René Descartes (imagen) fue un genial filósofo francés que vivió casi 54 años entre 1596 y 1650.
Sin embargo, es justo reconocer que también han existido otros filósofos con méritos similares pero que corrieron con menos suerte y por lo tanto sus aportes han pasado desapercibidos o sistemáticamente ignorados.
Cuando alguien hace un aporte que cambia el curso de la historia, tiene suerte si esa idea beneficia a los poderosos de turno. Si su propuesta molesta, es aconsejable que se dedique a otros asuntos (carpintería, cuidar la huerta, escribir poesías).
Descartes buscó la certeza y encontró que había algo indiscutible: quien piensa, existe (está vivo).
Dijo en latín «cogito, ergo sum» que siempre se traduce como «pienso, luego existo».
Acá «luego» no significa «más tarde» sino «por lo tanto», «deduzco que», «estoy en condiciones de asegurar que».
La traducción completa es: «si estoy pensando, puedo asegurar que existo».
Para llegar a esta conclusión, se propuso dudar de todo lo que se pudiera dudar (duda metódica).
Empezó desconfiando de los cinco sentidos (ver, tocar, etc.), pero también desconfió del pensamiento porque los sueños son tan realistas que no es posible afirmar si estamos dormidos o despiertos.
Esta duda radical sobre la confiabilidad de los sentidos (propios del cuerpo) lo llevó a la certeza de que la verdad (si pienso, existo) sólo puede surgir de la mente.
Con esto pudo demostrar que estamos compuestos por un cuerpo (mortal) y una mente (inmaterial y por lo tanto inmortal) (dualismo cartesiano).
La suerte de Descartes consistió en inventar un razonamiento que pudo usarse para darle apoyo científico a las creencias religiosas (existencia del alma inmortal, con libre albedrío porque no está condicionada por el cuerpo y por eso, capaz de pecar o hacer el bien, etc.).
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