domingo, 6 de abril de 2014

La Revolución Cubana compensa dos carencias


Mediante esta descripción pretendo decir que la Revolución Cubana existe porque en esa isla no tienen un territorio inhóspito ni ricos acaparadores.

Los humanos nos desarrollamos mejor si tenemos que luchar para conseguir el alimento.

En realidad, no sé qué órgano es más importante para nuestra especie. Los racionalistas dicen que es el cerebro y los románticos dicen que es el corazón; quizá el que más determina nuestras acciones sea el estómago, sin el cual no padeceríamos hambre que nos obliga a conseguir comida y sin el cual no tendríamos ganas de dormir cuando hemos comido en exceso.

Un segundo órgano importante es el útero, ¡otro órgano hueco! Es en él que se desarrollan nuevos ejemplares, pero debería decir que es en él donde se desarrollan nuevos estómagos que vienen a aumentarnos las necesidades que nos obliga tiránicamente a trabajar, administrar, ahorrar, aguzar el ingenio, ser egoístas o solidarios, según haya o no abundancia de alimentos.

Si aceptamos que el órgano que dirige nuestras vidas es el estómago, también podremos pensar que las circunstancias de cada pueblo pueden ser alguna de estas tres:

1) Que vivamos en un suelo rico y con libertad absoluta, en cuyo caso tendremos personas acaparadoras, ambiciosas, capaces de concentrar enormes fortunas, para que la abundancia no nos vuelva indolentes, haraganes, apáticos, tontos, carentes de energía, de voluntad, de creatividad. Con esto estoy tratando de decir que los ricos son un producto de la naturaleza encargado de regular la abundancia de alimentos;

2) Que vivamos en un lugar árido, de suelo y clima inhóspitos, que nos obligue a trabajar mucho, a unirnos para ganar fuerza, a ser austeros, ahorrativos, disciplinados, para que entre todos podamos enfrentar la escasez del suelo y la agresividad climática (frío, falta de luz, sismos, esterilidad del terreno, exceso o escasez de agua);

3) Que vivamos en un suelo rico pero sin millonarios explotadores, entonces tenemos tiranos que obligan a la población a vivir como si el territorio fuera miserable o como si existieran personas acaparadoras de grandes fortunas (ricos).

Mediante esta descripción pretendo decir que la Revolución Cubana existe porque en esa isla no tienen un territorio inhóspito ni ricos acaparadores.

(Este es el Artículo Nº 2.154)


Hacer el amor o el odio


Existe la posibilidad de que algunos casos de violencia doméstica sean en realidad intentos reproductivos frustrados, en los que ella quiso excitarlo sexualmente hostigándolo, sin imaginarse que él se enfurecería y la atacaría destructivamente.

En otro artículo (1), y mediante un rodeo racional, llegué a la conclusión de que el género no marcado masculino, propio de nuestro idioma, no podría ser femenino como ellas reclaman.

Para hacerlo más claro: el idioma indica que en un grupo de niños de ambos sexos, deberá decirse los niños, inclusive en el caso de que sean 99 niñas y un solo niño. Por supuesto, ellas pretenden que la situación sea la inversa, o, en todo caso, que el género esté determinado por la prevalencia, es decir, si en 100 niños, 51 son niñas, entonces que fuera correcto decir genéricamente las niñas.

La explicación expuesta en ese artículo, (cuya lectura me permito sugerir, tan solo siguiendo el link que se entrega al final de este artículo), hacía referencia a que el género no marcado es masculino para que las mujeres se molesten, protesten, les reclamen a los hombres, estos se exciten sexualmente, tengan sexo con ellas para apaciguarlas, y así terminemos gestando nuevos ejemplares que aseguren la conservación de la especie.

Reforzaba este argumento diciendo que si el género no marcado fuera el femenino y quienes se molestaran fueran los varones, la reivindicación no daría lugar a relaciones sexuales reproductivas sino a reclamos violentos, destructivos, atentatorios contra la conservación de la especie.

En los hechos, —y este es el núcleo del presente artículo—, no siempre que las mujeres irritan a los varones con sus reclamaciones obtienen un apaciguamiento amoroso, fecundador.

Efectivamente, puede ocurrir que un varón se sienta acosado y, en vez de tratar de apaciguar a la mujer haciéndole el amor de forma reproductiva, opte por atacarla, con violencia física o psicológica, destructiva, hiriente, desmesuradamente agresiva, buscando matar a la mujer que protesta porque se siente poco querida en una sociedad donde el género no marcado es masculino.

En conclusión: existe la posibilidad de que algunos casos de violencia doméstica sean en realidad intentos reproductivos frustrados, en los que ella quiso excitarlo sexualmente hostigándolo, sin imaginarse que él se enfurecería y la atacaría destructivamente.


(Este es el Artículo Nº 2.168)


  

Erotismo lingüístico


Que el género masculino sea el género por defecto en nuestro idioma se explica porque la reclamación reivindicativa de las mujeres es erótica, mientras que si la reclamación fuera de los varones sería destructiva.

Este artículo retoma, desde otro punto de vista, un tema que ya fue comentado en un texto y video anteriores (1).

En este caso intento compartir una explicación de por qué en nuestro idioma castellano existe un cierto privilegio del género masculino, con una característica que, técnicamente, se denomina género no marcado masculino.

Así como en los programas de computación encontramos que algunas opciones están determinadas por defecto, en nuestro idioma ocurre algo similar con el género.

En Word, por ejemplo, la fuente por defecto la letra Normal, aunque también existen opciones de letra cursiva, negrita o ambas combinadas. Cuando no hacemos una configuración expresa, el programa utiliza la letra Normal.

En nuestro idioma, podemos decir los niños aun cuando nos estemos refiriendo a un grupo integrado por niños y niñas.

Es habitual que las mujeres se sientan incómodas por esta discriminación que parece no tenerlas en cuenta. Por esto, algunos políticos notoriamente demagogos, fuerzan el idioma y, para referirse a un grupo mixto de niños, dicen los niños y las niñas, siendo que el castellano nos indica que es correcto decir los niños para indicar la inclusión de ambos sexos.

La causa, el origen, de esta aparente injusticia que pone al sexo femenino en un segundo lugar, podría ser la siguiente:

Para estimular la fecundación entre los humanos, es positiva una disconformidad genérica, difusa, constante, de la mujer, que la estimule para molestar, irritar, quejarse ante el varón que ella haya seleccionado para padre de sus hijos. Si ella está molesta (por ejemplo, por sentirse desplazada lingüísticamente), lo molestará, lo excitará sexualmente, él tratará de calmarla para que deje de molestarlo, y, luego de copular, el vínculo volverá a sus mejores condiciones, pero con una mujer embarazada que colaborará en la conservación de la especie.

En suma: la arbitraria elección del sexo masculino como género no marcado, permite que ellas exciten sexualmente al varón y la especie asegure su conservación. Si, por el contrario, el género no marcado fuera el femenino, la reacción reivindicativa del varón no sería precisamente erótica, sino violenta, destructiva, aniquiladora de la especie.


(Este es el Artículo Nº 2.167)


 

La mente no admite cualquier idea


La intolerancia ideológica, religiosa, filosófica, es causada por un rechazo provocado por el sistema inmune ya conocido o por algún otro de funcionamiento similar.

Tendemos a pensar que podemos entender y aceptar cualquier idea, así como también creemos que nos gusta toda la música, sea cual fuere.

Esto no es así: solo podemos aceptar aquellas ideas que puedan entrar en armonía con las ideas que ya tenemos en nuestra mente.

Claro que, como condición previa, la comprensión de cualquier idea está determinada por la posesión de los conocimientos que esta idea da por sabidos. Jamás podríamos entender asuntos que están por fuera de nuestras competencias, saberes, información básica.

Tampoco podemos aceptar, incorporar, admitir, toda aquella idea que esté en contra de nuestra configuración de mundo, o de nuestra filosofía de vida, o de nuestras creencias más firmes y profundas.

Por lo tanto, esa ductilidad de nuestra mente no es tal. Solo nos creemos tan capaces cuando no hemos tenido la oportunidad de acceder a teorías que nos exigen aptitudes que están fuera de nuestro alcance.

Aun cuando seamos capaces de entender las novedades que se nos presentan, tampoco es seguro que podamos incorporarlas como verdaderas. La convivencia de las nuevas ideas depende de las demás ideas que ya tenemos incorporadas. Por decirlo metafóricamente, cada nueva idea debe hacer un trámite de inmigración a nuestra mente, que terminará siendo aprobado o desaprobado.

De esta aceptación o no aceptación surgen la intolerancia, la negación, la incomprensión, la discriminación, la descalificación, el rechazo activo o la indiferencia mortífera.

Nuestra mente, así como el resto del cuerpo, no acepta cualquier injerto: algún sistema inmune, (o el ya conocido que nos protege de los microorganismos), nos protege de todo aquello que pudiera entrar en conflicto con nuestra armonía y coherencia saludables.

Esta podría ser una explicación de por qué no podemos aceptar algunas creencias. Es el propio cuerpo el que las rechaza como si se tratara de un tejido extraño.

(Este es el Artículo Nº 2.164)


Los padres no hacen a los hijos


Los padres, por error, suelen sentirse culpables de los infortunios de los hijos, sin tener en cuenta que ellos no los hicieron sino que solo obedecieron un mandato de la Naturaleza que determina el fenómeno reproductivo de todos los seres vivos.

En las enfermedades de nuestros hijos solemos tener una cierta conducta provocada por el sentimiento de culpa. Los padres (especialmente las madres) creen que el niño está enfermo, que se accidentó o que tiene un mal desempeño escolar por culpa de ella, porque ella hizo algo mal.

Esto no es así.

Vale la pena repetirlo: «Esto no es así».

Los padres solo cumplen las leyes naturales: se excitan sexualmente, copulan, se fecundan, gestan, paren, alimentan, igual que cualquier otro animal.

En la construcción de ese nuevo ser no hicieron nada que tuviera que ser responsable. Solo respondieron a instintos tan imperativos como dormir, respirar, alimentarse, evacuar residuos digestivos.

Ni el padre ni la madre son hacedores del nuevo ser. Son sus respectivos cuerpos los que actúan automáticamente, como ocurre con los latidos del corazón, la digestión, el rechazo de microorganismos invasores.

La sobreprotección, el exceso de mimos, la respuesta inadecuada ante la enfermedad del pequeño ocurren porque también es inadecuada la interpretación de los hechos. Si una madre cree que es culpa de ella que el hijo se halla enfermado de sarampión, o de que tenga fiebre, vaya uno a saber por qué, se pondrá como loca tratando de reparar el error que cometió.

Esto no es así: ella no cometió ningún error cuando quedó embarazada, ni cuando lo gestó, ni en ningún otro caso en que estuvo siendo usada por la Naturaleza para cumplir un ciclo vital presente en todas las especies.

Aunque le cueste creerlo, ella posee un escasísimo protagonismo en todas las peripecias vitales de sus hijos, sin dejar de reconocer que la colaboración que pueda darles a esos nuevos seres tan vulnerables podrá ser buena, regular o mala.

En otras palabras: los nuevos ejemplares tienen en sus padres a los colaboradores predeterminados por la Naturaleza, aunque, como ya sabemos, ni son imprescindibles ni totalmente responsables de la suerte que les vaya tocando: integración genética, instinto materno básico, accidentes, franja socio económica y cultural de los padres, y esa larga lista de circunstancias que parecen premiarnos o castigarnos a lo largo de toda la vida.

(Este es el Artículo Nº 2.160)


Pensar es un deporte


Quienes están determinados para estudiar y pensar son personas débiles, que  no hacen lo que quieren (libre albedrío), sino que están determinadas para ser como son.

Suelo comentar con ustedes algunas ideas que intentan fundamentar por qué el libre albedrío no existe, en tanto estamos 100% determinados por una cantidad enorme de estímulos que nos inducen a hacer o no hacer todo eso que hacemos o no hacemos. (1)

Esos estímulos son, por ejemplo: genéticos, ambientales, sociales, climáticos, históricos.

En este artículo y video me concentro en repetir la idea, pero agregando que la mayoría de los seres humanos ni piensa ni estudia y sin embargo viven.

Cuando digo la mayoría estoy sugiriendo, además, que es muy probable que sea correcto dejarse llevar por los factores que nos determinan pues, al creer en el libre albedrío y suponer que podemos tomar buenas decisiones pensando y estudiando mucho, estamos siendo llevados (determinados) por una creencia sin fundamento.

Sin embargo, si pudiéramos ser objetivos en la evaluación de estos asuntos, quizá llegaríamos a la conclusión que a los humanos no nos va igual en la vida estudiando y pensando que prescindiendo de esas actividades.

Por el contrario, quienes estudian y piensan asuntos referidos a la existencia y cómo administrarla, tienen vidas diferentes a las de quienes prescinden de esas ocupaciones.

Este hecho no necesariamente indica que es posible controlar la existencia, (como opinan los creyentes en el libre albedrío), sino que también puede significar que algunas personas están determinadas para hacer ciertas tareas (estudiar, pensar) y no otras.

¿Qué les ocurre a quienes estudian y piensan? Probablemente son más esclavos de eso que leen y piensan y, al ser más esclavos, son más previsibles, obedientes, sumisos, controlables, gobernables, gracias a lo cual reciben premios de los padres, maestros, gobernantes y la sociedad en su conjunto.

En otras palabras, no es que los estudiosos y pensadores sean mejores porque hacen eso, sino que estas particularidades suelen estar asociadas a personas sumisas, temerosas de transgredir las normas, muy dependientes de la opinión ajena. Esos rasgos de temperamento los convierten en ciudadanos escasamente problemáticos, por lo cual son premiados, mimados, cuidados.

Una persona estudiosa y que piensa quizá tenga buenos ingresos económicos porque consigue mejores trabajos, (porque tiene buen comportamiento en general), quizá tenga más poder porque este le es asignado a quien es poco probable que abuse de él, seguramente tenga amigos con un perfil similar al suyo («dime con quién andas y te diré quién eres»), gracias a lo cual quizá también así aumente su cuota de poder socialmente legitimado.

En suma: Quienes están determinados para estudiar y pensar son personas débiles, inseguras, sumisas, obedientes, que tienden a ser previsibles, probablemente honestas (por temor a los castigos), sinceras (por temor a la crítica), disciplinados (para recibir la aprobación de jefes y compañeros), solidarios (por temor a quedarse desprotegido). Es decir: no hacen lo que quieren (libre albedrío), sino que están determinados para ser como son.

(1) Los artículos sobre este tema se concentran en un blog titulado Libre albedrío y determinismo.

(Este es el Artículo Nº 2.174)


La necesidad de creer en el libre albedrío


Nadie cree en el libre albedrío o en el determinismo porque quiere. Estamos determinados para creer en uno o en otro. Por ejemplo, si usted cree en el libre albedrío, observe cómo no puede creer en el determinismo. El cerebro le hará pensar que este es un error.

Esta es una de mis obsesiones: el libre albedrío. A los lectores de Internet puede servirles porque esta es una patología, (la obsesión), bastante útil pues aumenta la dedicación que alguien puede aplicarle a ciertos temas.

En otras palabras, como este asunto me angustia especialmente, trato de desangustiarme pensando, escribiendo, publicando artículos en un blog (1).

Las promesas incumplidas ¿son mentiras que se descubren por el no cumplimiento? No. Las promesas incumplidas ocurren porque tanto quien promete como quien confía en el cumplimiento de esa promesa, creen en el libre albedrío. A ninguno de los dos se le ocurre pensar que están tomando decisiones sobre asunto que no pueden controlar. Decirle a alguien «Siempre te amaré» es exactamente lo mismo que decirle «Le diré al presidente de los Estados Unidos que te mande mil dólares de regalo».

¿Por qué alguien puede creer en una promesa de amor y duda sobre la influencia que el prometedor tiene sobre otra persona? Porque el crédulo, que cree en la promesa de amor, supone que el prometedor puede cumplir lo que dependa de su voluntad, (dado que dispone del libre albedrío), pero es menos probable que pueda hacer cumplir a otro, (quien también dispone de libre albedrío), a quien difícilmente pueda controlar su voluntad.

Quienes creen en el libre albedrío no podrían dejar de creerlo porque sería grande el placer que perderían.

El principal componente de ese placer es la sensación de poder, de autodeterminación, de libertad. Quien pueda decir «Hago lo que se me antoja», se siente más poderoso que otro que solo pueda decir «No sé qué será de mí porque estoy determinado por factores que están fuera de mi control».

De hecho, nadie cree en el libre albedrío o en el determinismo porque quiere. Estamos determinados para creer en uno o en otro. Por ejemplo, si usted cree en el libre albedrío, observe cómo no puede creer en el determinismo. El cerebro le hará pensar que este es un error.


(Este es el Artículo Nº 2.152)