Durante milenios hemos pensado que los ricos acaparan más riqueza de la que necesitan, abusando inhumanamente del poder que le da el dinero y que los pobres no tienen fuerza para tomar lo que necesitan.
La hipótesis opuesta, propondría que los pobres se sacan de encima la basura material, tirándosela inhumanamente a los ricos.
Esta segunda suposición suena francamente disparatada. Tendríamos que descalificarla antes de dedicarle un minuto a pensar en su posible validez.
La creencia universal en el libre albedrío, nos condiciona para suponer que dominamos la racionalidad, nos hipnotiza (¿idiotiza?) en la creencia de que pensamos con acierto.
En esta creencia, suponer que la despareja distribución de la riqueza está causada porque los pobres se la quieren sacar de encima, equivale a suponer que los seres humanos hacemos un uso torpe de esa libertad de albedrío.
Sin embargo, podemos suponer que la naturaleza, que funciona como funciona por causas que no conocemos bien, que viene acomodándose automáticamente milenio tras milenio, puede haber «determinado» que los seres vivos se desarrollan mejor con cierta escasez y que se debilitan con la abundancia.
Si así fuera, podemos suponer que los ricos necesitan mucho dinero para compensar los efectos negativos de la abundancia que padecen.
La naturaleza provee a los pobres del tino (intuición, inspiración, habilidad natural) suficiente como para evacuar (sacarse de encima, excretar) los excesos que perjudicarían la única función de la especie (conservarse).
Logrado esto (poseer la escasez necesaria), los pobres pueden tener más hijos y cumplir la única misión que tenemos (conservar la especie).
En esta hipótesis, podemos decir que existe una mayoría de pobres, porque son el verdadero sostén de nuestra especie, mientras que los ricos son los que —por su deficiencia—, necesitan más recursos para sobrevivir.
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