miércoles, 22 de diciembre de 2010

Es posible equivocarse sin ayuda

Soy insistente con el rechazo de la consigna «Querer es poder».

Aunque no todo está mal en esa frase.

Más precisamente, lo que está mal es suponer que todo es cuestión de buena voluntad, esfuerzo, perseverancia.

Esa suposición (el voluntarismo), hace perder mucho tiempo, genera grandes desilusiones y provee interminables frustraciones.

Una vez más tengo que mencionar el recurrente tema del libre albedrío.

Si usted cree en él, está predispuesto a conservar el sentimiento de omnipotencia de tienen los niños, gracias al cual todo es posible.

Por el contrario, el determinismo (según el cual, estamos determinados por acontecimientos ajenos a nuestro control, especialmente por las características de nuestro inconsciente) nos induce a ser mucho más humildes ante la vida y ante las circunstancias.

Una persona determinista, jamás puede tener la arrogancia de suponer que lo puede todo, sino que, por el contrario, participará en la existencia que le tocó, disfrutando y tolerando lo que le toque en suerte, pero sin intentar forzar los acontecimientos (porque sabe que perderá el tiempo ilusoriamente).

La frase «Querer es poder», para un determinista, significa otra cosa.

Nada es más efectivo para disfrutar de las mejores oportunidades que nos conceda la suerte (casualidad, fortuna, azar), que actuar según el propio deseo, esto es, tomar la mayor distancia posible del deseo ajeno.

Cuando un determinista dice, «Si quiero, puedo», está queriendo decir que si pudiera respetar su vocación, sus ideas, preferencias, conseguirá lo máximo para lo que está dotado.

Por ejemplo, si a usted le gusta cultivar rosas pero sus padres le dicen que mejor estudie ingeniería, porque con las rosas se morirá de hambre, su éxito personal consistirá en plantar rosas sin pelearse definitivamente con su familia.

En suma: «querer es poder» cuando respeto mis preferencias (quiero), desarrollando así toda mi potencialidad personal (poder).

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La convivencia boxística

Tenemos dos opciones:

1) Guiarnos por lo que parece ser la realidad objetiva; o
2) Guiarnos por nuestras intuiciones confiando en que «Dios proveerá».

Como no creo en el libre albedrío, supongo que cada uno actúa inevitablemente por el criterio que se le impone (dotación genética, contexto cultural, características del inconsciente).

Es seguro que a mí me tocó actuar según la realidad objetiva y no tengo otra alternativa que hablar de lo que aparentemente sé: lo objetivo, la racionalidad, el ateísmo, etc.

Les decía hace poco que el estilo de vida capitalista es bastante salvaje (1). Me baso para afirmarlo en que disimuladamente están permitidos algunos homicidios de personas jurídicas (empresas) que están integradas por personas físicas (gente).

Según mi perfil de persona racional, objetiva y atea, considero inevitable reconocer las cosas como son, para que mi desempeño no esté perjudicialmente desalineado con el contexto en el que actúo.

En otras palabras, si vivimos en un régimen socio-económico en el que competimos con tanta rudeza que podemos llegar a causarnos daños muy penosos (y hasta irreversibles), no podemos andar por la vida como ángeles, cantándole al amor y pensando que habitamos un jardín.

La convivencia boxística implica estar dispuestos a causar el mayor daño posible y evitar padecer el mayor daño posible, cumpliendo con todas las reglas de juego.

En este estado de cosas, evitamos el mayor daño posible reconociendo que nuestros discretos, disimulados aunque inteligentes y astutos competidores, tratarán de desanimarnos, exagerarán cuán difícil es todo, retacearán todo tipo de ayuda que pueda fortalecernos en perjuicio de sus propios intereses.

Existe una consigna capitalista, usada indistintamente por todas las ideologías, que reza: «No conviene avivar tontos, porque después se volverán contra tí».

En suma: la convivencia boxística nos exige saber y aceptar que participamos en una lucha civilizada.

(1) El capitalismo sin bañarse y con perfume

Nota: la imagen muestra el momento de la pelea (1997) en la que Mike Tyson muerde una oreja a Evander Holyfield. Este fue uno de los tantos desaciertos que condujeron a la ruina al superdotado deportista.

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Dios nos libera

Mientras releía el artículo titulado El amo y el esclavo, viven diferente, pensaba: «Alguien puede pensar que intento ser coherente».

Lo que sí ocurre es que no busco la incoherencia deliberadamente. Si tengo que ser coherente, lo acepto sin culpa ni arrepentimiento.

La obligación de no contradecirnos equivale a una cárcel de alta seguridad. Continuamente tenemos que revisar todo lo que alguna vez dijimos para evitar la inclusión de conceptos que se opongan entre sí.

El equipo de carceleros que nos vigilan, está compuesto por una infinidad de voluntarios, que hurgan con meticulosidad proporcional al prestigio del convicto. Si alguien gana el Premio Nobel, estos voluntarios se excitan hasta el paroxismo y tratan de encontrar pruebas para destruirlo, cosa que felizmente no ocurre, no por falta de contradicciones en el premiado, sino por la inevitable necedad de sus carceleros.

Y en esto sí creo: Dios nos libera.

Observen que la existencia de las religiones, capaces de convocar a personas de las más variadas inteligencias, nos aportan el derecho a defender públicamente un conjunto de ideas radicalmente alejadas de la lógica, la coherencia y la racionalidad.

Por lo tanto, aunque el psicoanálisis es ateo (porque suponemos que esta fantasía no es otra cosa que una forma de pensar en las cualidades e influencia en nosotros de un padre ideal), no puede (el psicoanálisis) enemistarse con las religiones porque recibe de ellas una autorización tácita para defender —también públicamente—:

— la falta de coherencia que nos impone el inconsciente; y que

— (por estar gobernados por el inconsciente), el libre albedrío no pasa de ser una alucinación, que por la cantidad de adherentes que la padecen (o disfrutan), parece ser tan verdadera como la existencia de Dios.

En suma: vivir en la cárcel (de la coherencia), no impide la felicidad humanamente posible.

Nota: La imagen muestra al presidente de México (Felipe Calderón), al presidente de Venezuela (Hugo Chávez) y al presidente de los Estados Unidos (Barack Obama).

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Cómo conducir una hoja que vuela

Todos deseamos tener poder porque suponemos que teniéndolo, logramos controlar nuestra vida.

Cuando los acontecimientos que nos acompañan resultan frustrantes (perdemos el trabajo, una pequeña manchita altera el aspecto del cutis, nuestro cónyuge no responde a nuestras expectativas),

— suponemos que todo eso tiene una causa conocida,
— suponemos que existe una técnica para eliminar la causa o compensar sus efectos indeseables,
—suponemos que con inteligencia y buena voluntad, la felicidad no sólo existe sino que puede ser permanente.

En suma: todos queremos organizar la realidad para que se adecue a nuestra conveniencia.

A medida que pasan los años y este emprendimiento fracasa sistemáticamente, comenzamos a pensar que quizá lo más conveniente sería que fuéramos nosotros quienes intenten adecuarse a la realidad.

Esta actitud suele ser calificada como resignación, conformismo, estoicismo.

Según en qué cultura vivamos, estos vocablos tienen una connotación positiva o negativa.

Para algunos, «resignarse» es ser cobarde, apático, débil y para otros es ser valiente, sabio y fuerte.

Estas alternativas tienen detrás sendas filosofías y sus autores principales se dedican a ofrecer argumentos que permitan fundamentar una u otra.

Sin embargo, creo que estas opciones no existen.

Efectivamente, mis creencias en el determinismo (y mi escepticismo frente al libre albedrío), me llevan a pensar que nuestras circunstancias nos imponen cierta actitud (resignación o rebeldía) que luego intentamos justificar con argumentos filosóficos, para no perder la esperanza en que

— «hacemos lo que nuestra inteligencia nos indica»;

— «nuestra conducta está plenamente justificada porque no somos animales esclavos de los instintos»;

— «somos respetuosos y obedientes de las órdenes de nuestros amos».

Este punto es esencial:

Observe cómo nuestros fundamentos se encolumnan tras algún personaje prestigioso (Dios, Sartre, Cristo, Fidel Castro, Freud, etc.).

Conclusión: cuando adherimos al pensamiento de cierta ideología, religión o doctrina, estamos siendo esclavos de un amo (1).

(1) El amo y el esclavo viven diferente

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Ni si, ni no, ni viceversa

Hace unos meses, les decía (1) que, si bien la humanidad se abraza con fuerza a la creencia en el libre albedrío, simultáneamente se abraza con fuerza a todo aquello que disminuya las consecuencias indeseables de esa postura ideológica.

Efectivamente, suponer que el futuro puede adivinarse erosiona la hipótesis de que cada uno hace lo que le viene en gana.

Los que confían sus decisiones al asesoramiento que pueden obtener de la astrología, el tarot o los mentalistas, están suponiendo que el curso de los acontecimientos ya está determinado en el momento de la consulta, pero que sólo esos asesores tienen acceso a la información.

Por lo tanto, quien cree en el libre albedrío tiene prohibido creer en la adivinación, excepto que asuma la incoherencia lógica en la que incurre.

Algo similar sucede con los amantes de las estadísticas porque uno de sus principales subproductos, el más apasionante, el que despierta mayor interés, es la determinación de tendencias.

El análisis de tendencia pretende aportar certezas suponiendo que si un móvil estuvo en el punto A y ahora está en el B, puedo tomar decisiones partiendo de la base de que luego estará en C.

En suma: quienes creen que el futuro se puede conocer por la vía que sea (mística, parapsicológica o matemática), sólo está autorizado para defender el determinismo y descalificar el libre albedrío.

Y ya mismo me desdigo, porque la afirmación anterior también es falsa.

Los humanos estamos atados a la coherencia en los dichos pero no en los actos. Decimos lo que los demás quieren y aceptan escuchar, pero hacemos lo que no podemos evitar (determinismo), para luego describirlo (justificarlo) de la forma que los demás quieren y aceptan escuchar.

Por ejemplo, digo defender la monogamia, pero soy infiel y luego prometo no volver a hacerlo.

(1) ¡Cuidado con los monos de leo!

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La sociedad es la orfebre que me construyó

Si alguien se dedica a ejecutar exactamente lo contrario a lo que le piden, según su opinión, ¿es un rebelde o un sumiso?

Pues bien, en apariencia es un rebelde porque no hace lo que le piden, pero en el fondo es alguien sometido a lo que le piden para hacerlo exactamente al revés.

¿Algo de su anatomía está diseñado por sí mismo, funciona como él quiere?

El color, la forma, la dureza y el tamaño, están predeterminados por la herencia y la casualidad, claro que puede pintarse las uñas, cortarse el cabello, maquillarse los ojos, ponerse un tatuaje, modificarle el volumen de los senos, blanquearse los dientes, depilarse las cejas.

Respecto al funcionamiento puede soportar el hambre o comer en exceso, puede dormir ahora o dentro de un rato, estar sobrio o alcoholizado, soportar las ganas de orinar o defecar por un cierto tiempo, cansarse, transpirar, aguantar las respiración durante unos cuantos segundos, levantar una mano para saludar a un amigo, bailar, montar a caballo.

¿Qué podemos decir de sus ideas, creencias, ideología, prejuicios? ¿Piensa lo que quiere, lo que le inculcaron, lo que piensa la mayoría con la que convive?

Y sus gustos ¿son ocurrencias personales o están limitados a lo que le permitieron conocer y probar sus padres, amigos, tíos, abuelos?

Póngase por un momento en su lugar: ¿cree que si el próximo martes a la hora 20:15 se propone disfrutar de una ópera, la disfrutará a pesar de que hasta ese momento odiaba el canto lírico?

¿A qué clase socio-económica pertenece? ¿Es la que eligió libremente o la que le tocó en suerte?

¿Puede vivir en el país que se le ocurre? ¿En la provincia, la ciudad, el barrio?

Hablemos del idioma: ¿lo eligió libremente o no?

¿Cómo llegó a tener su nombre?

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El hijo jubilatorio

«La ignorancia de la ley no exime su aplicación» (1) dice una consigna que hemos tenido que inventar cuando nos dimos cuenta que muchos ciudadanos, alegando desconocimiento, cometían delitos de toda índole y luego eran absueltos.

Sin embargo, esta restricción legal no tuvo el alcance que se esperaba sino que aún seguimos recurriendo al viejo truco de echarle la culpa a quienes no avisaron que se había prohibido matar, robar, violar y otros placeres antisociales.

Así como casi nadie concurre a la universidad a informarse profundamente de las miles de leyes, normas y reglamentos con sus respectivas interpretaciones, para luego convertirse en un ciudadano responsable, casi nadie concurre a la universidad a informarse profundamente de los miles de estímulos que recibimos del inconsciente y que determinan nuestra vida hasta los mínimos detalles.

Efectivamente, el rechazo casi alérgico que sentimos por informarnos sobre cómo somos guiados por deseos que tuvieron que volverse inconscientes porque satisfacerlos era prohibido, vergonzoso o ridículo, nos lleva a cometer errores cuya responsabilidad, juicio y condena, no podemos eludir.

Cuando cometemos errores que la ley no castiga, le echamos la culpa a otros, a la mala suerte o le encontramos atenuantes hasta justificarlos plenamente.

Tomemos sólo dos características humanas para no complicarnos:

1º) Necesitamos ser amados y
2º) Somos sigilosamente egoístas.

Los padres, inconscientemente, pueden colaborar para que sus hijos siempre dependan de ellos económicamente, como una estrategia (inconsciente) para mantenerlos sometidos.

Todos suponemos que llegaremos a la ancianidad y que necesitaremos que nos ayuden, protejan, amen, mimen, con amor, respeto, consideración, devoción. Entronizándonos, si fuera posible.

Inconscientemente, tratamos de que por lo menos uno de nuestros hijos se encargue de esa tarea geriátrica y lo ayudamos para que, llegado el momento, no tenga más remedio que hacerlo porque económicamente depende de nosotros (sólo sabe protegernos).

(1) Razono

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Los espermatozoides monetarios

Las estadísticas suelen ser muy convincentes porque se presentan como si fueran datos objetivos.

No creo que esto sea así.

La realidad es tan dinámica, que cualquier resultado estadístico se está desactualizando mientras se recaudan las muestras.

De todos modos, debo reconocer con absoluta humildad, que si la estadística refiere a cuánto suele durar la rotación de la tierra, sobre su eje o en torno al sol, entonces asumo que ahí tenemos una información bastante confiable.

Tan confiable que hasta podría permitir construir almanaques para años venideros y hasta relojes que funcionen bien el próximo año.

El resto de las estadísticas sólo son seductoras, fascinantes, capaces de provocarnos una deliciosa sensación de certeza.

Aunque utilizo un estilo asertivo (asegurando hipótesis), usted y yo sabemos que nada de lo que pueda decirse del ser humano es una verdad químicamente pura.

El inconsciente alberga deseos inconfesables, ya sea por lo antisociales como por lo ridículos. Pero están ahí, ejerciendo su influencia sobre nuestra conducta para determinarla. Como son inconscientes, uno tiene la sensación de que hace lo que quiere (cree disponer de libre albedrío).

Una fantasía inconsciente puede ser que los espermatozoides son dinero.

Observe que salen del varón (clásicamente proveedor) y entran en huecos (vagina, recto o boca), que pueden recordar una billetera, un bolsillo o un monedero.

Algunos varones padecen eyaculación precoz, esto es, que expulsan el semen inclusive antes de la penetración.

No necesariamente inhiben la fecundación, siempre y cuando algún espermatozoide llegue al óvulo fértil. Eso sí, dificultan el placer femenino (que no es imprescindible para quedar embarazada).

Generalmente se piensa que esta particularidad del varón obedece a un exceso de ansiedad.

Algo similar ocurre con quienes pagan a su proveedor por adelantado.

Si bien un pago anticipado no asegura el incumplimiento, al menos es muy desestimulante.

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