martes, 31 de agosto de 2010

No es lo que estás pensando

Mi querida abuela, que tan bellos y oportunos regalos me hiciera, propalaba eslóganes como una agencia publicitaria.

Una de esas sentencias pedagógicas decía: «La memoria es necesaria para hervir la leche y para mentir».

Sabido es por quienes han vivido en zonas rurales, que la leche debe ser hervida para evitar el contagio de alguna enfermedad que padezca el animal ordeñado.

Este procedimiento demanda una especial atención porque el referido líquido se derrama en cuanto empieza a hervir. Por eso, mi abuela decía que es preciso tener memoria: para recordar que la leche está en el fuego.

En cuanto a la memoria para mentir, necesitamos menos explicaciones.

Si contamos la historia verdadera, sólo tenemos que recordar los hechos, pero si le agregamos datos falsos, tenemos que recordar la novela que inventamos para repetirla sin contradecir el original.

No soporto mentir, pero no porque me parezca mal hacerlo, sino simplemente porque me da demasiado trabajo recordar la historia inventada.

Tampoco me parece mal que la gente mienta, entre otros motivos porque estoy convencido de que no podría dejar de hacerlo.

Los pocos que no creemos en el libre albedrío, difícilmente tomamos a mal que alguien mienta, porque este hábito responde a una debilidad constitutiva del embustero.

Las causas principales de la mentira, son:

— miedo a mostrar características personales impresentables;
— miedo a que la información sea usada para juzgar, atacar, perjudicar;
— miedo a la indiscreción del destinatario (falta de reserva, publicación no autorizada);
— intención de manipular al otro en beneficio propio;
— sentirse intelectualmente superior al engañado, imaginándose poderoso;
— buscarse complicaciones en tanto estas lo hagan gozar;
— establecer una relación sado-masoquista cuando el otro simula creer y se convierte en cómplice;

En suma: quien miente se enfrenta a su verdadera debilidad. Como decía mi abuela: «En el pecado está la condena».

●●●

La venganza sin rencor

¿Usted conoce mucha gente que asuma públicamente su incapacidad de perdonar?

Yo no.

Lo he escuchado muchas veces, dicho por pacientes que confían en el secreto profesional.

Si hago tantas argumentaciones en contra de la existencia del libre albedrío, es porque la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, cree en él.

El libre albedrío sostiene que los seres humanos somos libres de hacer lo que queramos y que —por lo tanto—, somos responsables de nuestros actos.

El determinismo sostiene lo contrario.

Quienes defendemos esta hipótesis, decimos que varias causas (la mayoría desconocidas, algunas inconscientes y unas pocas conocidas), nos obligan a estudiar física nuclear, mudarnos a otra ciudad y llevar la corbata a rayas al casamiento de un amigo.

Los deterministas también pensamos que la influencia tan sutil, discreta pero ineludible de esas causas, nos permite creer que estudiamos física nuclear porque siempre nos gustó la matemática y nos regalaron una imagen de Einstein sacando la lengua, nos mudamos de ciudad para poder ir a la playa y elegimos esa corbata porque hace juego con las medias.

Desde mi punto de vista, el perdón no depende de la bondad, ideología o fuerza de voluntad del damnificado.

Si ocurre, es porque la acción perjudicial del otro, deja de molestarnos y nos olvidamos del agresor junto con su mala acción.

Es cierto que algunas personas simulan perdonar, así como otras disimulan la vejez tiñéndose las canas u operándose los senos.

Según el determinismo, el agresor no pudo evitar cometer un daño ni el perjudicado puede evitar tomarlo en cuenta, ni prevenir nuevos perjuicios ni calmar su sed de venganza.

Si no fuera así, no tendríamos tantas instituciones especializadas en «hacer justicia» con la mayor objetividad posible (sistema de justicia, abogados, jueces, policías, cárceles, investigadores).

●●●

Los dos significados de «humildad»

Hoy pensé la siguiente reflexión:

1) Algunas personas puede estar siendo muy influenciadas por el doble significado del vocablo humilde.

Efectivamente, cuando decimos que alguien es humilde, podemos estar queriendo decir dos cosas bastante diferentes:

a) Que es sumiso, obediente, dócil, manso, carente de engreimiento o vanidad; o

b) Que vive en la pobreza, modestamente, con escasos recursos materiales.

2) Ingresar en la cultura nos da trabajo, nos impone restricciones, hasta podría decirse que nos mortifica.

Quienes no pueden hacerlo, terminan comportándose de tal manera que la sociedad los juzga, condena y castiga.

En los institutos correccionales (prisión, penitenciaría, reformatorio, hospital psiquiátrico), es habitual que a los internados se los obligue a realizar tareas humillantes (1).

El objetivo manifiesto de este procedimiento reeducador, se basa en la creencia según la cual, los actos antisociales derivan de un exceso de arrogancia, egoísmo y narcisismo.

3) La prestigiosa institución mundial por todos conocida como Alcohólicos Anónimos posee un texto de referencia titulado Doce pasos y doce tradiciones.

Nada menos que el primer Paso dice: «Admitimos que éramos impotentes ante el alcohol, que nuestras vidas se habían vuelto ingobernables. »

Esta no es otra cosa que una declaración de humildad.

Conclusión:

i) Nuestro idioma confunde docilidad con pobreza material. Los confunde porque resume en un mismo vocablo (humildad), ambos conceptos.

ii) Como consecuencia de esta confusión provocada por una ambivalencia lingüística, es razonable proponer que algunas personas prefieren soportar las carencias materiales en vez de moderar sus impulsos narcisistas.

Cuando digo «prefieren», quiero decir (basado en la premisa de que el libre albedrío es una mera ilusión), que «no pueden evitar» las carencias materiales porque tampoco «pueden evitar» ser arrogantes, orgullosos, vanidosos.

O sea, la cultura nos exige ser humildes. Los que no pueden lograrlo en su carácter, terminan siéndolo en lo económico.


(1) La humillación terapéutica

●●●

lunes, 9 de agosto de 2010

Pesimismo en defensa propia

En general, creemos conocer a alguien cuando nos enteramos de sus aspectos más negativos.

El poderoso instinto de conservación, hace una selección pesimista de la información que nos llega.

Como dicho instinto sólo se interesa por nuestra sobrevivencia y la sobrevivencia de la especie, no se preocupa para nada de la calidad de vida.

Ciegamente, ese instinto trabaja para que el fenómeno vida nunca se detenga.

Como estamos determinados por él y queremos ser inmortales, no nos animamos a condenar ese afán cuantitativo, tan prescindente de los valores cualitativos.

Muchas veces se nos oye criticar tímidamente a la medicina, cuando puede llegar al ensañamiento terapéutico con tal de mantener vivos a sus pacientes, pero tenemos que reconocer que los médicos también responden ciegamente a un instinto tan poderoso e intransigente.

Privilegiamos la información negativa en defensa propia, para sobrevivir, por razones instintivas.

A su vez, podemos constatar que el grado de pesimismo operante en cada individuo, suele estar relacionado con lo que le ha tocado vivir.

Algún escéptico dijo que «un pesimista no es más que un optimista con experiencia».

Cuando dos personas se divorcian, viven situaciones que —por muy dolorosas—, se tornan inolvidables.

Como dije, nuestra forma de funcionar bajo las órdenes inapelables del instinto de conservación, nos induce a sobrevalorar los aspectos peligrosos, desagradables y negativos.

Por otro lado, para una mayoría, es casi imposible soportar la soledad.

Dentro de esa mayoría, surgirán intentos de formar nuevos vínculos amorosos que terminen con la dolorosa falta de compañía.

Resumen y conclusión:

En todos estos fenómenos, hay una trampa digna de mención.

Dado que el instinto de conservación nos obliga a pensar que recién conocemos a nuestro cónyuge cuando nos divorciamos, todo nuevo candidato será un desconocido … y nadie desea unirse a quien no conoce.

●●●

Los enemigos benefactores

En los humanos existe un fenómeno perceptivo, muy bien estudiado por la Gestalt (1), escuela teórica alemana, que —si me permite simplificar en forma radical—, ha desarrollado sesudos estudios sobre porqué percibimos mejor lo blanco cuando está rodeado de negro ... y a partir de ahí, todas las infinitas combinaciones de contrastes sensoriales e intelectuales que puedan existir.

Este característica nuestra nos lleva a preferir y buscar aquellos valores que denominamos genéricamente «positivos», exclusivamente porque existen los valores que denominamos genéricamente «negativos».

Aunque está en nuestra intención hacer desaparecer todo lo que nos molesta, es una suerte que no podamos lograrlo, porque quedaríamos totalmente desorientados. Equivaldría a una ceguera, como si todo fuera color blanco y nos quedáramos sin los imprescindibles contrastes que necesitamos para percibir.

Teniendo en cuenta estas consideraciones, he llegado a elaborar la hipótesis de que Cuba tiene el gobierno que tiene porque a Estados Unidos le conviene, sobre todo a partir de que se terminó la guerra fría, cayó el Muro de Berlín y la URSS dejó de trabajar como elemento de contraste necesario para realzar la figura de los norteamericanos.

Esta hipótesis incluye suponer que el libre albedrío es ilusorio y también que estamos determinados por la naturaleza a travéz de los designios inconscientes, que son los que efectivamente nos ordenan qué hacer.

Por lo tanto, nadie es consciente de esta política internacional que incluye un bloqueo comercial, pobreza, el gobierno vitalicio de un blanco sobre una mayoría de negros y demás características de esta longeva situación.

Ahora estamos asistiendo a un período de cambio.

Como Fidel Castro se aproxima a su muerte, Estados Unidos (inconscientemente), está criando un sucesor.

Efectivamente: Hugo Chávez, es un buen cadidato para reemplazar a Fidel Castro en su tarea de preservar nuestra percepción de grandiosidad de Estados Unidos.

(1) Felizmente existen los feos
Mejor no hablemos de dinero
La indiferencia es mortífera
«Obama y yo somos diferentes»

«Soy fanático de la pobreza»
El diseño de los billetes
Amargo con bastante azúcar
El desprecio por amor

●●●

Similitudes y diferencias entre izquierda y derecha

Sé que lo que diré a continuación puede molestar a algunos, pero por lo mismo que habré de decir, me siento autorizado a decirlo, ya que los humanos (todos, como especie), no somos capaces de hacer las cosas bien o mal, deliberadamente.

Todos hacemos lo mejor posible según nuestro discernimiento: algunos construyen hospitales para atender gratuitamente a los enfermos insolventes, otros fabrican pesticidas que mejoran la producción de hortalizas, aunque contaminan las corrientes de agua y otros se sienten designados por Dios para exterminar personalmente a todas las prostitutas.

Como trabajadores (obreros, empresarios, inversionistas), podemos adherir a una ideología de izquierda o de derecha.

Ambas tienen particularidades en común y otras que las diferencian.

Tienen en común que bregan por el bienestar de nuestra especie. Nadie defiende una filosofía que consista en sufrir, privarse o no aprovechar lo que cada uno considere más satisfactorio para su personal forma de disfrutar de la vida, gozar, tener lo mejor.

Tienen una diferencia significativa en cómo cada grupo organiza su relación con la naturaleza.

Desde mi punto de vista, la derecha es más natural que la izquierda. Trataré de explicarme.

Todos los seres humanos somos parte de la naturaleza y dentro de esta, somos animales omnívoros (porque nos alimentamos de toda clase de sustancias orgánicas).

La izquierda no niega esta condición, pero cree que debe retocar los designios naturales, admite y propone que debemos humanizar la naturaleza, mejorarla, rediseñarla.

La derecha la toma como es y su actitud es prácticamente depredadora, bestial, inconsciente, despiadada, contando con que ella (la naturaleza) sabrá defenderse y detenernos cuando nuestro abuso exceda de lo que ella puede tolerar.

En otro orden, la izquierda procura igualarnos a todos —contrariando a la naturaleza que nos hace diferentes—, mientras que la derecha, admite estas diferencias y procura usufructuarlas.

●●●

Lo bueno que parece malo

Los humanos somos una en-presa con cinco teléfonos.

Digo en-presa porque

1) se parece a una industria, a un establecimiento industrial (nuestro cuerpo), que recibe insumos (alimento, aire, agua), para producir energía vital y renovar las células que mueren;

2) y también digo en-presa porque la naturaleza nos tiene presos de sus determinaciones.

Agrego además que tenemos «cinco teléfonos», aludiendo a nuestros cinco sentidos, que nos mantienen comunicados con los demás, con los clientes, con los proveedores, con los colaboradores, con los competidores.

La demanda de producción para una empresa le impone mucha actividad, tensión, estrés.

Durante los períodos de gran producción, los obreros están siempre ocupados, con muchas tareas a realizar por un salario.

Los jefes y capataces, van y vienen, reciben y trasmiten órdenes, transpiran, el tiempo se les pasa muy rápido, están continuamente entretenidos.

Anhelan los días de descanso (fines de semana, feriados, asuetos), para poder descansar, estar con su familia, practicar su actividad preferida (hobby, deporte, visitar amigos y parientes).

Es domingo de tarde, ya empiezan las protestas porque el fin de semana transcurre demasiado rápido.

El lunes es un día de malhumor, nuevamente la actividad intensa, los apuros, los problemas, los desentendimientos, máquinas que no funcionan, alguien que se siente mal y debe interrumpir su colaboración. Llega el momento de descansar, comer algo, reunirse con los compañeros por tan poco tiempo que ningún tema puede quedar terminado.

La tristeza, el aburrimiento, el desgano, son muy raros en un ambiente laboral intenso, donde siempre alguien nos está pidiendo algo.

La desocupación, la ausencia de alguien que nos reclame, que nos exija, que nos presione, parece un castigo. Quizá es la mortificación más agresiva de los sistemas carcelarios.

Somos una en-presa o una empresa, que funciona mal si los demás no la necesitan o no le exigen.

●●●

La glándula que segrega ideas

Los seis mil setecientos millones de habitantes humanos que ocupamos este planeta, tenemos diferentes características y por eso segregamos pensamientos diferentes.

Me refiero a ideas, creencias, prioridades, costumbres, gustos.

La gran mayoría supone que cada uno piensa como piensa, porque así lo educaron, porque se convenció sólo, después de estudiar las diferentes opciones que encontró.

Esto puede ser así, aunque también puede ser de otra forma.

Tomemos una idea muy simple y analicémosla sin profundizar demasiado.

Digamos que una parte de los habitantes del planeta está a favor de comerciar con otros países y que la otra parte está a favor de no comerciar con países extranjeros.

Lo que propongo pensar es que, anatómicamente, unos y otros segregan esa idea, esa convicción, esa ideología que defienden.

Así como algunos miden más de un metro setenta centímetros y otros miden menos, unos tienen la piel oscura y otros más clara, unos son hombres y otros son mujeres, unos prefieren comerciar con el mundo y otros prefieren comerciar con los de su país.

La suposición de que cada uno piensa lo que quiere, hace que discutamos sobre ciertas ideas y que los partidarios de la globalización le insistan a sus opositores para que permitan la libre comercialización y estos aleguen que eso no es conveniente, aportando una cantidad de argumentos.

El intento tiene un resultado similar al que tendría insistirle a una persona alta que debe ser más baja, o tener la piel más oscura o cambiar de sexo.

Sin embargo, es cierto que algunas características se modifican por razones adaptativas (cambio de dieta por migración, de agilidad corporal por envejecimiento, de ideología por conveniencia).

Las causas por las que cambia nuestro pensamiento, son tan adaptativas como las causas de los cambios anatómicos (emigración, vejez, dieta, conveniencia, accidente, etc.).

●●●