lunes, 9 de agosto de 2010

Pesimismo en defensa propia

En general, creemos conocer a alguien cuando nos enteramos de sus aspectos más negativos.

El poderoso instinto de conservación, hace una selección pesimista de la información que nos llega.

Como dicho instinto sólo se interesa por nuestra sobrevivencia y la sobrevivencia de la especie, no se preocupa para nada de la calidad de vida.

Ciegamente, ese instinto trabaja para que el fenómeno vida nunca se detenga.

Como estamos determinados por él y queremos ser inmortales, no nos animamos a condenar ese afán cuantitativo, tan prescindente de los valores cualitativos.

Muchas veces se nos oye criticar tímidamente a la medicina, cuando puede llegar al ensañamiento terapéutico con tal de mantener vivos a sus pacientes, pero tenemos que reconocer que los médicos también responden ciegamente a un instinto tan poderoso e intransigente.

Privilegiamos la información negativa en defensa propia, para sobrevivir, por razones instintivas.

A su vez, podemos constatar que el grado de pesimismo operante en cada individuo, suele estar relacionado con lo que le ha tocado vivir.

Algún escéptico dijo que «un pesimista no es más que un optimista con experiencia».

Cuando dos personas se divorcian, viven situaciones que —por muy dolorosas—, se tornan inolvidables.

Como dije, nuestra forma de funcionar bajo las órdenes inapelables del instinto de conservación, nos induce a sobrevalorar los aspectos peligrosos, desagradables y negativos.

Por otro lado, para una mayoría, es casi imposible soportar la soledad.

Dentro de esa mayoría, surgirán intentos de formar nuevos vínculos amorosos que terminen con la dolorosa falta de compañía.

Resumen y conclusión:

En todos estos fenómenos, hay una trampa digna de mención.

Dado que el instinto de conservación nos obliga a pensar que recién conocemos a nuestro cónyuge cuando nos divorciamos, todo nuevo candidato será un desconocido … y nadie desea unirse a quien no conoce.

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