lunes, 3 de septiembre de 2012

Las dificultades estimulantes



   
En algunos casos, nos complacen las dificultades para comprar.

Todo lo que hacen las mujeres para obtener el semen del varón que prefieren por su dotación genética (1), está determinado por el instinto.

Ellas, al mirarlo de cierta forma, logran que el varón se acerque por más tímido que haya sido hasta ese momento.

Ella logra que el varón se mueva de cierta forma, tal como haría un titiritero con su muñeco, para que, sorteando los obstáculos que interpone la cultura, terminen fecundándose.

Algo que ella tiene que lograr, no voluntariamente sino por puro instinto, es que él tenga una erección pues de otra forma no podría penetrar en la vagina para descargar el semen que expulsan las contracciones orgásmicas de él.

Para que ese tejido cavernoso se llene de sangre dándole turgencia (dureza), ella sabe, desde hace miles de años, que al varón le gustan las dificultades propias de un cazador. Por eso ella, sin saber, sin proponérselo, sin aplicar técnicas leídas en algún libro de autoayuda, simplemente tiene ganas de postergar ese momento, ella se excita negándose a que ocurra lo que más desea; ella aumenta su deseo resistiéndose, fingiendo desinterés, «histeriqueando», como diría algún irónico misógino (que odia a las mujeres).

Una vez que los instintos de ambos han llegado al punto de maduración óptimo, el varón la penetrará con pasión, con energía, quizá también con violencia desmedida, pero el lago seminal de ella quedará felizmente desbordado por un buen tiempo, aumentando las posibilidades de que en 40 semanas tengamos con nosotros a un nuevo terrícola.

Bajo ciertas circunstancias, es bueno que el cliente tenga dificultades en comprar lo que más desea, ya sea por lo costoso, lo difícil de conseguir, lo que hay que esperar para recibirlo.

En algunos casos, nos complacen las dificultades para comprar.

Otras menciones del concepto «las mujeres eligen a los varones»:

         
(Este es el Artículo Nº 1.658)

La incomprensible diferencia entre futuro y pasado




El desconocimiento del idioma hace que un ciudadano confunda el «tiempo futuro» con el «tiempo pasado».

En otro artículo (1) les comento que nuestra cultura no sabe explicar «para qué hay que tener conocimientos de utilidad desconocida».

Los jóvenes que tienen que cumplir con las tareas escolares muchas veces les preguntan a los adultos para qué tienen que estudiar tal o cual asunto, siendo que en su proyecto de vida jamás tendrán necesidad de saber sobre “El Quijote”, ni sobre la raíz cuadrada de 9, ni sobre los tiempos verbales.

Casualmente quería hacerles un comentario sobre la conjugación de los verbos, por tratarse de un obstáculo frecuente en la vida estudiantil.

Desde el punto de vista semántico, «El verbo significa una acción, proceso o estado de hechos situado en un tiempo determinado.» (2)

En Modo Indicativo, «Cuando se afirma algo, el tiempo absoluto de referencia es el presente. A partir de este presente podemos hablar de hechos pasados y de hechos futuros. Todo lo acaecido antes del presente es, pues, el pasado o pretérito. Todo lo acaecido después del presente será el futuro.» (2)

Con estas dos definiciones que copio y pego de Wikipedia, estamos en condiciones de pensar que los niños y jóvenes que no tienen más remedio que estudiar idioma español, tendrán que pasar por entender estos fenómenos lingüísticos.

¿Qué podemos contestarles los adultos cuando nos preguntan para qué molestarse estudiando esto que aprendieron desde pequeños?

Los hechos parecen demostrar que el conocimiento que suponen tener desde pequeños es bastante escaso.

Los ciudadanos, que creen conocer su idioma porque lo hablan desde pequeños, escuchan una promesa expresada en Tiempo Futuro del Indicativo («haré», «solucionaré», «ustedes obtendrán»), como si fuera expresada en Tiempo Pasado del Indicativo («hice», «solucioné», «ustedes obtuvieron»).

Quienes votan alentados por una promesa, no entienden profundamente su idioma.

   
(Este es el Artículo Nº 1.666)

La globalización pacifista




La globalización ha disminuido tanto los rasgos que nos diferencian, que guerrear para igualarnos, casi no tiene sentido.

La brutalidad y la violencia desatada son inevitables en un ser humano que aún no ha encontrado formas más ingeniosas de resolver sus asuntos.

Un asunto tiene que resolverse cuando les causa angustia a las personas afectadas.

La angustia es un yacimiento de energía que habrá de canalizarse (descomprimirse) para resolver los factores angustiantes, siguiendo la línea del menor esfuerzo.

La angustia, como toda energía que se acumula, genera una presión que la puede convertir en explosiva (estallido social).

Les propongo un ejemplo: los humanos nos angustiamos cuando tememos quedarnos sin comida. Este factor angustiante nos moviliza como para que tomemos resoluciones en orden creciente de dificultad:

1º) hacemos compras en el supermercado;

2º) nos desplazamos hasta donde se cosechan o fabrican alimentos;

3º) hacemos una importación desde los países productores;

4º) invadimos los países productores.

De hacer compras de alimentos en plaza a invadir un país productor, hay una gran diferencia de esfuerzo.

El temor a una tercera guerra mundial quizá esté determinando que agudicemos nuestro ingenio para encontrar soluciones menos costosas, esforzadas y trágicas.

Los costos que tuvieron la primera y la segunda, fueron traumáticos.

Es probable que la globalización, (odiada por tantas personas), sea la gran solución para que ya no sea necesario arrasar los límites políticos e invadir pueblos extranjeros.

A medida que vamos perdiendo autonomía, identidad nacionalista, encierros culturales, todos nos parecemos más, nos influimos y podemos negociar sin el protagonismo de las armas.

La globalización nos hace perder amor narcisista, orgullo nacionalista, apasionamiento patriótico. Por esto es tan odiada. Los gobernantes populistas estimulan este odio para ganar adeptos.

La globalización ha disminuido tanto los rasgos que nos diferencian, que guerrear para igualarnos, casi no tiene sentido.

Otras menciones del concepto «globalización»:

     
(Este es el Artículo Nº 1.663)

El éxito que provoca un fracaso



 
Cuando nos sintamos instalados en una situación exitosa, quizá nos convenga cambiar de actividad.

En otro artículo (1) les comentaba que no es muy importante en qué estaba pensando el autor de alguna frase célebre que llegó hasta nuestro días para llamarnos la atención.

Allí decía que lo verdaderamente útil es saber que podríamos interpretar hoy de aquel pensamiento.

Esto es así porque todo está determinado, no solo por su contexto, (histórico, político, geográfico), sino también por la ideología del autor.

Saber qué quiso decir el emisor de aquel pensamiento solo podría ser útil para sus biógrafos y eventualmente para los historiadores, pero para nadie más.

La frase de marras dice: “Las instituciones fracasan victimas de su propio éxito” y, alineado con lo que acabo de decir, no estoy interesado en saber qué quiso decir el Barón de Montesquieu (1689 - 1755), cuando la dijo.

Me interesa saber si la idea contenida en esa frase podría ser cierta hoy y por qué.

Lo primero que me viene a la mente es que la palabra «éxito» se parece llamativamente a la palabra inglesa «exit» (salida).

Esta idea me lleva pensar que la frase significa: «Las instituciones fracasan cuando llegan a su meta...a la puerta de “salida”... al final de su razón de existir...cuando ya no tiene más motivo para funcionar».

Si lo vemos a nivel individual, los matrimonios (institución) fracasan cuando se quedan sin nuevos desafíos, intereses, incertidumbres.

Otra idea que podemos pensar hoy, y que nos dé utilidad práctica, refiere a que cuando algo llega a ser exitoso, es probable que baje el nivel de esfuerzo, de focalización, interés, preocupación, todo lo cual predispone el fracaso de cualquier emprendimiento.

Pensando en nuestro nivel individual, la frase podría sugerirnos hoy que, cuando nos sintamos próximos al éxito, cambiemos de actividad.

 
(Este es el Artículo Nº 1.643)

La influencia de lo «normal»



 
La palabra «normal» surge de un consenso antojadizo, conservador y autoritario. Puede influirnos o no.

Decimos que algo es «normal» cuando, «por su naturaleza, forma o magnitud, se ajusta a ciertas normas fijadas de antemano».

Hasta cierto punto nos estamos haciendo trampa cuando fijamos de antemano normas pretenciosas, ambiciosas, idealistas, caprichosas, autoritarias.

Por ejemplo: si usted y yo vivimos en una isla desierta y nos ponemos de acuerdo en que el clima ideal para ese lugar es «nublado pero sin lluvia», cada vez que se cumpla esa condición que caprichosamente hemos determinado usted y yo, «tendremos un clima normal».

Cuando la cantidad de personas afectadas por los criterios de «normalidad» aumenta, las consecuencias de ese vocablo aumentan.

¿Qué ocurre cuando por el motivo que sea, se nos ocurre pensar que lo «normal» es que los varones pacten con las mujeres, en grupos de a dos, una convivencia que recién finalice cuando fallezca uno de los dos?

Quienes acepten esa forma de «normalidad», estarán sometidos inevitablemente a buscar que eso ocurra y se verán dolorosamente frustrados cuando tengan que divorciarse antes de enviudar.

La incapacidad para criticar las «normas» de convivencia nos expone a recibir los beneficios de integrar un rebaño y los perjuicios de hacer lo que nuestra naturaleza no admite.

Dicho de otro modo: si alguien opta por cumplir estrictamente las tradiciones del colectivo al que pertenece, sabe que contará con la aprobación y protección de los líderes conservadores de esa cultura y sabe que contará con la reprobación y ataque de los líderes liberales (no conservadores) de esa cultura.

Cada uno se volcará hacia donde se sienta más cómodo y menos incómodo, o sea, con más ventajas y menos desventajas.

En suma: La palabra «normal» surge de un consenso antojadizo, conservador y autoritario. Puede influirnos o no.

(Este es el Artículo Nº 1.658)