mediante un castigo ejemplarizante.

Seguramente usted conoce personas que no la dejan hablar porque la interrumpen alegando por ejemplo que si no lo dicen en ese momento después se olvidan.

Quienes no dejan hablar porque sólo hablan ellos podrían ser ejemplos de cómo el hecho de hablar, no sólo es curativo dentro de un encuadre psicoanalítico sino que también lo usamos para aliviarnos. Quien nos interrumpe padece un dolor que sólo se alivia si habla cuando encuentra alguien que lo escucha.

Otro fenómeno muy frecuente es el de quienes necesitan quedarse con la última palabra. El contexto de este fenómeno siempre es de confrontación, donde se están cotejando el poder de cada uno y donde se sobrentiende que el silencio equivale a claudicar, perder, ceder, reconocer que el otro tiene más poder, mejores argumentos, que es dueño de la verdad.

Entonces hablar y quedarse con la última palabra es algo deseado, beneficioso, quizá calmante. ¡Vaya si son importantes las palabras!

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