sábado, 5 de noviembre de 2011

Pisar, andar, marchar, caminar: sinónimos de fornicar

Puesto que el verbo «pisar» es sinónimo de fornicar, cualquier desempeño productivo puede incluir una connotación sexual.

— ¿Cómo andan tus asuntos?
— Este comercio marcha bien.
— La empresa camina de maravilla.

En otro artículo (1) he mencionado que el inconsciente es lo que realmente toma las decisiones de nuestra vida, guiado por los instintos, recuerdos, experiencias y deseos que por algún motivo tuvieron que ser reprimidos, olvidados (pero nunca desactivados).

El instinto-deseo más importante, como corresponde, debió ser reprimido con más energía y, si todo funcionó correctamente, en la adultez no tenemos ni idea que alguna vez tuvimos aspiraciones incestuosas que se vieron drásticamente censuradas y prohibidas.

El principal aporte del psicoanálisis consiste en mejorar las consecuencias más negativas, molestas, angustiantes de ese proceso tan emocionante y frustrante vivido cuando teníamos aproximadamente cinco años.

Habrán observado que las tres primeras frases incluyen verbos que refieren a la acción de pisar (andar, marchar, caminar).

El verbo pisar tiene varias definiciones como puede leerse en este Diccionario , pero me interesa destacar aquellas que refieren al coito.

Efectivamente, muchas aves lo realizan de tal forma que el macho se para arriba (pisa) a la hembra. Por analogía, en varios países hispano-parlantes utilizan el verbo «pisar» como sinónimo de coger.

Es posible pensar a modo de hipótesis, que toda acción de caminar, trotar o correr sobre la «madre tierra» remite a una forma de eludir la prohibición del incesto.

Sin entrar a considerar la moda que ya tiene algunas décadas de cuidar la salud haciendo ese ejercicio sistemáticamente, las alusiones mencionadas en las tres primeras frases nos permiten suponer que cuando un trabajo, negocio o emprendimiento «anda, marcha o camina», bien o mal, este resultado puede estar vinculado a cómo el inconsciente del trabajador lo asocia con la sexualidad permitida o prohibida.

(1) Producir y reproducirnos

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Un diablo pobre es menos dañino

El temor a los demonios es en realidad un temor al deseo. Una técnica para controlar el deseo es quitarle recursos económicos (dinero).

Los demonios suelen ser de sexo masculino (diablo, Satanás, Lucifer, Mefistófeles, Belcebú, anticristo, mandinga, íncubo) aunque para evitar reclamos sexistas también tenemos algunas femeninas (brujas, arpías, hechiceras).

Estas figuras mitológicas son creadas

— para identificar el origen de ciertos males, y para
— intentar neutralizarlos mediante técnicas exorcistas.

El miedo fundamental es al dolor, a vernos en una situación desesperada, aterrorizados porque vemos cómo nuestra vida se extingue en un mar de sufrimientos.

Si esto pudiera ser percibido serenamente, quizá veríamos que estas imágenes tan escalofriantes no son otra cosa que el determinismo dentro del cual vivimos, esto es, que no tenemos control sobre nuestra existencia.

En otras palabras, tenemos mucho interés en conservarnos y para eso soñamos con poseer el poder suficiente para ser eficaces en esa conservación.

Necesitamos pensar que podemos evitar las enfermedades, el envejecimiento, las pérdidas materiales, la pérdida de seres queridos, del amor de otras personas y cada poco nos aparece alguna evidencia de que en realidad no poseemos ese control de nuestro patrimonio psíquico, afectivo, biológico, económico.

La «caja negra», el dispositivo imaginado desde el cual somos controlados, es el inconsciente.

Esta parte nuestra podría ser perfectamente un demonio que nos habita, pues esporádicamente algo nos falla, en algo nos equivocamos, algo nos sale mal y ese anhelado control se pierde.

Peor aún, nuestro deseo no es controlable aunque no paramos de ejercitarnos en su domesticación, le ponemos barreras para que no nos sabotee, nos traicione, nos lleve a la perdición.

En suma: Es posible pensar que una buena estrategia para controlar a los demonios que se expresan mediante el deseo, consista en quitarles esa herramienta fundamental para sus actividades destructivas: el dinero.

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Producir y reproducirnos

El coeficiente intelectual mide nuestra inteligencia aunque en última instancia esta depende de cuánto podamos privarnos de las ilusiones.

La lógica psicoanalítica es más discutible que la lógica matemática porque es más flexible, cuenta con premisas no confirmadas y sobre todo, porque nuestros cerebros padecen una tendencia muy fuerte a rechazar lo desagradable y a creer lo conveniente, lindo, fácil.

Aunque nuestro cerebro considera más conveniente, lindo y fácil suponer que nuestra especie es maravillosa, insuperable y mimada por un ser infinitamente poderoso, bueno y justo como es Dios, tendríamos que poder admitir que somos una especie más y que nuestras únicas funciones, misiones y destino son reproducirnos para que la especie sea inmortal (1) y producir para alimentarnos el tiempo necesario para que podamos gestar y criar a los nuevos ejemplares.

Los humanos vivieron bien mientras creyeron

— que el planeta Tierra era el centro del universo,
— que somos una estatua viviente esculpida por Dios, y
— que tenemos libre albedrío.

Los humanos sufrieron las pérdidas de estas tres creencias (ilusiones) cuando

— Copérnico demostró que nuestro planeta gira en torno al sol;
— Darwin nos convenció de que descendemos del mono;
— Freud propuso la existencia del inconsciente cuya función psíquica determina nuestras decisiones.

La desilusión provocada por estas novedades generó grandes protestas, descalificaciones, intentos de «matar al mensajero» (Copérnico, Darwin, Freud).

Muchas personas consideran inadmisible que sólo seamos portadores del ADN que le da inmortalidad a la especie y que una vez entregado nuestro legado a la próxima generación (reproduciéndonos), como si fuéramos participantes de una carrera de relevos (1), ya no tenemos motivos para seguir corriendo (viviendo).

Por este tipo de resistencia a las malas noticias, seguimos diciendo que «el sol sale por el este» en vez de reconocer que, en nuestra rotación, comenzamos a verlo por el este.

(1) El espíritu en realidad es la sexualidad

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Educar es imposible y aprender es inevitable

Sería ideal una educación sin coacción, pero en los hechos es imposible.

Los niños normales viven en su mundo pero pueden salir de él. Cuando no pueden salir de él padecen autismo.

Cuando están en su mundo, acomodan las interpretaciones de la realidad a los conocimientos que poseen, a la capacidad mental propia de su edad y al placer.

Ellos no ven las cosas exactamente como son sino como les gustaría que fueran:

— Los padres son omnipotentes, maravillosos y lo saben todo;

— Vieron cómo se aplican los inyectables y sabrían hacerlo si les prestaran una jeringa;

— El perro está de acuerdo con él sólo que no es de hacer comentarios.

Los adultos los vemos, creemos entenderlos recordando nuestra propia niñez y tratamos de que sus fantasías, ilusiones y creencias, sentidas y vividas como la pura realidad, no se conviertan en peligrosas para ellos y caigan por una escalera, se corten con un cuchillo o queden electrocutados al meter los dedos en un tomacorriente.

Con los adultos ocurre algo similar sólo que no podemos vernos como nosotros vemos a los niños. La introspección, la reflexión o la autocrítica son intentos de poco alcance para saber cómo somos.

Quienes nos dedicamos toda la vida a entendernos, tampoco lo logramos, aunque quizá poseamos algunas ideas más de las que poseen otros que dedican su energía a otros asuntos.

Una ilusión similar a la de los niños nos ocurre con el libre albedrío. Así como ellos creen ser médicos, bomberos o capaces de volar, nosotros nos sentimos capaces de saber, educar, gobernar, dirigir, decidir.

Sin embargo, estamos determinados por la naturaleza (genética, clima, sociedad, anatomía).

Este determinismo hace que educar (modificar la conducta de otra persona) sea imposible sin cierto grado de coacción y que aprender sea inevitable cuando la curiosidad nos coacciona.

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