domingo, 1 de septiembre de 2013

La concentración de poder es conveniente



 
Al comparar la longevidad de The Beatles y de The Rolling Stones deduzco que nos conviene la concentración del poder.

Pensando en aquellos curiosos y fanáticos de la música que compartimos la época actual, les comento que en el mismo año y en el mismo lugar surgieron dos excepciones jamás igualadas: The Beatles y The Rolling Stones.

Efectivamente, en 1962 y en Inglaterra surgieron estos dos conjuntos musicales, ampliamente exitosos aunque muy diferentes.

No lo sabemos todo sobre ellos porque las historias reales han tenido que competir desventajosamente con las historias comerciales. Estas son más creíbles porque son más atractivas y los consumidores no queremos verdades sino historias divertidas aparentemente verdaderas.

Es tan intenso nuestro apetito que seguramente los mismos protagonistas de esas historias dudan si lo que les pasó es lo real o aquello que nosotros creímos que les pasó después de consumir las historias comerciales, es decir: las leyendas, la mitología, lo fabuloso.

Algunos datos parecen ciertos:

Además del año y lugar de formación, The Beatles se separaron en 1970 y The Rolling Stones siguen juntos.

Otro dato aparentemente importante es que en The Beatles sus cuatro integrantes actuaban como líderes, mientras que The Rolling Stones se mantuvieron con el único liderazgo de Mick Jagger.

Este hecho me lleva a pensar que The Beatles eran anatómicamente monstruosos y que The Rolling Stones son normales.

Es posible suponer que la longevidad de uno y de otro grupo está determinada por su normalidad. Dicho brevemente, un ser vivo con cuatro cabezas vive menos años que otro con una sola cabeza, es decir con un único sistema nervioso central.

También podemos pensar que las instituciones fuertes (longevas) tienen el poder concentrado (cabeza única), mientras que en las instituciones débiles el poder está distribuido.

¿Sobrevivimos como especie porque muy pocos tienen poder?

(Este es el Artículo Nº 1.974)

Sin vida dejamos de sufrir



 
No correr ningún riesgo es una estrategia preventiva que sería perfecta si no fuera porque equivale a estar muertos.

Dicen que el cólico nefrítico provoca el dolor más intenso que puede padecerse. No sé si es cierto, aunque estaremos de acuerdo en que comparar las sensaciones subjetivas de un dolor es imposible.

Aportarían un dato interesante quienes habiendo sufrido dolores muy variados  pudieran compararlos.

Me interesa tanto el tema que he creado un blog (1) para coleccionar los artículos que refieren al sufrimiento.

La idea central de esos artículos refiere a que la vida es un fenómeno químico, caracterizado por la autorreproducción y que se vale del dolor y del placer para estimular ciertas acciones adaptativas de los seres vivos.

Por lo tanto, el dolor es un amigo, aunque su lenguaje resulte particularmente grosero, irritante, antipático.

Es posible afirmar que el diseño de nuestras culturas está determinado por las actitudes evitativas del dolor, con lo cual nuestra vida se ve altamente restringida, limitada, reprimida.

Imaginemos que estamos confinados a vivir dentro de un perímetro marcado por una línea amarilla, pero que para algunos el peligro empiece mucho antes de pisarla.

Esa distancia que tomamos preventivamente del límite es libertad que perdemos. Por ejemplo, si no comemos chocolate por temor al colesterol, nos estamos privando preventivamente de un excelente alimento porque imaginamos que nos hará daño.

Esta filosofía precavida se apoya en otra filosofía aún más abarcativa y es que tenemos posibilidades reales de prevenir, evitar y controlar todo lo que podría perjudicarnos.

La quietud es el objetivo de quienes, para no acercarse a la línea amarilla, decidieron no moverse más.

La quietud absoluta como estrategia preventiva es perfecta, pero fracasa rotundamente por un detalle que parece mínimo: esa es la quietud de la muerte. Sin vida dejamos de sufrir.

(1) Blog Vivir duele
 
(Este es el Artículo Nº 1.987)

El valor de una cosa




El valor de una cosa está determinado por la facilidad con que podamos comprarla o por la indiferencia que nos inspire.

Es posible fundamentar una conclusión que diga: «El valor de todo está determinado por la fortaleza de cada uno».

Por ejemplo, si un kilo de pan vale 100, para alguien que gana ese importe sin cansarse es más barato que para otro que deba quedar extenuado para conseguirlo.

Por lo tanto, el valor del pan está determinado por la fortaleza de cada uno: es más barato para quien tenga más fortaleza, resistencia al cansancio, habilidad para ganar dinero y es inaccesible para quien está postrado con anemia.

Si alguien dice «me duele un diente» y otro le responde «a mí también», podemos decir que los dos se quejan pero no podemos determinar a cuál de los dos le duele más.

Es casi imposible hacer una comparación entre las sensaciones de dos personas, aunque si tuviéramos que prestar auxilio tendríamos que evaluar cuál de los dos corre mayores riesgos de vida.

Como es tan difícil determinar quién está peor, la justicia distributiva de los bienes del planeta es una tarea difícil y, en muchos casos, imposible. ¡Si lo sabrán las madres cuando varios de sus hijos están enfermos al mismo tiempo y todos la reclaman!

Pero la fortaleza, que es determinante a la hora de asignarle un valor a las cosas, también influye en la resistencia a la frustración.

Es conocida una sentencia según la cual «No es más rico quien más tiene sino quien menos necesita».

Por lo tanto el valor de una cosa está determinado por lo fácil o difícil que sea para cada uno obtener los recursos suficientes para comprarla y también está determinado por cuán imprescindible sea esa cosa. Para una persona indiferente nada tiene valor.

(Este es el Artículo Nº 1.968)

La moral del placer



 
Todos los seres vivos buscamos las condiciones favorables a la vida y tomamos distancia de las desfavorables a la vida.

Es erróneo suponer que la búsqueda del placer denuncia una actitud cómoda, irresponsable, hedonista, viciosa,  concupiscente, sensualista, gozadora, libidinosa, lujuriosa, lasciva, insensata, alocada, imprudente, necia.

También es erróneo suponer que la búsqueda de responsabilidad, compromiso, trabajo, obligación, esfuerzo, dificultad, riesgo, desafíos, inseguridad, incertidumbre, dudas, determinen a una persona moralmente valiosa.

Desde mi punto de vista, que desconoce el libre albedrío y supone el determinismo, todo lo anterior está equivocado al suponer que puede existir una tal búsqueda.

Por el contrario, no puedo evitar pensar que somos actuados por las leyes de la naturaleza y que es nuestra mente la que imagina algún tipo de protagonismo o  toma de decisión.

En este marco hipotético (que solo existe el determinismo), el fenómeno vida, eso que ocurre en todos los seres vivos, depende de varios factores siendo uno de ellos la provocación de dolor o placer que genere acciones de aproximación o alejamiento del estímulo causante.

Lo digo de otro modo: no es que la actitud cómoda o la actitud laboriosa sean méritos o deméritos del ejemplar que la exhibe, son, por el contrario, situaciones totalmente alineadas con el fenómeno vida que funciona en ese ejemplar en el que vemos la actitud cómoda o laboriosa.

Cada uno de nosotros no podemos evitar la búsqueda de placer porque con él aseguramos la conservación de la vida mientras que el dolor nos provoca un inevitable alejamiento en tanto el dolor, de continuar, seguramente es la antesala de la muerte.

Todos los seres vivos buscamos las condiciones favorables a la vida y tomamos distancia de las desfavorables a la vida.

Por lo tanto, cualquier ser humano busca la comodidad y el placer..., para conservar la vida.

(Este es el Artículo Nº 1.973)

El inconsciente: nuestro jefe desconocido



 
Conocer cómo funciona nuestro inconsciente nos posibilita disminuir progresivamente los múltiples y angustiantes conflictos con nosotros mismos.

Es coherente con la teoría psicoanalítica creer en el determinismo y descreer del libre albedrío.

Esto es así porque también creemos que somos actuados y creemos que somos hablados.

Esta extraña sintaxis obedece a que habitualmente, fuera del psicoanálisis, los verbos «actuar» y «hablar» son utilizados partiendo de la creencia generalizada en el libre albedrío.

Vulgarmente pensamos que cada uno «actúa» y «habla» cuando quiere y porque quiere, sin embargo, uno de los pilares del psicoanálisis es la existencia de una parte de la psiquis que es inconsciente, es decir que nos influye sin que tengamos conciencia.

En este contexto teórico pensamos que el ser humano «hace» y «dice» cosas bajo las órdenes de una parte suya de la que no tiene conciencia y, por lo tanto, tampoco tiene control pues no podemos controlar sin saber absolutamente nada de lo que queremos controlar.

Es coherente con la creencia en que existe un inconsciente que nos gobierna pensar que nuestras acciones y dichos denuncian algunas características de ese inconsciente que nos gobierna.

Parafraseando al refrán, es posible pensar algo así como «Dime con qué inconsciente andas y te diré quién eres».

Por lo tanto los consultantes del psicoanálisis se ofrecen para que el técnico trate de conocer con qué criterios se maneja esa parte de la psiquis que nos hace «hacer» y «decir» cosas todo el tiempo.

Cuando empezamos a conocer la filosofía de ese jefe invisible, (el inconsciente), naturalmente empezamos un proceso que aplicamos todo el tiempo: adaptarnos a la realidad según la conocemos, como nos parece que es.

Por ejemplo, si nos enteramos que en nuestro inconsciente odiamos a nuestro hermano entenderemos por qué combatimos las asociaciones fraternas  (sindicatos, por ejemplo).

(Este es el Artículo Nº 1.963)