martes, 31 de agosto de 2010

La venganza sin rencor

¿Usted conoce mucha gente que asuma públicamente su incapacidad de perdonar?

Yo no.

Lo he escuchado muchas veces, dicho por pacientes que confían en el secreto profesional.

Si hago tantas argumentaciones en contra de la existencia del libre albedrío, es porque la inmensa mayoría de los habitantes del planeta, cree en él.

El libre albedrío sostiene que los seres humanos somos libres de hacer lo que queramos y que —por lo tanto—, somos responsables de nuestros actos.

El determinismo sostiene lo contrario.

Quienes defendemos esta hipótesis, decimos que varias causas (la mayoría desconocidas, algunas inconscientes y unas pocas conocidas), nos obligan a estudiar física nuclear, mudarnos a otra ciudad y llevar la corbata a rayas al casamiento de un amigo.

Los deterministas también pensamos que la influencia tan sutil, discreta pero ineludible de esas causas, nos permite creer que estudiamos física nuclear porque siempre nos gustó la matemática y nos regalaron una imagen de Einstein sacando la lengua, nos mudamos de ciudad para poder ir a la playa y elegimos esa corbata porque hace juego con las medias.

Desde mi punto de vista, el perdón no depende de la bondad, ideología o fuerza de voluntad del damnificado.

Si ocurre, es porque la acción perjudicial del otro, deja de molestarnos y nos olvidamos del agresor junto con su mala acción.

Es cierto que algunas personas simulan perdonar, así como otras disimulan la vejez tiñéndose las canas u operándose los senos.

Según el determinismo, el agresor no pudo evitar cometer un daño ni el perjudicado puede evitar tomarlo en cuenta, ni prevenir nuevos perjuicios ni calmar su sed de venganza.

Si no fuera así, no tendríamos tantas instituciones especializadas en «hacer justicia» con la mayor objetividad posible (sistema de justicia, abogados, jueces, policías, cárceles, investigadores).

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