Casi todos pagamos impuestos para contribuir con los gastos generales del Estado, de las oficinas centrales de nuestro país, donde se resuelven varios asuntos que nos conciernen a todos: salud, enseñanza, protección de quienes no pueden valerse por sí mismos, control de entrada y salida de personas, seguridad interna (delitos) y externa (invasión), más un profuso etcétera.
Hasta el ciudadanos más huraño, antisocial, egoísta, rico o pobre, «recibe de» o «entrega a» la tesorería del Estado de su país.
Este fenómeno ocurre dentro de nuestra especie.
En la naturaleza también ocurren otros intercambios, en los que una masa de aire cálido asciende, provoca un vacío que atrae el viento, pero a su vez, el agua evaporada y en forma de nubes, al recibir ese viento, se condensa y produce lluvias, mientras las abejas, para beber el néctar de las flores, depositan polen y —sin querer— las fecundan; con aquella lluvia, germinan algunas semillas que yacían sobre tierra fértil, más un profuso etcétera.
Sin caer en el facilismo de afirmar que «todo tiene relación con todo», es posible afirmar que la interacción que ocurre dentro del universo, es mucho más profusa (abundante, intensa) de la que tomamos conciencia.
En algunos artículos anteriores (1) he comentado sobre la verdad, la mentira y la sinceridad.
Es legítimo suponer que este fenómeno también forma parte de las interacciones propias de la naturaleza.
Participamos de la dinámica universal, tanto como el agua, el viento y las abejas, y de la interacción social como cualquier ciudadano.
El aire caliente se eleva aunque no quiera; el agua se evapora con el aire caliente, aunque no quiera; las nubes provocan lluvia si son enfriadas por una corriente de aire, aunque no quieran; las abejas fecundan las flores sin enterarse.
Somos sinceros o mentirosos, inevitablemente.
(1) La sinceridad molesta
El amor no es científico
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