sábado, 3 de septiembre de 2011

La naturaleza es una monarquía absolutista

Aunque sea desagradable es conveniente (ventajoso) buscar como objetivo una mayor humildad respecto a la naturaleza.

Continuando con un artículo pasado (1) en el que señalaba el error que involuntariamente cometemos cuando le asignamos a la naturaleza conductas humanas, en esta ocasión puede ser interesante comentar que nosotros mismos somos parte de esa naturaleza (como lo es un árbol, un pez o las nubes) y que, por lo tanto, ocurren en nosotros fenómenos naturales que tampoco son la consecuencia de alguna conducta humana.

Efectivamente, la gestación, embarazo y parto, están rodeados de intensas tareas de la futura madre y de otras personas de la sociedad que la rodean, pero tampoco son fenómenos que ocurran según criterios humanos.

Esto es más difícil de aceptar porque estamos convencidos de que los padres «hicieron el amor» porque quisieron, o que podrían haber abortado o no, la embarazada podría haber cuidado su salud o no, el nacimiento podría ser por parto natural o por cesárea y demás «decisiones».

Si es difícil pronosticar cuáles son los números sorteados de 5 ó 6 bolillas, pronosticar cuál será la combinación genética de esta gestación es humanamente imposible.

Cuando «la suerte está echada» en ese mega-sorteo (la combinación genética), se inician una serie de eventos que toman a la madre como agente pasivo, de forma similar a como la tierra tiene una participación involuntaria en la germinación de una semilla que se convertirá en un árbol.

Todo parece indicar que:

— Es disparatado suponer que la naturaleza «piensa»;
— Continúa y se agrava el error si decimos que «piensa como un ser humano»;
— «Delirar» en latín significa «apartarse del camino» y en este sentido es delirante (descaminado) creernos protagonistas (culpables o meritorios) de lo que nos ocurre;
— Por todo esto, ganaríamos calidad de vida siendo más humildes y menos delirantes.

(1) «La naturaleza piensa como yo»

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La omnipotencia de quien duerme con el enemigo

Muchas personas respetables se creen capaces de desempeñar roles que tienen intereses contrapuestos en un gesto de omnipotencia frecuentemente ignorado.

En varios artículos he compartido con ustedes algunos comentarios sobre dos creencias (supuestos, premisas, prejuicios) bien interesantes que utilizamos los humanos sin prestarle atención, como si fueran verdades incuestionables.

Me refiero al libre albedrío (hacemos lo que queremos) y al dualismo cartesiano (somos la suma de un cuerpo más un espíritu).

Creer en el libre albedrío (1) y en el dualismo cartesiano (2) nos induce a practicar un estilo de omnipotencia muy frecuente y que aún no se ha detectado como proveedor de pérdidas, errores, injusticias.

Ambos supuestos nos permiten tener la convicción de que podemos actuar en ámbitos diferentes aunque estos tengan intereses opuestos.

En términos más concretos, creemos que somos capaces de ser «juez y parte», que tanto podríamos realzar y fundamentar los atenuantes del acusado (como haría un abogado defensor) e inmediatamente realzar y fundamentar los agravantes del acusado, como haría un fiscal o la víctima del delito que se le imputa.

En términos más concretos, creemos que somos capaces de luchar eficazmente defendiendo los intereses de los trabajadores y simultáneamente integrar el directorio de la empresa contra la cual se demandan mejoras laborales.

Algo que a todos nos toca más de cerca, está dentro de nuestra propia casa.

Efectivamente estos factores (creencia en el libre albedrío, creencia en el dualismo cartesiano y sentimiento de omnipotencia de que podemos «ser jueces y acusados»), nos inducen a creer que en las relaciones afectivas podemos sentir y expresar hostilidad cuando de asuntos económicos se trata.

En suma: no podemos amar a nuestro competidor, o es un colaborador o no lo amamos; o «estamos en el mismo bote» o estamos tratando de hundirnos mutuamente. La omnipotencia genera hipocresía y corrupción.

(1) Blog dedicado al Libre albedrío y Determinismo

(2) El dogma del dualismo cartesiano


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La histeria aparente

Las mujeres parecen histéricas cuando instintivamente (inconscientemente) procuran que el varón que eligieron se comprometa socialmente como buen padre de familia.

Según he comentado con ustedes:

— Los seres humanos creemos tener libre albedrío pero estamos tan determinados como cualquier otro ser vivo (1);

— Como ocurre con los mamíferos, la hembra (mujer) convoca a los varones genéticamente más convenientes, sin darse cuenta (inconscientemente) (2);

— Por razones culturales, las uniones entre hombres y mujeres con fines reproductivos se realizan en forma monogámica (un hombre con una mujer);

— También entre culturas occidentales, se acostumbra que se teatralice un cortejo del varón hacia la mujer, simulando que es él quien elige, seduce y conquista (3);

— Para asegurar que luego de fecundar a la mujer ese hombre se responsabilice de atender las necesidades y deseos de ella y de los hijos, la mencionada representación en la que él elige, seduce y conquista habrá de ser pública, para que existan testigos de que fue él quien hizo todo lo posible para que ella aceptara ser fecundada por él (3).

Para que el varón se involucre en este compromiso exhibiendo su actitud ante testigos, para que su responsabilidad como proveedor, protector y administrador difícilmente sea eludida por él, la mujer sin saberlo demora la aceptación, el consentimiento, obligándolo a insistir, esforzarse, ratificar con la máxima claridad posible cuán responsable es de que finalmente se forme una familia.

Los varones, en tanto

— fueron seducidos inconscientemente por ella;

— buscan satisfacer su deseo sexual cuanto antes; y

— procuran comprometerse lo menos posible,

suelen irritarse con las evasivas de ella, pensando que es una histérica, que no sabe lo que quiere, que se está haciendo rogar, cuando lo que en realidad está ocurriendo es que la mujer instintivamente (inconscientemente) se las ingenia para perfeccionar ante testigos el compromiso del hombre.

(1) Libre albedrío y determinismo
(2) «A éste lo quiero para mí»
«Soy celosa con quien estoy en celo»
«La suerte de la fea...»
Ellas tienen motivos para llorar ... y celar
(3) La parodia pre-matrimonial

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El consumismo y la súper población

Buscamos la felicidad en fuentes externas (consumismo) porque la fuente natural (reproducirnos) está transitoriamente desestimulada por la autorregulación que realiza la naturaleza de nuestra población mundial.

Esperar que la felicidad venga de afuera no solo es una consecuencia de la economía de mercado, mercantilismo, marketing y consumismo sino también una consecuencia del exceso de población.

Efectivamente, estamos provistos de la capacidad de crear nuestra propia felicidad procreando.

El orgasmos que goza un varón cuando siembra en la mujer que lo eligió para ser padre de sus hijos, es una ganancia a cuenta de mayor cantidad.

Ella a veces también cobra ese adelanto (tiene orgasmos), pero no le son imprescindibles porque fisiológicamente los espasmos orgásmicos son necesarios para que el líquido seminal sea expulsado de los testículos y no son necesarios en la hembra receptora (1) porque su cuerpo está diseñado para recibir los espermatozoides y silenciosamente (sin que ella lo registre), el líquido avance por las trompas de Falopio en busca de algún óvulo maduro para fecundar.

La súper población mundial genera en los humanos un incontrolable desinterés por la procreación porque la naturaleza se autorregula de esta manera.

Cuesta entender esto a quienes están convencidos de que todo el acontecer humano es producto del libre albedrío, pero es fácil entenderlo para quieres asumimos que la naturaleza es la única que hace y deshace, utilizándonos o no.

Como nuestra principal fuente de alegría (felicidad) proviene de la procreación o de alguna de sus metáforas (creación artística, construcción de objetos, edificación, etc.), la desmotivación de nuevos nacimientos (por súper población), colateralmente también abate (disminuye, restringe) otras formas humanas de procrear (las metafóricas, por sublimación) y por eso utilizamos fuentes externas de felicidad consumiendo.

En suma: el consumismo es una consecuencia indirecta de que ecológicamente nuestra especie está llegando al máximo de ejemplares.

(1) Los orgasmos inútiles

Artículos vinculados:

Las sutilezas de la ecología
Más producción y menos reproducción
«A éste lo quiero para mí»

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El corazón: ¿amo o esclavo?

Quienes piensan muy seriamente por qué vivimos, terminan aterrados porque sólo pueden llegar a la conclusión que es de puro milagro.

En la observación de cuerpo humano, tres son los puntos que todas las culturas han señalado como principales: la cabeza, el corazón y los genitales.

También está en nuestra psiquis privilegiar los lugares centrales, por lo cual el corazón ocupa un lugar de privilegio (sin olvidar que la cabeza está «por encima de todo»).

Lo que simbólicamente parece ocupar el lugar menos valorado de los tres más importantes son los órganos genitales, cosa que parece coherente con los eternos conflictos de la sexualidad.

El corazón era la única víscera que los egipcios dejaban en el interior de las momias como recurso necesario en la (supuesta) vida eterna.

También encontramos que los pueblos han creído que el corazón es el verdadero asiento de la inteligencia mientras que el cerebro es su instrumento ejecutor.

Observemos que en nuestros días se habla nuevamente de la «inteligencia emocional».

Se ha pensado insistentemente que el corazón es la imagen del sol en el ser humano así como el oro es la imagen del sol en la Tierra.

Esta sobrecarga significante se ve aún más fortalecida si tenemos en cuenta la importancia anatómica que todos conocemos más el detalle nada menor de que es único pues no está duplicado como los riñones, los pulmones o los ojos.

Por lo tanto los seres humanos que suponen ser los encargados de conservarnos la vida porque no piensan que esta ocurre por un fenómeno natural sino que es el resultado de nuestro esfuerzo, dedicación, inteligencia, precaución, dieta, prevención, llegan a la extraña pero real situación de que son esclavos de esa víscera y tienen en su representante conocido (el cardiólogo) a un carcelero que vigila su inútil responsabilidad.

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