En el artículo publicado ayer con el título Los economistas caninos comentaba que la naturaleza no nos entrega a todos el mismo «capital inicial» (talento, salud, fortaleza).
Existe la posibilidad de que las especies que tienen todas sus acciones predeterminadas por el instinto hagan lo correcto, que en este caso consiste en dejar que cada ejemplar se las arregle como pueda.
También existe la posibilidad de que la ausencia en nuestra especie de un instinto tan completo y predeterminante, nos habilite para corregir esa irregular distribución de recursos que hace la naturaleza.
Los que estamos embarcados en esta segunda posibilidad (corregir las injusticias distributivas de la naturaleza), no tenemos la seguridad de hacer lo correcto a pesar de que para darnos ánimo podamos insistir en que existe el libre albedrío, que el ser humano es el único responsable de su destino, que «querer es poder», y otras creencias igualmente indemostrables pero estimulantes.
Cuando para mejorar la calidad de vida de los que están peor, tratamos de copiar las prácticas de quienes son exitosos en el plano material, también tenemos que saber que esa quizá no sea la solución.
La duda surge porque no sabemos si a esa persona le va bien porque aplicó un cierto método (que podríamos copiar) o es una consecuencia de que es naturalmente más fuerte, resistente a la fatiga, inteligente, sereno, bondadoso (condiciones que no podríamos copiar).
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