miércoles, 22 de diciembre de 2010

Ni si, ni no, ni viceversa

Hace unos meses, les decía (1) que, si bien la humanidad se abraza con fuerza a la creencia en el libre albedrío, simultáneamente se abraza con fuerza a todo aquello que disminuya las consecuencias indeseables de esa postura ideológica.

Efectivamente, suponer que el futuro puede adivinarse erosiona la hipótesis de que cada uno hace lo que le viene en gana.

Los que confían sus decisiones al asesoramiento que pueden obtener de la astrología, el tarot o los mentalistas, están suponiendo que el curso de los acontecimientos ya está determinado en el momento de la consulta, pero que sólo esos asesores tienen acceso a la información.

Por lo tanto, quien cree en el libre albedrío tiene prohibido creer en la adivinación, excepto que asuma la incoherencia lógica en la que incurre.

Algo similar sucede con los amantes de las estadísticas porque uno de sus principales subproductos, el más apasionante, el que despierta mayor interés, es la determinación de tendencias.

El análisis de tendencia pretende aportar certezas suponiendo que si un móvil estuvo en el punto A y ahora está en el B, puedo tomar decisiones partiendo de la base de que luego estará en C.

En suma: quienes creen que el futuro se puede conocer por la vía que sea (mística, parapsicológica o matemática), sólo está autorizado para defender el determinismo y descalificar el libre albedrío.

Y ya mismo me desdigo, porque la afirmación anterior también es falsa.

Los humanos estamos atados a la coherencia en los dichos pero no en los actos. Decimos lo que los demás quieren y aceptan escuchar, pero hacemos lo que no podemos evitar (determinismo), para luego describirlo (justificarlo) de la forma que los demás quieren y aceptan escuchar.

Por ejemplo, digo defender la monogamia, pero soy infiel y luego prometo no volver a hacerlo.

(1) ¡Cuidado con los monos de leo!

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