Dos delincuentes cometen un delito. La policía los apresa, pero ambos niegan los hechos.
Los investigadores los separan y les proponen un mismo trato (pacto, convenio, opción) a cada uno.
— Si ambos confiesan la verdad, serán castigados pero con una pena mínima.
— Si uno confiesa y el otro no, el delator queda libre y el otro es condenado a la pena máxima.
— Si ninguno de los dos confiesa, la policía no tendrá más remedio que liberarlos.
Este esquema de negociación entre los malhechores y la policía, admite muchas variantes, alternativas, complejidades.
Pero se los presento de forma simplificada porque el motivo de esta introducción es hablar de usted y de mí y de nuestra disposición a gestionar lo que más nos convenga, aún en desmedro del interés ajeno.
Esta negociación entre policías y delincuentes se llama el dilema del presidiario y es un ejemplo clásico, utilizado para analizar nuestra conducta a la hora de estudiar cómo podemos administrar nuestro deseo, el deseo de los demás, incluido el deseo del contexto social (representado en este dilema, por la acción policial).
Al releer el formato del acuerdo, surgen en nosotros emociones provenientes de nuestra escala de valores.
— Algunos son partidarios de decir siempre la verdad, cueste lo que cueste.
— Algunos son partidarios de aliarse con el más fuerte en desmedro del más débil, cueste lo que cueste;
— Algunos son partidarios de la máxima fidelidad al compañero, cueste lo que cueste.
Hasta aquí he comentado lo que habitualmente se piensa al tratar estos temas.
Ahora le expongo un punto de vista alternativo y diferente.
Como el libre albedrío es una ilusión y estamos determinados por nuestra anatomía, fisiología, historia, herencia, educación, etc., etc., entonces nadie puede dejar de hacer lo que le impone esa naturaleza personal, cueste lo que cueste.
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