domingo, 4 de noviembre de 2012

El costo de (controlar la) vida



   
Gastamos energía preocupándonos al solo efecto de sostener la creencia en que controlamos nuestra vida y nuestra muerte.

Quizá si dejáramos de preocuparnos, nada cambiaría demasiado.

Es difícil de creer esta sugerencia porque estamos convencidos de que somos los protagonistas, los actores, los verdaderos ejecutores de las acciones adecuadas para que nuestras circunstancias sean como habitualmente son.

¿Qué nos ocurriría sin dejáramos de preocuparnos y en remplazo de esa preocupación comenzáramos a respetar fielmente nuestro deseo?

Por ejemplo: mi deseo es bañarme diariamente, vivir en un ambiente provisto de cierta cantidad de luz, temperatura, silencio. También deseo contar con algunos muebles, herramientas, máquinas. Deseo además mantener algunos vínculos mediante encuentros, conversaciones, mensajes.

 Puedo pensar que el deseo es un fenómeno orgánico, tan efectivo como las necesidades (respirar, comer, descansar), pero se diferencia de estas por su perentoriedad: las necesidades son urgentes, imprescindibles, inevitables mientras que los deseos admiten una postergación y hasta su radical represión.

Tanto las necesidades como los deseos presionan sobre mí para que realice ciertas acciones específicas cuya urgencia estará determinada por el grado de molestias que sienta.

Existen necesidades corporales sobre las que no tengo que preocuparme porque son automáticas (funcionamiento glandular, movimientos del aparato digestivo, circulación sanguínea), otras son casi totalmente automáticas como es la respiración, el rascado, toser, otras dependen de acciones específicas como son comer, dormir, defecar.

Las necesidades nos presionan por medio del dolor, son coercitivas, imperialistas. Los deseos sin embargo son más blandos en sus demandas, recurren a la insistencia, a la persuasión. Los deseos buscan su satisfacción con procedimientos democráticos y por eso, como somos «hijos del rigor», los atendemos cuando podemos, si tenemos tiempo.

Poseemos elementos como para concluir que gastamos energía preocupándonos al solo efecto de sostener la creencia en que controlamos nuestra vida y nuestra muerte.

(Este es el Artículo Nº 1.709)

Promesas y amenazas



   
Un chantaje emocional (amenaza de renuncia, de suicidio), es efectivo si la víctima cree que el chantajista controla sus actos.

La creencia en el determinismo (es decir, que no tenemos libertad para hacer lo que queramos sino que siempre estamos determinados por factores conocidos y desconocidos), quizá no sea verdadera pero lo cierto es que resuelve algunos problemas intelectuales.

Por ejemplo, cuando pensamos que alguien está equivocado, lo que en realidad estamos diciendo, (desde el punto de vista de los deterministas), es que está determinado por factores diferentes a los de la mayoría.

Esos factores pueden ser genéticos, históricos, orgánicos, familiares, económicos, religiosos.

Los deterministas nunca pensamos en equivocaciones y muchos menos en culpabilidades. En todo caso, cuando alguien tiene una conducta que lo conduce a una pérdida, solo podríamos decir que tuvo mala suerte.

Los deterministas entendemos que el azar, —la combinación aleatoria de todos los factores que influyen sobre nuestro acontecer—, se ordenó de tal forma que ocurrió una pérdida de la cual no existen responsables para culpabilizar, así como podría haberse ordenado para que la consecuencia fuera afortunada, de la cual no existen responsables para felicitar.

Desde este punto de vista, nadie es responsable (culpable o creador) de lo que le ocurre, sin perjuicio de lo cual, por ahora tenemos que suponer que el titular de un daño que perjudica a terceros debe hacerse cargo de indemnizarlos, COMO SI FUERA CULPABLE.

En esta lógica, alguien puede sentir, —y hasta tener la certeza—, de que su presencia es imprescindible para los demás. Algo así le ocurre a quien pretende imponer su voluntad con amenazas de renunciar, irse, abandonar y hasta de suicidarse.

En suma: Un chantaje emocional (amenaza de renuncia, de abandono, de suicidio), es efectivo si la víctima cree que el chantajista controla sus actos.

Artículo de temática similar

 
(Este es el Artículo Nº 1.706)

La agresiva frustración juvenil



 
 
Las manifestaciones agresivas de los jóvenes contra los adultos, no son nada personal sino fenómenos naturales adversos transitorios.

Para todos es difícil ganar dinero en relación de dependencia porque nuestro empleador nos pedirá esfuerzos molestos, irritantes, definitivamente dolorosos.

Soportar pacientemente estas demandas justifica parte de la remuneración que recibimos.

Por supuesto que la paga también está justificada porque le entregamos al patrón algún bien, servicio o trabajo que para él son valiosos, útiles, necesarios.

El empleado que trabaja a regañadientes siente que soporta todos los malestares porque le pagan y no asocia con tanta nitidez la producción que está entregando. Le molestan más las imposiciones disciplinarias, (horarios, procedimientos, obediencia), que el esfuerzo físico del que rápidamente se recupera con unas pocas horas de sueño, mientras que la dignidad herida parece no cicatrizar nunca.

Los hogares de los jóvenes son un poco parecidos a su lugar de trabajo cuando los padres tienen la paciencia de pedirles colaboración (tender la cama, higienizar el dormitorio, hacer compras).

El natural malhumor de los adolescentes se exacerba por este tipo de malestares: tener que cumplir órdenes, hacer lo que otros le mandan, cansarse en beneficio ajeno.

Los jóvenes carecen de un buen desarrollo lingüístico y por ese motivo no tienen otro remedio que aliviar su frustración mediante actos físicos más o menos destructivos.

Los jóvenes también carecen de autocrítica y conservan un narcisismo mal controlado dada la escasa maduración de su personalidad.

Tanto en la casa como en su empleo suelen exhibir su malestar con actitudes que expresan una fuerte recriminación a quienes, según él, son los agresores, los causantes, los culpables de tanto sufrimiento.

En general estas conductas son inevitables, duran un tiempo pero finalmente se apaciguan. Padres y empleadores necesitan desplegar su paciencia, pues no son nada personal sino fenómenos naturales adversos transitorios.

Otras menciones del concepto «fenómenos naturales»:

             
(Este es el Artículo Nº 1.700)

 

La propaganda atemorizante de la medicina



   
Aunque estamos dotados de un organismo vivo auto-regulado, superior a cualquier sistema cibernético conocido, ¿quién desoye la propaganda atemorizante de la medicina?

Para muchas personas vivir es una actividad mientras que para otras vivir es una contingencia, algo que ocurre por el acontecer de ciertas causas sobre las que poco o nada podemos influir.

La economía de mercado defiende, por razones de «vida o muerte»,  la primera interpretación de la realidad: «vivir es una actividad» de la cual somos responsables.

Las razones dramáticas de la economía devienen de que el consumismo depende de que los humanos estemos convencidos del libre albedrío y de que además estemos convencidos de que, actuando con inteligencia, sabiduría y perseverancia, las enfermedades y los malestares son evitables.

La economía de mercado nos dice que debemos mantenernos en estado de alerta permanente.

Los médicos son los principales agentes económicos de esta filosofía consumista en el rubro «salud».

Ellos nos sugieren que los consultemos al menor indicio. De esta forma nos aseguran que casi nada pasará a mayores porque, agregan, la eficacia curativa dependen en gran medida de la atención precoz, mientras que los fracasos terapéuticos se asocian al descuido, la desatención y la irresponsabilidad de los pacientes.

Como decía al principio, «vivir es una actividad». Según este punto de vista, vivir es algo que tenemos que hacer y si lo hacemos mal pagaremos las consecuencias con una muerte prematura o, en el peor de los casos, con algún deterioro orgánico irreversible que descienda dramáticamente nuestra calidad de vida.

También es posible pensar que el descenso de la calidad de vida está asegurado si creemos que la vida es una tarea.

Aunque estamos dotados de un organismo vivo auto-regulado, superior a cualquier sistema cibernético (1) conocido, ¿quién se anima a desoír la propaganda atemorizante de la medicina?

 
(Este es el Artículo Nº 1.709)