sábado, 17 de julio de 2010

La glándula que segrega ideas

Los seis mil setecientos millones de habitantes humanos que ocupamos este planeta, tenemos diferentes características y por eso segregamos pensamientos diferentes.

Me refiero a ideas, creencias, prioridades, costumbres, gustos.

La gran mayoría supone que cada uno piensa como piensa, porque así lo educaron, porque se convenció sólo, después de estudiar las diferentes opciones que encontró.

Esto puede ser así, aunque también puede ser de otra forma.

Tomemos una idea muy simple y analicémosla sin profundizar demasiado.

Digamos que una parte de los habitantes del planeta está a favor de comerciar con otros países y que la otra parte está a favor de no comerciar con países extranjeros.

Lo que propongo pensar es que, anatómicamente, unos y otros segregan esa idea, esa convicción, esa ideología que defienden.

Así como algunos miden más de un metro setenta centímetros y otros miden menos, unos tienen la piel oscura y otros más clara, unos son hombres y otros son mujeres, unos prefieren comerciar con el mundo y otros prefieren comerciar con los de su país.

La suposición de que cada uno piensa lo que quiere, hace que discutamos sobre ciertas ideas y que los partidarios de la globalización le insistan a sus opositores para que permitan la libre comercialización y estos aleguen que eso no es conveniente, aportando una cantidad de argumentos.

El intento tiene un resultado similar al que tendría insistirle a una persona alta que debe ser más baja, o tener la piel más oscura o cambiar de sexo.

Sin embargo, es cierto que algunas características se modifican por razones adaptativas (cambio de dieta por migración, de agilidad corporal por envejecimiento, de ideología por conveniencia).

Las causas por las que cambia nuestro pensamiento, son tan adaptativas como las causas de los cambios anatómicos (emigración, vejez, dieta, conveniencia, accidente, etc.).

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El erotismo de las abejas

Casi todos pagamos impuestos para contribuir con los gastos generales del Estado, de las oficinas centrales de nuestro país, donde se resuelven varios asuntos que nos conciernen a todos: salud, enseñanza, protección de quienes no pueden valerse por sí mismos, control de entrada y salida de personas, seguridad interna (delitos) y externa (invasión), más un profuso etcétera.

Hasta el ciudadanos más huraño, antisocial, egoísta, rico o pobre, «recibe de» o «entrega a» la tesorería del Estado de su país.

Este fenómeno ocurre dentro de nuestra especie.

En la naturaleza también ocurren otros intercambios, en los que una masa de aire cálido asciende, provoca un vacío que atrae el viento, pero a su vez, el agua evaporada y en forma de nubes, al recibir ese viento, se condensa y produce lluvias, mientras las abejas, para beber el néctar de las flores, depositan polen y —sin querer— las fecundan; con aquella lluvia, germinan algunas semillas que yacían sobre tierra fértil, más un profuso etcétera.

Sin caer en el facilismo de afirmar que «todo tiene relación con todo», es posible afirmar que la interacción que ocurre dentro del universo, es mucho más profusa (abundante, intensa) de la que tomamos conciencia.

En algunos artículos anteriores (1) he comentado sobre la verdad, la mentira y la sinceridad.

Es legítimo suponer que este fenómeno también forma parte de las interacciones propias de la naturaleza.

Participamos de la dinámica universal, tanto como el agua, el viento y las abejas, y de la interacción social como cualquier ciudadano.

El aire caliente se eleva aunque no quiera; el agua se evapora con el aire caliente, aunque no quiera; las nubes provocan lluvia si son enfriadas por una corriente de aire, aunque no quieran; las abejas fecundan las flores sin enterarse.

Somos sinceros o mentirosos, inevitablemente.

(1) La sinceridad molesta
El amor no es científico

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Hay una regla sin excepción

Casi todos estamos dispuestos a ovacionar el desempeño de esos ciudadanos excepcionales, que hacen las cosas mejor que los demás, ya sea en el trabajo, el deporte, el arte.

Esos personajes suelen convertirse en referentes, ejemplos a seguir, modelos a copiar.

¿Por qué algunos sobresalen, descuellan, se destacan?

Claramente existen motivos genéticos, biológicos y funcionales que son determinantes de esa excepcionalidad.

Hago especial hincapié en la suerte.

No depende para nada de esas personas, el haber sido más sanos, fuertes, resistentes, inteligentes y haber contado con los estímulos adecuados para desarrollar esas potencialidades.

Por lo tanto, si bien es grato conocer gente así, no creo que sea justo asignarles responsabilidad y mérito en sus logros.

Tampoco correspondería aplaudir a alguien que llega a millonario por recibir una herencia.

Si en nuestra comunidad hemos llegado a establecer razonables formas de redistribución del ingreso, sabemos que esos afortunados ciudadanos excepcionales, tienen más para repartir que otros menos afortunados.

Por ese buen motivo, merecen ser especialmente cuidados. De su existencia y mejor desempeño, dependen muchas otras personas menos favorecidas con los recursos que la suerte les ha asignado.

En suma: los ricos, los empresarios, los emprendedores, los genios, merecen una consideración especial, porque su existencia y bienestar, redunda en beneficio de muchos.

Aunque sé que suena brutal para los oídos románticos: son ciudadanos que sirven mucho.

Sin embargo, es justo reconocer que existe un motivo para acceder a la excepcionalidad, que es patológico aunque los resultados utilitarios que le aportan al resto del colectivo sean igualmente satisfactorios.

Un conjunto importante de grandes personas, busca desesperadamente obtener el título de excepcional, porque lo que precisan es negar, olvidar, suponer, creer, que son la excepción a nuestra inevitable condición de seres humanos enfermables, sanables y mortales (1)

(1) Medicina defensiva
Economía médica

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El universo de una sola pieza

Hasta donde he podido averiguar, la duda, la incertidumbre y la consiguiente angustia que ellas generan, son tan naturales en los seres humanos, como que todos caemos exclusivamente hacia abajo y no hacia los costados o hacia arriba.

También me parece cierto que el fenómeno vida depende en gran medida del movimiento que estamos obligados a hacer empujados por las molestias y atraídos por el placer que sentimos aliviándonos (1).

Fusionando ambas ideas, tenemos que las molestias son necesarias y que no sería bueno que, aplicando algún recurso ingenioso, dejaran de incomodarnos la duda, la incertidumbre y cualquier otro agente agresor, sin descartar los orgánicos (dolores físicos).

En varias ocasiones he comentado con ustedes que al comienzo de nuestra existencia extrauterina, estamos un buen tiempo pensando que todo está fusionado, que somos una sola cosa, nosotros, mamá, papá, la mascota, la casa, los olores (2).

Luego de esa maravillosa primera etapa, comenzamos a discriminar, y ahí nos enteramos que no existe tal fusión, sino que cada uno es un individuo separado, que mamá es mamá, papá es papá y yo soy yo.

Con el tiempo, la sociedad nos reconoce responsables de nuestros actos, nos premia o nos castiga por nuestra conducta. Nos confirma que «yo soy yo».

El conjunto de normas que organizan nuestra convivencia (moral, legislación, reglamentos), se basa en el supuesto de que existe el libre albedrío y que somos responsables de nuestros actos u omisiones.

Pero como la duda y la incertidumbre forman parte inevitable de nuestras mentes, algunos dicen que esto no es realmente así.

Estos dicen que cuando asumimos que somos sujetos, que «yo soy yo», accedemos a una ficción, a una creencia, a una ilusión y que los filósofos inventan argumentos para reforzarlas.

Lo real sería que integramos una totalidad indivisible, solidaria, comunitaria, cósmica.


(1) Ver el blog destinado a este concepto

(2) Tú y yo, ¡un solo corazón!
«Obama y yo somos diferentes»
«Todos para uno y uno para todos»
«Átame el zapato, ma»

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¿Cómo me ven?

Cuando usted y yo entramos al Museo del Prado (Madrid), nos cruzamos con una estatua del pintor español Diego Velázquez (1599 - 1660), como para comenzar a entender la importancia de lo que vamos a ver.

Ahora observemos por un momento su cuadro más famoso: Las Meninas (imagen).

Es enorme y los personajes que ahí figuran, están en su tamaño natural ... igual que usted y yo.

Esta obra nos da una idea interesante de algo que nos sucede todo el tiempo pero que no acostumbramos observar.

El pintor (lo vemos a nuestra izquierda), nos está mirando, nos está tomando como modelo, para hacer su cuadro.

Si lo que él pintó es lo que usted y yo estamos mirando, entonces deberíamos suponer que él está mirando un espejo para luego dibujar lo que en él se refleja.

Por lo tanto, los que miramos el cuadro que Velázquez está pintando, somos un espejo.

Vayamos a una situación más cotidiana —porque pocas veces estamos siendo retratados por un pintor famoso—.

Alguna vez habremos hechos gestos o le hemos hablado a un espejo (yo prefiero hacerlo usando el del botiquín del baño, porque no quiero que nadie me vea).

Hemos hecho esto para ensayar nuestra mejor imagen ante la posibilidad de una entrevista de trabajo, amorosa, reclamatoria.

Sabemos que cuando ocurrió la entrevista, fue el otro quien nos provocó algunos cambios en los gestos y el discurso que habíamos ensayado.

En suma: nosotros somos como los demás dicen que somos, pero ¡atención!: eso que los otros dicen que somos, no son ocurrencias antojadizas, imaginarias, falsas.

Quienes nos miran (y funcionan como nuestro espejo), están condicionados por la cultura para «ver» (interpretar, evaluar, opinar, aprobar, reprobar, amar, apoyar, combatir, defender, etc.) de una cierta manera.

Artículos vinculados:

Lo feo de ser lindo
Las palabras son parte del viento
Las primeras horas

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La psiquis según el materialismo

Hay quienes piensan que es necesario tener fracasos, para obtener la idoneidad suficiente.

¿Cuántos puentes se le deben caer a un futuro buen ingeniero?

¿Cuántos pacientes se le deben morir a un futuro buen médico?

Quienes han recibido la doctrina del martirio pedagógico, del sufrimiento educador, de «la ley con sangre entra», están constituidos para suponer que el dolor es un gran maestro y que provocarlo permite acelerar (controlar) el proceso de maduración (desarrollo, crecimiento personal).

De nuestra especie sabemos poco.

Conocemos nuestro cuerpo hasta donde nuestros sentidos y tecnología lo permiten, pero ignoramos lo que nuestros sentidos y tecnología no perciben.

Es posible pensar que las creencias (prejuicios, ideología, fobias) son las que son porque nuestro cuerpo es como es y funciona como funciona (¡perdone la obviedad!).

En otras palabras: si yo creo que existe Dios, es porque mis células tienen tal morfología (forma, estructura, característica) que segregan ese pensamiento.

Por el contrario, si soy ateo es porque mis células son y funcionan de tal manera que descartan la existencia de un ser superior.

El psicoanálisis demuestra que el habla cambia (a veces en forma definitiva) esa estructura anatómica y fisiológica (células y su funcionamiento).

Por su parte, la psiquiatría demuestra que la ingestión de ciertas sustancias, provocan transformaciones con mayor rapidez (y menor estabilidad) que las palabras oídas o leídas.

En suma: quienes están anatómica y fisiológicamente constituidos para provocarse dolor y fracasos, lo hacen porque su cuerpo (especialmente el cerebro y ciertas glándulas), funciona bien así.

El cuerpo de los demás está constituidos para pensar que la mejor estrategia consiste en aprender de los errores ajenos y de los propios que no se pudieron evitar.

El cuerpo de algunos lectores podrá aceptar este punto de vista y el de otros, no.

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Los pobres juegan en el equipo contrario

La creencia en el libre albedrío incluye suponer que los pobres son pobres porque quieren.

También incluye suponer que los enfermos lo están porque no supieron cuidarse lo suficiente.

Cualquier infortunio del prójimo, le permite suponer a un sacerdote del libre albedrío, que (el infortunado) «algo habrá hecho».

Comentaba días pasados que el fútbol (1) es un deporte en el que se teatraliza una ética (es decir, un estilo de conducta, una forma de actuar), según la cual un equipo destina la mayor cantidad de energía a defenderse y una pequeña, a buscar los errores del oponente y así provocar su fracaso que —según las reglas del juego—, se convierte en el éxito del primero.

Por lo tanto, dicho de otra forma, en esta apasionante teatralización, tenemos un juego de suma negativa (uno gana y otro pierde).

Con esta misma lógica del fútbol —en tanto sus reglas de juego representan una forma de actuar en la vida competitiva que nos impone el capitalismo y la naturaleza—, sucede lo mismo con los dineros que deberíamos reunir para ayudar a los menos favorecidos por las circunstancias (niños, enfermos, ancianos, mujeres con muchos hijos, desocupados).

Como digo en un artículo publicado hoy (2), quienes no hacen su aporte para el Estado (quitándole a éste recursos para ayudar a los menos favorecidos), cuentan con el apoyo de una hinchada que se constituye en cómplice, probablemente porque interpretan la situación como si fuera un partido de fútbol.

Es probable que los cómplices consideren que el Estado recaudador es «el equipo contrario» y que el ciudadano evasor es «el equipo» que merece ser alentado.

Esta situación (libre albedrío que culpa a los pobres y defensa infantil de los evasores) conjuga actitudes humanas, repudiables pero inmejorables, mientras se sigan ocultando con hipocresía y demagogia.

(1) Los descuidistas se llevan el trofeo

Lo urgente es enemigo de lo importante

El fútbol es un calmante

(2) Los cómplices de los cobardes evasores

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Pobreza preventiva

Supongo que tanta gente cree en el libre albedrío porque:

— imaginan que hacen lo que desean, que son dueños de sus actos, que pueden tomar auténticas decisiones;

— prefieren diferenciarse de los animales que parecen esclavos de sus instintos;

— prefieren diferenciarse de los animales domésticos que parecen esclavos de sus amos;

— es una hipótesis necesaria para el ordenamiento social ya que, suponiendo que los humanos son culpables de sus delitos, es posible aplicar castigos ejemplarizantes además de aplacar la sed de venganza de las víctimas.

El psicoanálisis parte de la base de que estamos determinados, que todas nuestras acciones responden a móviles que están fuera de nuestro control (pulsiones, instintos, deseos, necesidades orgánicas, creencias, fantasías).

La misma teoría supone que tenemos interés en negar ese determinismo.

El dinero es un recurso que nos concede libertades.

Expresado así, parece flagrantemente contradictorio con lo dicho anteriormente.

Sin embargo, estamos determinados por muchos factores (como participantes de la dinámica natural) y el dinero, es un recurso natural exclusivo de la nuestra especie.

Este recurso está integrado a nuestra naturaleza, como las herramientas, las armas, los medicamentos.

Los humanos que tienen dinero, cuentan con un factor más que influye (determina) su conducta, desempeño, actitud.

Por el contrario, los humanos que carecen de ese recurso, tienen un campo de acción más limitado.

En cualquier otra especie, también podemos observar que algunos ejemplares cuentan con más tamaño, fuerza, temeridad.

Dentro de nuestra especie, es probable que una mayoría de ejemplares (los pobres son esa mayoría), no sepa qué hacer con la libertad que les concedería el dinero si lo tuvieran.

En suma: la ineptitud natural (biológica y funcional) para usar la libertad que da el factor dinero, podría ser una condición protectora de los pobres patológicos.

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El indio ‘Toro sentado’ era fuerte pero vago

Para los coleccionistas de palabras raras, les paso una que quizá les guste:

Antroponimia: Estudio del significado original de los nombres y apellidos.

Un chiste muy difundido, cuenta que un indígena se presentó a la oficina de identificación civil para cambiar su nombre, por considerarlo excesivamente extenso.

En vez de llamarse Mensaje que viaja de nube en nube, deseaba llamarse Fax.

El nombre que los padres les asignan a sus hijos, antiguamente pretendía la asignación de un rol, una característica, una virtud, pero actualmente se acostumbra nominar teniendo en cuenta la sonoridad y la moda.

Quienes creemos que el psicoanálisis tiene opiniones creíbles sobre cómo funciona la psiquis, suponemos que estamos parcialmente influidos por el nombre que nos dieron.

Hasta cierto punto recibimos alguna influencia del significado original, en tanto es probable que exista en nuestro inconsciente alguna referencia a ese dato (saber filogenético, herencia arcaica).

Por ejemplo, quienes se llaman Ana, quizá tengan alguna influencia de su significado original que es «compasión».

Quienes nos llamamos Fernando, quizá tengamos alguna influencia de su significado original que es «inteligente, atrevido, osado».

Quienes se llaman Walkiria, quizá tengan alguna influencia de su significado original que es «La que elige a las víctimas del sacrificio».

A estas definiciones propias de los nombres, se agregan los significados originales de los apellidos.

Además, desde pequeños nos inculcan los valores de nuestra cultura, nos hacen entender que veneramos a nuestros héroes porque hicieron y dijeron ciertas cosas que nos convendría imitar.

No nos faltarán influyentes comentarios sobre cómo deberíamos ser según nuestro signo zodiacal, o según nuestra dotación genética.

Las experiencias buenas y malas, marcarán a fuego ciertos criterios personales.

Conclusión: las influencias determinantes que recibimos, no dejan espacio para que exista el libre albedrío.

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