Los religiosos y los ateos somos neuróticos muy similares, inclusive en la creencia de que somos muy distintos.
Los neuróticos somos mayoría.
Por ser mayoría, es posible decir que nosotros somos los normales, en tanto es norma padecer estas distorsiones de la realidad (negarla, proyectar las responsabilidades o culpas en los demás, creernos algo omnipotentes, estar en conflicto con nuestros deseos homosexuales, padecer leves y llevaderas obsesiones, fobias, histeria, paranoia, hipocondría y demás adornos psicológicos).
¿Qué diferencia hay entre un neurótico religioso y un neurótico ateo (como yo)?
La diferencia no deja de ser formal.
Los religiosos están pendientes de no pecar transgrediendo los preceptos de su dios, libro sagrado y tradición, mientras que los ateos estamos pendientes de no pecar transgrediendo nuestras propias aspiraciones, proyectos de vida e ideales.
Tanto los mandatos religiosos como las aspiraciones programáticas de los ateos, son en gran medida apartados de los designios de la naturaleza.
Ambas posturas ante la vida, implican forzar en parte nuestros instintos, responden más bien a los reglamentos propios de la cultura que integramos.
En otras palabras, religiosos y ateos somos fieles a un «deber ser», según las palabras de Dios o según los principios, filosofía, doctrina, ideología, respectivamente.
La expresión «somos fieles a» atiende a quienes, a su vez, creen en el libre albedrío y debería decir «estamos determinados por» para atender a los creyentes en el determinismo.
Religiosos y ateos cometemos el mismo error: suponemos que algo está bien mientras que su contrario, está mal.
Dicho de otro modo: los religiosos creen en el error de los ateos y viceversa.
Correlativamente a esta diferencia básica, los religiosos confían más en los religiosos y desconfían de los ateos porque somos materialistas.
Los ateos dudamos del realismo de los religiosos, pues cuentan con un ser (Dios) de existencia imaginaria.
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