Somos parte de la naturaleza y ella determina cada acto de
nuestro cuerpo aunque nos sentimos espectadores o directores.
Todos hemos estado por lo menos una vez en
algún desfile de carnaval, militar, religioso, artístico, de modas.
Aunque estemos en calidad de espectadores,
formamos parte activa del evento, sobre todo porque otras personas han
concurrido para ver al público. Nosotros mismo, sin darnos cuenta a veces,
prestamos atención a cómo otros se han vestido, adornado, los gestos que hacen
cuando miran, oyen, son empujados por los curiosos que llegaron tarde o por un
caballo de la policía que se acerca para replegar a quienes invaden la calzada.
Suele ser un espectáculo que logra algún grado
de saturación perceptiva, puede llegar a provocarnos mareos, aturdimiento,
angustia, miedo, sorpresas, sustos, extrañamiento, alegría, emociones intensas,
lágrimas.
El sonido global puede hacer que nuestro
cuerpo entero se convierta en un gran tímpano, especialmente en el estómago
donde golpean con nitidez los sonidos graves.
Pero el show no termina ahí: cuando nos
retiramos a nuestras casas, continuamos impregnados de tantas emociones y
sensaciones. Seguramente los sueños de esa noche incluirán algo de la
experiencia vivida.
Con este prólogo ahora quiero contarles cómo
percibiríamos nuestra existencia si nos liberáramos de la creencia en el libre albedrío.
La vida es como un gran desfile, en el que, si
bien parecemos espectadores, tenemos algún grado de participación.
La naturaleza es el gran espectáculo porque
las leyes naturales utilizan nuestro cuerpo o se expresan utilizándolo.
Es la naturaleza la que diseñó y gobierna
nuestra anatomía, que depende del aire para vivir, pero también de que cada uno
se defienda en función del instinto de conservación.
Estamos regidos por leyes naturales porque
somos naturaleza, igual que todo lo que nos rodea.
Creemos tomar decisiones pero somos parte del
espectáculo.
(Este es el
Artículo Nº 1.633)
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