Si nuestro inconsciente adulto insiste en que alguien nos alimente como mamá, viviremos en la pobreza material y con resentimientos hacia esa sociedad que nos destrata con desconsideración, mezquindad y tacañería.
Si vamos de lo general a lo particular, nuestra conducta está determinada por las características propias de los seres vivos, de los mamíferos, de los humanos, de nuestra historia personal y de las condiciones reinantes en cada momento de nuestra vida.
Por esto, si existiera el libre albedrío, tendría una incidencia insignificante.
He comentado (1) que todos estamos expuestos a fenómenos que ocurren en el vientre de nuestra madre y durante el primer año y medio de vida.
Ese comienzo nos marca una tendencia que luego repetiremos con bastante exactitud e insistencia.
La repetición no es con el mismo formato original sino como una metáfora.
Por ejemplo:
— tratamos de reproducir en nuestro hogar algo tan cómodo como lo que nuestro inconsciente recuerda del útero donde fuimos gestados;
— tratamos de que nuestra heladera sea grande y procuramos mantenerla bien provista, como imaginamos los senos de nuestra madre;
— nos enamoramos de alguien que nos mime como aquel primer ser humano que nos enseñó a amar, nos mostró cómo reacciona nuestro cuerpo a las caricias, al balanceo, a la tibieza, a la suavidad, a los ricos perfumes, a la higiene.
El realismo y capacidad de tolerancia esperable en nuestra adultez, nos permitirá, en mayor o menor medida, conformarnos con objetos y situaciones similares aunque no idénticas, a las vivencias inconscientemente registradas en nuestra niñez.
Si bien aquellos objetos y situaciones infantiles no volverán jamás, podremos (o no) conformarnos con los bienes y servicios que podamos conseguir y podremos tolerar (o no), tener que trabajar para ganarnos un salario, aunque mamá nunca nos pidió nada a cambio de todo lo que nos dio.
(1) La insatisfacción vitalicia
Mi mamá y mi marido me miman
La lucha nuestra de cada día
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