viernes, 1 de junio de 2012

Las crisis vitales y la sabiduría



Aprendemos a vivir sabiamente en seis o siete décadas, excepto que una crisis nos enfrente a la muerte.

«Todos los días se aprende algo», dice el refrán y ahora lo complemento diciendo: «...y algunos días se aprende más que otros».

Siempre debemos tener en cuenta que la velocidad con la que incorporamos los nuevos conocimientos es mucho menor a la que desearíamos.

Es probable que la ansiedad tenga como su principal origen la diferencia que existe entre lo que deseamos y lo que realmente ocurre.

Algunos hacen bromas con esto y dicen: «Esto lo quiero para ayer».

Por ejemplo, cuando nos cortamos el cabello, tenemos que esperar muchos días para recuperarlo. Algo similar ocurre con las uñas, pero no así con la barba: todos los días tenemos que cumplir con ese rito aburridor. Las mujeres protestan por el mismo rito pero referido a la depilación de su vellosidad excedentaria.

Para encontrar la filosofía más sabia, algunas personas hacen retiros espirituales muy costosos, complicados y hasta extravagantes.

La columna vertebral de esas filosofías más sabias está en determinar con la mayor precisión posible, cuánto importan, qué valor real tienen, cuánto deberían preocuparnos algunos asuntos cotidianos: leer el libro de moda, no olvidarnos del cumpleaños de la señora madre de nuestro cónyuge, cómo resolver los horarios de los martes para poder ver la telenovela de la hora 19:00.

Determinar el valor real de esos miles de detalles que colman nuestra existencia puede llevarnos aproximadamente unos sesenta años. A veces setenta. Y todo porque nuestra velocidad de aprendizaje, dependiente de nuestra velocidad de comprensión, es exasperantemente lenta. ¡Lentísima!

Desafortunadamente, algunas personas aprenden a valorar con sabiduría cuando tienen que pasar por un trance en el que sientan la proximidad de su propia muerte.

Al salir de la crisis, tendrán la sabiduría milagrosamente instalada.

(Este es el Artículo Nº 1.590)

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