martes, 1 de mayo de 2012

Los hábitos heredados


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Si los seres humanos somos seres exclusivamente biológicos, tanto la genética como las costumbres determinarán nuestra actitud frente al dinero.

Mi propuesta de suponer que somos exclusivamente seres biológicos, implica desconocer el llamado «dualismo cartesiano» (1).

Desde este otro punto de vista intento ver algo que nos ayude a terminar con la pobreza patológica, es decir, aquella carencia económica que el resto de la sociedad tiene que, injustamente, esforzarse por compensar.

Al suponer que sólo somos seres biológicos, podemos decir que el pensamiento (ideas, creencias, prejuicios, criterios, actitudes) es segregado por algún órgano especializado, probablemente el cerebro.

Tradicionalmente sólo pensamos que herencia es la genética (además de la económica en bienes) pero descuidamos la herencia propia de la educación, los ejemplos, las tradiciones.

Más de la mitad de los adolescentes admite hacer compras impulsivas. La familia es fundamental en este tema.

Si usted hace compras y sus hijos ven que no las usa, seguramente los estará educando para ser compradores impulsivos.

Si usted compra bienes importantes (electrodomésticos, vehículos, muebles) sin consultar otros precios, está educando a sus hijos a no cuidar el dinero, a dejarse llevar por la comodidad del despilfarro.

Si usted está en un país donde es costumbre que ciertas transacciones estén obligatoriamente precedidas de regateos pero usted no tiene ese hábito, estará educándolos con la mejor pedagogía para no participar de esa práctica en desmedro del rendimiento del dinero.

Las costumbres pueden ser hereditarias, tanto como los genes.

Por el contrario, y en concordancia con mi propuesta de suponer que somos exclusivamente seres biológicos, corresponde decir que así como no se trasmiten genéticamente todas las características de los padres, no todos los jóvenes «copiarán» la política (buena o mala) frente al dinero. Algunos hijos quizá se esfuercen por hacer todo lo contrario a las enseñanzas recibidas.


(Este es el Artículo Nº 1.539)

Nuevos roles femeninos



La capacidad performativa del lenguaje determina cada vez menos la supuesta incompatibilidad del sexo femenino con los roles de poder.

Las mujeres tienen una forma de comportarse determinada por su anatomía y por el rol asignado en cada cultura.

Toda su anatomía es determinante en mayor o menor grado porque así ocurre en cualquier ser vivo.

Por ejemplo, ellas corren como lo hacen porque la arquitectura ósea a la altura de la cadera está diseñada para soportar al niño que gesten; la forma del aparato fonador (boca, cuerdas vocales, laringe), es especial y por eso resulta fácilmente diferenciable una voz femenina de una masculina; los gestos para hablar están determinados 100% por normas culturales, por los usos y costumbres que indican cómo debe comportarse una mujer.

Los rasgos primarios son los anátomo-fisiológicos, tales como los senos, la vagina, la menstruación y los rasgos secundarios son los conductuales: cómo corre, cómo habla, cómo gesticula.

Hace meses mencioné, dentro de un relato de ficción (1), a la filósofa norteamericana Judith Butler (1956 - ), quien en varios libros ha puesto el acento en el fenómeno performativo del lenguaje, es decir, la capacidad del lenguaje para instaurar fenómenos concretos.

El caso al que quiero referirme ocurre cuando el fenómeno performativo se verifica cuando alguien dice de un recién nacido: «es varón» o «es niña».

Ese hecho lingüístico instaura fenómenos concretos, por eso es performativo, pre-formativo, un pre-determinante.

La mencionada filósofa, Judith Butler, trabajó en particular sobre las inadecuaciones observables en quienes parecen tener el cuerpo equivocado (transexuales, homosexuales), pero el presente artículo solo quiere señalar que está perdiendo eficacia el fenómeno performativo que sugería la incapacidad femenina para gobernar (2), para detentar el poder y hasta para ser militar.

Más aún, la mujeres que desempeñan esos roles pueden hacerlo sin perder su femineidad.



Otras menciones al concepto «función performativa»:

 

(Este es el Artículo Nº 1.552)

Un mito sobre las relaciones incestuosas



La prohibición del incesto nos frustra y para aliviarnos inventamos el mito de que la descendencia entre parientes sería monstruosa.

Dentro de la extensa lista de disparates que tomamos como verdades confirmadas, está aquella según la cual la prohibición del incesto existe porque los hijos seguramente serán defectuosos, deformes, enfermos, tarados, en suma: la descendencia gestada con familiares genera hijos monstruosos.

Como mencioné en otro artículo (1), una leyenda urbana es una historia creíble pero horripilante, que nos muestra cuán amenazados estamos.

Por lo tanto, si usted desea tener o ya tuvo hijos con un familiar, podrá constatar que esa no es la razón por la que el incesto está prohibido.

¿Cuál es la razón de este mito? ¿Para qué sirve esta creencia? ¿Qué ganamos aceptándola como verdadera?

La prohibición del incesto es un problema para todos y cada uno de nosotros.

El deseo de casarnos con mamá para tener hijos con ella es universal. Varones y nenas desearían hacerlo.

Las nenas se enfrentan a un segundo problema: además de la contrariedad que significa para ellas ver frustrada una buena fantasía, no pueden tener hijos con mamá porque en nuestra cultura está mal vista la homosexualidad.

El sexo más útil (2), el que soporta el 90% de la carga biológica necesaria para la conservación de la especie, comienza su vida erótica con dos problemas en lugar de uno (como los varones).

Las niñas, no solamente quieren tener hijos incestuosos sino que además desean tenerlos con otra mujer.

Los varones, felizmente tan afortunados, solo nos veremos frustrados en que no podremos tener hijos con una determinada mujer (mamá).

El mito de la monstruosidad de la descendencia incestuosa es útil para que la dolorosa frustración por no poder tener hijos con mamá, parezca justificada por un objetivo superior: no tener hijos enfermos.



(Este es el Artículo Nº 1.551)


La fortaleza de la flexibilidad



Lo poco o mucho que podamos hacer para conservarnos vivos, sanos y conformes, obtiene los mejores resultados de la flexibilidad.

Parecería ser que los humanos traemos algunas ideas incorporadas al cerebro así como las computadoras nuevas vienen con algún sistema operativo instalado por el fabricante.

Una de esas ideas es que para vivir tenemos que ser fuertes, entendiendo por «fuertes», la inflexibilidad, la dureza, la rigidez.

Aunque parecería ser que es la naturaleza la única que determina cuándo estamos vivos y cuándo dejamos de estarlo, nuestra filosofía, nuestra ideología, nuestra configuración de mundo, nos predisponen mejor o peor ante la suerte de seguir vivos, sanos y conformes.

Hace un tiempo publiqué en otro blog un pensamiento cuyo texto es: «Habría que tener mucho dinero para lograr la felicidad de quienes no tienen dinero». (1)

Aunque puede generar varias interpretaciones, la que a mí me inspira (que no es ni mejor ni peor que cualquier otra) es que la pobreza constituye una forma muy eficaz para «seguir vivos, sanos y conformes».

De esta interpretación puede deducirse que la riqueza es el camino más arduo, complejo y quizá no siempre más eficaz para alcanzar esos logros («seguir vivos, ...»).

El prejuicio universal según el cual «fuerte equivale a rígido» está en el núcleo de considerar a la riqueza como la mejor forma de vivir.

Como es lógico que ocurra, toda persona poseída por este prejuicio, será llevada inevitablemente a creer que la pobreza equivale a la debilidad que se manifiesta por la flexibilidad (falta de rigidez).

Hasta podríamos resumir diciendo que, según el prejuicio que estoy mencionando, toda flexibilidad equivale a debilidad y que toda pobreza equivale a debilidad.

Podría pensarse que nuestro desempeño sería bueno cuando tuviéramos incorporada la idea según la cual la flexibilidad aporta la fortaleza más eficaz.


(Este es el Artículo Nº 1.528)

Las fantasías catastróficas




Las fantasías catastróficas son intentos de neutralizar otras fantasías según las cuales existe un destino inexorable (fatalismo).

Toda «primera vez» genera angustia. Genera lo que literalmente podemos llamar pre-ocupación, es decir, ocupación anterior a la ocupación misma.

La angustia, ¡sentimiento molesto, si los hay!, parece tener por objetivo generar un apronte, una predisposición, similar a la del deportista que antes de entrar a la competencia, salta en su sitio, hace elongaciones, se agita en vacío.

No demoramos mucho en aprender a pre-ocuparnos. El cuerpo memoriza todo lo que nos ocurrió para repetirlo si fue gratificante y para evitarlo si nos puso en peligro.

A estos funcionamientos comunes (aprender, repetir, evitar) se le agregan otros fenómenos psíquicos alimentados por contenidos fantasiosos, imaginarios, irreales, pero que dentro de nuestros cerebros no se diferencian de los efectivamente ocurridos.

En otro artículo (1) mencioné algo sobre los «pensamientos peligrosos» y en este artículo les comento qué ocurre cuando, para mitigar la angustia provocada por la preocupación que nos genera incertidumbre, elaboramos lógicas fantásticas pero que determinan conductas reales, efectivas, objetivas.

Quienes suponen que existe el destino, es decir, una fuerza desconocida, sobrenatural, inevitable, que fatalmente impondrá la ocurrencia de ciertos fenómenos que a cada uno nos tocó en suerte, quizá hayan elaborado también esas fantásticas lógicas para neutralizar los eventos desfavorables que la fatalidad nos tenga reservados.

La creencia en el destino (fatalismo) suele desarrollar pensamientos mágicos que intentan operar en igualdad de condiciones con esas fuerzas sobrenaturales.

En todo caso, si a ese pensamiento mágico no se lo considera tan poderoso, al menos es de gente responsable hacer (pensar, imaginar) todo lo posible para evitar las fatalidades («No hay peor trámite que el que no se hace»).

Por eso en los «pensamientos peligrosos» «ocurren» ciertas tragedias para que no ocurran en la realidad.

 
(Este es el Artículo Nº 1.537)


Los pensamientos peligrosos




La omnipotencia del pensamiento es un fenómeno que mejora nuestra calidad de vida sin efectos secundarios excesivamente perjudiciales.

«¡Cuidado con lo que estás pensando!»

Si oímos esta advertencia serenamente, en seguida nos damos cuenta que no tiene sentido, pero si la oímos poseídos por la creencia en que «Querer es poder», se dilatarán nuestra pupilas instintivamente para aprontarnos a ver ese peligro del que se nos avisa.

Con criterio de psicoanalista es posible pensar que nuestro inconsciente conserva en plena vigencia, energía y actividad, un conjunto de pensamientos muy primitivos, arcaicos, prehistóricos.

¿Por qué podemos pensar que ciertos pensamientos son peligrosos?

Ese conjunto de pensamientos muy primitivos contiene recursos mágicos para quitarnos de encima miedos, sentimientos y angustias.

Si bien la naturaleza parece ser muy protectora de las especies, pues nos tiene dotados de inmejorables mecanismos de defensa, también parece saber que de nada sirven nuestras acciones para torcer el curso normal de los acontecimientos que alguna vez se dispararon con el «Big-Bang» (Origen del universo, según algunos teóricos) (1).

Es por este motivo que podemos imaginar cualquier cosa hasta que otra imaginación se encargue de inhibirla.

Nuestra fantasía no tiene límites y esto es así porque cuando el cerebro segrega esos autoestímulos, el planeta no cambia, sólo cambia la percepción subjetiva del imaginativo.

Nuestra capacidad imaginativa puede convertir una película muda (la realidad concreta) en una película en 3D, más disfrutable y sin efectos secundarios adversos porque como nunca decidimos nada, sino que estamos rígidamente determinados por la dinámica natural, sólo nos quitamos malestares inútiles.

Una de esas fantasías es la de que podemos influir sobre la realidad tan solo pensando. Una bendición o una maldición harán el bien o el mal en sus destinatarios.

En suma:  evitamos tener ciertos pensamientos «peligrosos», para seguir imaginando que son muy efectivos.


(Este es el Artículo Nº 1.535)