Las buenas intenciones desplegadas hasta ahora por toda la humanidad y durante milenios, no han logrado que la brecha entre pobres y ricos se reduzca o desaparezca.
Por tanto me siento autorizado a pensar que casi todo lo que se hizo hasta ahora, son soluciones ineficaces o contraproducentes.
Por eso, si hasta ahora hemos sostenido que el ser humano cuenta con libre albedrío (1), es oportuno quitar esta suposición del medio.
En el artículo titulado Mi amo me ama (linkear), sostengo que el concepto «rectitud», nos anula la inteligencia, y nos obliga a desplazarnos en un único sentido (derecho).
Entonces, todos los que viven en «el camino recto», carecen de libre albedrío. Estar dentro de la ley, ser honestos, someterse a la moral, implica estar determinados (obligados, condicionados, sometidos).
El código de mayor jerarquía, no proviene precisamente de las leyes que votan los parlamentos, sino que es el diccionario.
Nadie sabe quién inventa los vocablos, pero es imposible vivir sin cumplir con las reglas gramaticales.
Por lo tanto, el lenguaje es otra limitante al supuesto libre albedrío.
La Real Academia Española, sólo se encarga de publicar las normas lingüísticas que nos someten a todos.
Por lo tanto, para recibir el imprescindible amor (sin el cual pereceríamos), tenemos que seguir «el camino recto» que nos imponen nuestros cuidadores (madre, padre, maestros, etc.) y además tenemos que pensar y hablar como nos indica el despótico código gramatical.
Un presidiario que habita las veinticuatro horas en su celda de tres metros cuadrados, pueden sentirse libre de rascarse la nuca, de recordar a su novia, de hacer gimnasia o quedarse quieto.
Si con estas posibilidades se siente soberano, también puede creer en el libre albedrío.
(1) ¿Qué libertad? ,
Soy libre de hacer lo que deba
Lexotán con papas fritas
Cállate que estoy hablando
Lo que la naturaleza no da, nadie lo presta
El enfermo acusado
El ensañamiento justiciero
Dejad que los perversos vengan a mí
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