viernes, 19 de noviembre de 2010

Un terremoto no debe ir a la cárcel

Cuando alguien dice «Fulano me hace enojar», está desplazando el eje del asunto erróneamente.

Lo que realmente ocurre es que cierta acción realizada por Fulano, activa en mí algún mecanismo psicológico que incluye el enojo, la furia, la descompensación emocional.

Entonces, yo me enojo por razones personales a partir de ciertos estímulos que me llegan desde el exterior.

Estaremos de acuerdo en que:

— el polen no es responsable de mis estornudos;

— el chocolate no es responsable de mi sobrepeso;

— el terremoto no es responsable de que mi casa se haya derrumbado.

Sin embargo, entendemos que cuando la acción que identificamos como causa de nuestro infortunio, es realizada por un semejante, entonces esa persona es responsable y estamos en condiciones de afirmar que «Fulano es el culpable».

En estas circunstancias, los hechos están previamente organizados por los usos y costumbres:

— Un culpable debe ser juzgado para determinar la importancia de su culpa;

— Determinada la importancia de la culpa, habrá de determinarse la sanción (castigo) proporcional a la culpa;

— Se ejecutará el castigo;

— El damnificado (la víctima), no recibirá ninguna reparación tangible que lo indemnice de la pérdida sufrida, sino que recibirá el placer de ver que el culpable sufre igual que él;

— Como esta indemnización es groseramente tonta, se argumentará que esa venganza oficializada por las leyes, en realidad cumple el objetivo de educar al causante-culpable así como también, disuadir a otros de provocar un perjuicio similar.

Claro que, como toda acción groseramente tonta, no cumplirá su objetivo sino que será inútil, y —en el peor de los casos—, contraproducente.

En suma: es muy probable que el libre albedrío no exista, sino que las personas seamos parte de la naturaleza y que nuestras acciones (aunque nos disguste imaginarlo), estén en el mismo orden del polen, el chocolate o el terremoto.

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