Apegarse a la lógica, al razonamiento, a los prejuicios, los refranes, la sabiduría popular, la tradición, equivale intelectualmente, a no abandonar los aparatos (bastón, muleta, andador) que usan niños y minusválidos cuando no están en condiciones de caminar sin caerse.
Liberado del sentido común, puedo afirmar que nacemos sabiendo.
La sabiduría que poseemos no es la concreta, específica y coyuntural de nuestra vida actual (la mesa es color verde, acaba de nacer quien descubrirá la causa y sanación del cáncer).
La sabiduría que poseemos es la universal (matemática, física, química).
Si usted se permite abandonar el sentido común, puede pensar que las teorías formuladas por Albert Einstein, las conocía cualquiera sólo que él las recordó.
Estoy aludiendo a la propuesta hecha por Platón 400 años antes de Cristo y que luego alguien llamó teoría de la reminiscencia.
Hay quienes afirman que el inconsciente contiene esos conocimientos universales (matemática, etc.), y que se muestran como talento, intuición, descubrimientos.
Existen muchos motivos para que una mayoría de personas suponga que realmente es libre de hacer lo que quiere.
Sí creo que podemos auto observarnos, interpretar nuestra conducta y elaborar algunas conclusiones, evaluar algunos resultados y aprender a partir de ahí.
Pero nuestra evolución se ve enlentecida cuando suponemos que los desaciertos económicos que nos mantienen en la pobreza, son negativos y desafortunados para nuestra existencia.
Más nos valdría averiguar, por qué perder dinero, ser incapaces de mejorar nuestros ingresos o vivir rodeados de carencias, está en sintonía con nuestras características generales, son fenómenos que nos equilibran y que estaríamos peor si no ocurrieran.
En suma: el interrogante que nos estimule recordar la sabiduría olvidada es: «¿Por qué me beneficio dolorosamente en vez de beneficiarme placenteramente?»
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