Aprendemos a vivir sabiamente en
seis o siete décadas, excepto que una crisis nos enfrente a la muerte.
«Todos los días se aprende algo», dice el refrán y ahora lo complemento diciendo: «...y algunos días se
aprende más que otros».
Siempre debemos tener en cuenta que la
velocidad con la que incorporamos los nuevos conocimientos es mucho menor a la
que desearíamos.
Es probable que la ansiedad tenga como su
principal origen la diferencia que existe entre lo que deseamos y lo que
realmente ocurre.
Algunos hacen bromas con esto y dicen: «Esto lo quiero para ayer».
Por
ejemplo, cuando nos cortamos el cabello, tenemos que esperar muchos días para
recuperarlo. Algo similar ocurre con las uñas, pero no así con la barba: todos
los días tenemos que cumplir con ese rito aburridor. Las mujeres protestan por
el mismo rito pero referido a la depilación de su vellosidad excedentaria.
Para
encontrar la filosofía más sabia, algunas personas hacen retiros espirituales
muy costosos, complicados y hasta extravagantes.
La columna
vertebral de esas filosofías más sabias está en determinar con la mayor
precisión posible, cuánto importan, qué valor real tienen, cuánto deberían
preocuparnos algunos asuntos cotidianos: leer el libro de moda, no olvidarnos
del cumpleaños de la señora madre de nuestro cónyuge, cómo resolver los
horarios de los martes para poder ver la telenovela de la hora 19:00.
Determinar
el valor real de esos miles de detalles que colman nuestra existencia puede
llevarnos aproximadamente unos sesenta años. A veces setenta. Y todo porque
nuestra velocidad de aprendizaje, dependiente de nuestra velocidad de
comprensión, es exasperantemente lenta. ¡Lentísima!
Desafortunadamente,
algunas personas aprenden a valorar con sabiduría cuando tienen que pasar por
un trance en el que sientan la proximidad de su propia muerte.
Al salir de
la crisis, tendrán la sabiduría milagrosamente instalada.
(Este es el
Artículo Nº 1.590)
●●●
No hay comentarios:
Publicar un comentario