martes, 2 de octubre de 2012

Las demandas de amor



   
Nuestras sociedades tienden a ser tristes, quejosas y lloronas porque una mayoría procura llamar la atención exhibiéndose dolorosamente necesitada.

Quienes creemos en el determinismo suponemos que nada está bajo nuestro control sino que, por el contrario, todo ocurre sin nuestra intervención aunque subjetivamente imaginamos que las acciones que no podemos evitar fueron en realidad decididas por nosotros.

Estadísticamente podríamos decir que nueve de cada diez personas no creen en el determinismo porque suponen ser dueñas de hacer lo que quieren.

Estas nueve personas que se creen dueñas de hacer lo que quieren tendrán que estar de acuerdo conmigo en:

— que es harto difícil quedarse impávido ante el llanto de un niño; en

— que es bastante difícil quedarse impávido ante el llanto de un adulto enfermo, caído o herido; y en

— que no resulta fácil quedarse impávido ante el llanto de un adulto que aparentemente no está ni enfermo ni accidentado.

Otro punto de contacto entre quienes creen en el libre albedrío y los deterministas es el que refiere a que todos necesitamos ser amados o muy amados. Nuestras acciones están bastante determinadas por nuestra incansable e insaciable búsqueda de amor, afecto, comprensión, compañía, caricias, miradas.

Las miradas son nuestra demanda permanente y universal más modesta, menos pretenciosa, más humilde: menos que ser mirados (o escuchados) no podemos pedir.

Según estos antecedentes podemos comenzar a pensar que, tanto para los deterministas como para los creyentes en el libre albedrío, la alegría, el bienestar, la serenidad, son estados que nos exponen a no ser objeto de las manifestaciones de amor, afecto, comprensión, compañía, caricias y miradas que tanto necesitamos.

Según estos antecedentes podemos concluir pensando que nuestras sociedades tienden a ser tristes, quejosas y lloronas porque una mayoría trabaja  permanentemente para llamar la atención de los demás exhibiéndose dolorosamente necesitada.

Otras menciones del concepto «necesitamos ser amados»:

               
(Este es el Artículo No. 1695)

 

El suicidio como enfermedad terminal




 
El determinismo nos permite suponer que no hacemos nuestra voluntad y que un suicida hace lo que no podría evitar.

El suicidio es muy angustiante para quienes queríamos al suicida y más penoso aún si suponemos que él nos quería.

Si contábamos con ese amor, constituye una fuerte desilusión entender que en realidad tanto no nos quería porque de habernos amado como imaginábamos, ¿cómo puede ser que se haya privado de nuestra compañía, amistad, existencia?

Por el contrario, cuando alguien muere por causas ajenas a su voluntad, sentimos un dolor más puro, menos suspicaz y hasta veneramos con mayor intensidad a quien la muerte lo apartó de nuestro lado, seguramente muy a pesar suyo, él quería quedarse para seguir amándonos pero un triste accidente lo privó de nuestra existencia.

En muchos casos tenemos que hacer un esfuerzo especial para no condenar abiertamente a quien se quita la vida. Es tan grande el esfuerzo que ya mucha gente, cuando habla con los deudos del fallecido, se anima a indagar si tiene sentimientos positivos o negativos hacia él.

Todos estos fenómenos ocurren porque popularmente creemos en el libre albedrío y no creemos en el determinismo.

Efectivamente, la ciencia, que tampoco puede abandonar su creencia en el libre albedrío, se queda con la explicación de que el suicida es una persona que cometió un acto voluntario y responsable. Con la premisa del libre albedrío es posible suponer que el suicida es en realidad en condenable homicida, por más que la víctima de su crimen haya sido él mismo.

Quienes descreemos del libre albedrío estamos mejor posicionados para suponer que los suicidas son personas afectadas por una enfermedad terminal, tan efectiva como cualquier otra.

El determinismo nos permite suponer que no hacemos nuestra voluntad y que un suicida hace lo que no podría evitar.

(Este es el Artículo Nº 1.691)