Los animales no humanos, tienen sexo con la misma actitud que comen, duermen, orinan o defecan.
Los animales humanos, tenemos sexo y evacuamos a escondidas, dormimos en lugares preferentemente apartados y podemos alimentarnos en público.
Ya lo he mencionado varias veces: disimulamos ser animales.
Además de las características ya mencionadas, hay una que es determinante: los animales no humanos están prisioneros del instinto (no pueden dejar de hacer lo que tienen programado), mientras que los humanos (supuestamente) somos libres de hacer lo que queramos.
Negamos rotundamente estar determinados por factores ajenos a nuestro control.
Necesitamos creer que poseemos libre albedrío, aunque paguemos los costos de sentirnos responsables de lo que hacemos y culpables por lo que nos sale mal.
A partir de la creencia en el libre albedrío y de negar que estamos determinados por factores ajenos a nuestro control (instinto, casualidad, herencia, naturaleza), surgen infinitas consecuencias.
Por ejemplo, a una embarazada tenemos que felicitarla porque nos sentimos obligados a reconocer que es la única forma de conservar la especie.
Sin embargo, en el fondo, reprobamos que tuvo sexo. Si bien no cometió un atentado al pudor, es obvio que fornicó y eso, hasta cierto punto, no deja de ser algo que hacen los animales.
Pero además, una embarazada tiene cuerpo de obesa, y por este motivo también merece la reprobación de los humanos fundamentalistas.
Una mujer obesa es alguien que no controla lo que come, quizá sea una persona que no hace ejercicio porque es haragana.
De esto es posible deducir, que tiene una vida licenciosa, porque si no sabe dominar su gula, tiene tanto descontrol como los animales esclavos de sus instintos.
Como no podemos criticar a la embarazada por haber fornicado, criticamos doblemente a la obesa.
Paradoja: Los varones obesos, sin embargo, suelen ser unos «gorditos simpáticos».
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