jueves, 2 de agosto de 2012

El malestar por ser una más



«La mujer», al igual que Dios, es un personaje ficticio cuya existencia imaginaria resulta imprescindible para sus creyentes.

«La» es un pronombre determinante y «una» es un pronombre indeterminante.

Ellas son infelices por un error lingüístico, pues cuando se habla de «la» mujer correspondería decir «una» mujer.

En farmacología se dice que «el veneno es la dosis». Quienes producen sustancias químicas viven en la cuerda floja porque saben que sus productos pueden ser venenosos si los pacientes (los clientes) los consumen en dosis muy elevadas.

No querría estar en los zapatos de estos multimillonarios (la industria farmacéutica compite por los primeros lugares junto con las industrias petroleras y la venta de armas), enterado de que lo que fabrican es curativo y venenoso a la vez.

Algo de esto es lo que ocurre con el psicoanalista francés Jacques Lacan (1901-1981): dijo «verdades» tan verdaderas, que nos duelen, nos intoxican, funcionan como una peste.

Este gran psicoanalista maldito dijo «la mujer no existe».

Esta «verdad» es tan concentrada que resulta venenosa y por eso, tanto el psicoanálisis como el mismo Jacques Lacan, se han convertido en no-gratos, detestables, odiosos.

Como digo al principio, lo que les ocurre a muchas mujeres que no logran ser felices, que viven frustradas, amargadas, resentidas y hasta con intensas ganas de ser varones, es que quieren ser «la mujer» cuando lo cierto es que nunca pueden pasar de ser «una mujer», porque, como dijo el fatídico francés «la mujer» no existe, es una abstracción, es una idea imaginaria, algo parecido a Dios: personaje ficticio que para muchos tiene que ser real porque si no lo fuera, se sentirían bruscamente abandonados por la ilusión que los mantiene vivos.

Nota: Reflexionar sobre «el» hombre y «un» hombre, requiere otro enfoque distinto, porque uno y otro sexo son absolutamente diferentes.

Otras menciones del concepto «la mujer no existe»:

   
(Este es el Artículo Nº 1.639)

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