En un artículo anterior (1) les comentaba cómo influye el lenguaje cotidiano en la depresión.
Sintéticamente, decía que la propia palabra es una de sus causas.
Ahora quiero hacerles un comentario sobre la depresión, pero asociándolo no sólo con el lenguaje sino también con la duda que me inspira la existencia del libre albedrío.
Podemos decir que la depresión es una especie de «cobardía moral».
Cuando un individuo o un equipo deportivo tienen bajo rendimiento, se dice de ellos que tienen la «moral baja».
Si el psicoanálisis tuviera razón, el deseo es un impulso a erradicar esa carencia (falta, falla, escasez) que nos sigue a todos lados y durante toda la vida, como si fuera nuestra sombra.
Por alguna razón (seguramente orgánica), algunas personas no pueden pagar los costos de satisfacer el deseo.
Dicho de otro modo: hay personas que no siempre satisfacen (resuelven, respetan) su deseo.
Alguien que sí puede satisfacerlo, acomete con valentía cada día de duro trabajo, se compromete afectivamente hasta las últimas consecuencias, corre riesgos, se divierte aunque después se sienta cansado, se endeuda porque confía en que podrá pagar, tiene varios hijos porque se tiene fe para ayudarlos a crecer, dice lo que piensa sin temer las críticas o represalias.
Diríamos de esta persona que «tiene la moral alta» o que tiene «valentía moral».
Metafóricamente digo que, en el cuerpo de una persona sana, cada célula trabaja, mientras que en un deprimido, gran parte de sus células, no trabajan.
Estas células inactivas son las que provocan el decaimiento.
Los defensores del libre albedrío condenan la cobardía y aplauden la valentía, aunque éstas no sean más que característica anatómica como la estatura, el color de la piel, o la agudeza visual.
(1) El diagnóstico perfecciona la enfermedad
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario