En un artículo publicado recientemente con el título Los pobres ayudados y explotados , propuse una síntesis extrema diciendo que los humanos necesitamos básicamente tres cosas: alimento, abrigo y amor.
Es fácil entender que con el dinero podemos conseguir el alimento y el abrigo que necesitamos para vivir.
No es tan fácil entender (en nuestra cultura), cómo conseguimos amor con dinero.
Nuestro cerebro segrega un pensamiento automáticamente: el amor comprado es prostitución (de quien lo vende y de quien lo compra).
Es importante comprender que no somos dueños de pensar libremente.
Tenemos la sensación de que nos guiamos por nuestro criterio, discernimiento, gustos, afectos, valores.
Esto es sólo una apariencia: nuestras opiniones están determinadas por la ideología que tenemos incorporada como si formara parte de nuestro cuerpo.
Para fundamentar esta aseveración, lo invito a que se observe cómo necesita pensar que el amor verdadero no se compra.
Pero no se desaliente: todo permite suponer que lo que usted lee, oye, piensa, sueña, imagina, puede modificar esa estructura neuronal que se corresponde con sus convicciones.
Le doy un argumento por si su biología lo encontrara digno de ser asimilado (aceptado, incorporado).
Existen dos tipos de amor:
1) el que recibimos de nuestros familiares porque nos sienten «sangre de su sangre»; y
2) el que recibimos de otras personas porque logramos satisfacerles sus necesidades o deseos.
Cuando nos aman por razones familiares, es un sentimiento que los otros siente por sí mismos y que nos incluye porque nos imaginan formando parte de ellos (como si integráramos su cuerpo).
Cuando nos aman porque somos útiles (serviciales, confiables), estamos ganándonos ese afecto.
Nuestro cónyuge, nuestros amigos, clientes o empleadores, nos retribuyen esa utilidad que les entregamos, con servicios, caricias, miradas, dinero, compañía, escuchándonos, divirtiéndonos.
Con estas retribuciones nos sentimos correspondidos, reconocidos, amados.
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario