viernes, 23 de diciembre de 2011

Técnica de autoconocimiento artesanal

El diccionario de sinónimos puede decirnos quiénes somos si encontramos una primera palabra que nos defina adecuadamente.

Para muchas personas es fascinante saber quiénes son. Escuchan con particular interés cuando alguien les señala alguna característica que las diferencia del resto; también prestan particular atención a las indicaciones supersticiosas de la astrología (occidental, china, celta, maya).

Esas descripciones no son muy confiables porque todo indica que existen más de doce formas de ser y si bien estamos totalmente determinados, este determinismo proviene de una realidad muy dinámica, cambiante, que se renueva minuto a minuto.

Es probable que la fecha de nacimiento sea importante, como también lo es el instante de la fecundación, pero estos son datos que se suman a miles de otras influencias variables (genética de los padres, clima, alimentación, embarazo deseado o no deseado, evolución biológica del feto, por mencionar unos pocos).

No es nada nuevo lo que habré de contarles, pero seguramente muchos no lo conocen aún.

Con los recursos de que disponemos los internautas, comenzamos a hacer una encuesta entre quienes más nos conocen preguntándoles con qué vocablo nos definen: divertido, sorprendente, entusiasta, o cualquier otro.

Luego, utilizando algún diccionario de la web o el proveedor de sinónimos de Word (menú contextual con el cursor ubicado sobre la palabra de la que se necesitan sinónimos), vemos qué podemos obtener.

Si utilizamos este último procedimiento y con el cursor sobre la palabra «divertido», vemos que Word 2007 nos da la siguiente lista: distraído, recreado, solazado, entretenido, amenizado, explayado, parrandeado.

Con estas nuevas definiciones sobre cómo somos, podemos armar un pequeño texto que nos defina, como lo haría un novelista con un personaje.

Una vez depurada esta auto descripción primaria, hacemos lo mismo con los sinónimos de los sinónimos, y así sucesivamente.

La astrológica es menos exacta que este procedimiento.

●●●

Los que saben sin saber que saben

No hay profesional experto que no tenga un conocimiento muy profundo de la naturaleza humana, aunque no sepa cuánto sabe.

Si bien estamos determinados y carecemos de libre albedrío, algunas personas se equivocan menos que otras, algunas personas poseen una calidad de vida elevada y duradera mientras otras tienen menos suerte.

La casi totalidad de lo que llamamos «inventos» no son más que plagios que los humanos inventores hacemos de soluciones propias de la naturaleza.

Es muy interesante conocer sobre esos inventos porque la mayoría de las veces los inventores saben de la naturaleza más de lo que ellos creen.

La abogacía, la escribanía, la economía y casi todas las ciencias humanísticas, abundan en conocimientos sobre nuestra especie aunque los que más saben de esas ciencias, «no saben que saben»: los mejores profesores y profesionales cultivan su destreza para conocer la esencia humana, las intenciones, las mentiras, las trampas, los caprichos, pero lo hacen indirectamente.

Existe el prejuicio de que los que más sabemos de psicología somos los psicólogos, pero es falso. Muchos profesionales saben inclusive más que nosotros, pero tienen esos conocimientos fuera del área operativa de sus mentes.

Ya sea directa o indirectamente, es una buena suerte conocer y entender al ser humano. No sólo para entendernos a nosotros mismos sino también para poder desplegar una beneficiosa y gratificante vida social.

Pero no solamente los profesionales de las ciencias humanísticas saben del ser humano. Los ingenieros informáticos desarrollan sus programas tratando de que sean comprensibles para los usuarios y también tratando de entender cómo razona la mente para copiar los procesos inteligentes y automatizarlos informáticamente.

Les paso dos datos curiosos de nuestra mente:

— Entendemos muy bien la muerte ajena pero no la propia; y

— Entendemos muy bien nuestro derecho a la propiedad pero no el derecho ajeno (1).

(1) El fútbol también simboliza el robo

●●●

El sueño de la autodeterminación

Es un espejismo, ilusión, sueño, suponer que actuamos libremente. La naturaleza «hace y deshace».

Uno de mis referentes intelectuales predilectos, Groucho Marx, dijo: «Todos los hongos son comestibles. Algunos sólo una vez».

Sobre gustos no hay nada escrito: algunos se emocionan con “El lago de los cisnes” interpretado por la compañía de ballet rusa Bolshoi y a mí se me caen las lágrimas reflexionando sobre esta breve frase.

Aunque los gustos no tienen explicación, compartiré contigo qué me excita de este breve pensamiento que hasta puede causar gracias y provocar la risa.

El gran filósofo plantea un giro de 180º para decir que «algunos hongos son venenosos». Pasa de la idea clásica según la cual algunos no deben ingerirse a expresar con total seguridad que «todos pueden comerse», lo importante para él es que algunos no admiten una segunda vez.

¿Quién decide que algunos hongos no pueden comerse dos veces? ¡La naturaleza! Estamos ante un caso de clarísimo determinismo.

Dicho de otra forma: cualquier animal (humano incluido) puede comer todos los hongos que quiera, pero la naturaleza determina que algunas especies no admiten reiteración.

Cuando de comer hongos se trata, nuestra inteligencia puede entender fácilmente e inclusive encontrar formas sabias, ingeniosas y hasta divertidas de decirlo, pero cuando ocurre lo mismo en otras circunstancias, el cerebro no entiende, se confunde, se vuelve ciego, sordo y mudo.

Me explico: Lo que llamamos opciones del libre albedrío no son otra cosa que «decisiones de la naturaleza».

Así como no podremos comer algunos hongos una segunda vez, tampoco podremos:

— dejar de creer en Dios si creemos en Él,
— votar a un candidato nazi,
— practicar nuestra homosexualidad reprimida,
— denunciar en voz alta a quien atrevidamente ignora una fila de espera,
— evitar enfermarnos practicando la medicina preventiva,
— cuestionar nuestros prejuicios,
— (tampoco podremos … otras cosas).


●●●

domingo, 4 de diciembre de 2011

La arrogancia en defensa propia

El orgullo es un sentimiento que nos defiende cuando estamos débiles para seguir viviendo.

Nuestra psiquis tiene una cierta capacidad para recibir y administrar información. Se parece al disco duro de una computadora: posee un cierto tamaño y una determinada velocidad de procesamiento de los datos.

Me rectifico: el disco duro de una computadora se parece a la psiquis humana porque su diseño fue copiado de ella.

Sin embargo, aunque hubo una copia, la diferencia de complejidad entre la mente humana y la computadora más sofisticada, es la misma diferencia de complejidad que existe entre una nave espacial y un destornillador.

Contar con ideas, nociones, información e hipótesis aumenta las posibilidades de que el cerebro pueda hacer producciones más interesantes y rentables (1).

Pero como menciono en el mismo artículo (1), son muy importantes nuestras creencias.

Si creemos que ya lo sabemos todo, nuestro interés por averiguar, informarnos, inventar, estará totalmente desestimulado. Esa gran maquinaria (la mente) será inútil porque no tendrá combustible (estímulo, energía).

Si creemos que nos queda mucho por conocer, la avidez por estudiar trepará a niveles máximos.

Como la psiquis dispone de una capacidad limitada, todo lo que no pueda recibir lo desechará y en esto actúa el instinto de conservación: si la ignorancia nos agobia, nos deprime, automáticamente desarrollaremos la creencia en que ya lo sabemos todo o en que lo que nos falta por conocer es irrelevante.

En otras palabras: los automatismos biológicos de auto-protección se encargan de generarnos ideas, sentimientos, reacciones defensivas cuando nuestra capacidad de respuesta está llegando al límite.

Por eso muchas personas son arrogantes, orgullosas, se jactan de saberlo todo.

Cuando observamos estas conductas en nosotros mismos o en los demás, debemos saber que se han traspasado los límites de esfuerzo biológicamente disponibles y necesitamos engañarnos (arrogancia) «en defensa propia».

(1) La ceguera por convicción

●●●

Lo involuntario e inevitable

El determinismo hace que yo piense y publique diariamente ideas sobre cómo resolver la pobreza involuntaria y el mismo determinismo provocará algunos cambios.

«Si usted cree en el determinismo, ¿para qué publica diariamente ideas sobre la pobreza patológica?», preguntan algunos lectores poseedores de la energía suficiente como para comunicarse conmigo.

La respuesta no es sencilla pero «no hay peor gestión que la que no se hace».

Defino al determinismo como la postura filosófica según la cual todo está determinado por la naturaleza en un régimen de azar puro.

Los humanos somos títeres gobernados por esas fuerzas naturales (físicas y químicas), aunque poseemos la posibilidad de observarnos y describirnos con bastante imprecisión.

Yo, Fernando Mieres, buscador y publicador de las causas de la pobreza patológica, no puedo dejar de hacerlo porque estoy determinado. Si se rompe mi computadora o pierdo el suministro de energía eléctrica y ADSL, busco dónde poder trabajar. Es obvio que no hago este trabajo porque lo he decidido con libre albedrío.

Además, eso que a mí me ocurre (pensar, observar, escribir sobre temas de economía pensada con criterios del psicoanálisis), produce textos que son leídos por ustedes, provocando en vuestros cerebros alteraciones neuronales y químicas, escasamente verificables pero inevitables.

Esos cambios neuronales y químicos en los cerebros que casualmente hayan sido estimulados por mis ideas, ordenarán acciones inevitables (determinadas y no voluntarias), que en pocos años, en pocas generaciones o en pocos milenios, terminarán provocando (o no) la desaparición de la pobreza, la desaparición de la riqueza obscena que ofende la dignidad de la especie o cualquier otro cambio inevitable, fortuito, azaroso, casual.

En suma: la naturaleza y el azar hacen que yo piense y publique todo esto y la misma naturaleza y azar harán que algo ocurra (o no) con prescindencia de la voluntad humana.

●●●

Cuando nuestro cuerpo parece enemigo

El perturbador impulso erótico provocado por las hormonas infantiles y juveniles, puede generar repudio hacia el propio cuerpo.

La ciencia es la rama del saber que nos promete certezas, verdades, seguridad.

Es probable que la «Señora Ciencia» sea una dama presumida, pretenciosa y altamente seductora, que en los hechos no es mejor que miles de señoras que han gestado y criados hijos verdaderos, sin tanta publicidad.

El prestigio de esta «Señora» se debe a que efectivamente tiene algunos logros, pero sobre todo porque dice ser totalmente racional.

Gran parte de la humanidad cree en que el razonamiento es infalible a pesar de que no ha podido terminar con la diferencia entre pobres y ricos.

El Señor Psicoanálisis no es ni mejor ni peor que la Señora Ciencia pero es bien distinto porque no cree demasiado en el razonamiento, muchos menos en el libre albedrío y supone que sólo podemos pasar de una hipótesis a otra aceptando que la verdad definitiva y concluyente es utópica (ideal, imaginaria, inaccesible).

Les contaré una locura psicoanalítica.

Millones de personas creen que fueron violadas o víctimas de un abuso sexual (1).

Es cierto que esto pudo ocurrir (es verosímil), pero existen suficientes argumentos para pensar que el origen de ese «recuerdo» es pura imaginación provocada por otro hecho bastante diferente.

Nuestro cuerpo infantil se excita eróticamente, tiene deseos sexuales que la psiquis no puede procesar adecuadamente por su inmadurez y porque la cultura reprime severamente esos impulsos.

Por estos desafortunados acontecimientos puede ocurrir que algunas personas sientan que su cuerpo es un enemigo, algo que las pone en problemas, que les generan angustia.

Si razona de esta forma, difícilmente tendrá ganas de darle calidad de vida a un enemigo.

En suma: algunas formas de pobreza están causadas por una mala relación con el cuerpo.

(1) Lo que otros afirman que me conviene

El dolor natural y la culpabilidad imaginaria

La violación metafórica

●●●

La naturaleza humana indignada

El movimiento 15-M o Los indignados, constituye un fenómeno natural que procura recuperar (revuelta) el equilibrio ecológico-económico que tenía.

El 15 de mayo de 2011 un grupo de manifestantes españoles protestaron pacíficamente por lo mal que les va.

Claro que para protestar, aunque sea pacíficamente, es necesario hacerlo «contra» alguien.

Los destinatarios de las protestas fueron (y siguen siendo seis meses después), los que figuran como culpables de esas condiciones desventajosas que ya resultan intolerables: los políticos, los banqueros y demás personajes capaces de tomar decisiones en beneficio propio y en contra de los menos privilegiados.

Retomando conceptos que mencioné en otro artículo (1), no se trata de una revolución porque es pacífica y sí puede calificarse de «revuelta» porque los manifestantes quieren recuperar los valores morales que tenía la sociedad antes de la crisis que los afecta.

Este movimiento, denominado 15-M porque se produjo un 15 de Mayo, se extendió a otros países (Francia, Inglaterra, Estados Unidos).

Fue muy oportuna la aparición de un libro (¡Indignez-vous!) del diplomático francés (aunque nacido en Alemania en 1917 y víctima de la Gestapo por su condición de judío), llamado Stéphane Frédéric Hessel (2).

Ese libro, que como su título indica, estimula la indignación de los ciudadanos, le dio un segundo nombre a este movimiento popular: Los indignados.

La filosofía de estos movimientos es protestar contra el sistema capitalista, manifestar insistentemente la disconformidad, abandonar la actitud pasiva pero no la pacifista.

Estos acontecimientos pueden ser considerados fenómenos naturales, con alta participación de la «naturaleza humana»: por causa de una acumulación de frustraciones, como si se tratara de un caudal de agua que crece, esta «masa» (conjunto de manifestantes), «encausa» su presión para producir cambios en el escenario que habitan (países), para que se vuelva más apto.

Seguramente algo ya está cambiando.

(1) Las revueltas psicoanalíticas
(2) En noviembre de 2011, puede consultarse el libro Indignaos, en línea.

●●●

El libre albedrío nos paraliza

La creencia casi universal en el libre albedrío, produce (supuestos) culpables e impide democratizar la riqueza.

En mi búsqueda de las causas de la pobreza patológica (definida como aquella pobreza material que no es elegida deliberadamente por quien la padece sino que le es impuestas por las circunstancias que el «pobre» desearía evitar), parto de la premisa de que todo lo que se ha hecho hasta ahora ha sido inútil, sin descartar que pudo haber sido contraproducente.

No han dado resultado las teorías económicas, las teorías filosóficas, la sociología, los regímenes capitalistas o comunistas, las democracias, las dictaduras. En todos ellos han habido pobres y ricos, siempre hubo un desigual reparto de los bienes colectivos.

Es probable que hayan contribuido a conservar el injusto reparto la creencia en Dios, en la vida después de la muerte, en la glorificación ética de la pobreza. También son contraproducentes el odio a los ricos y el desprecio de los pobres.

En ambos párrafos precedentes, tan sólo describo algunas ideas a modo de ejemplo.

Un factor que me parece nefasto para la injusta distribución de la riqueza tiene que ver con la idea del libre albedrío.

Suponer que somos responsables de lo que hacemos y nos ocurre, termina dándole más fuerza a los fuertes y menos poder a los débiles, porque fácilmente podemos asegurar y repetir hasta convertirlo en verdad, que «los pobres son pobres porque quieren, porque son vagos e irresponsables», mientras que los ricos tienen bienestar porque «son trabajadores, inteligentes y responsables».

Con el determinismo nos quedamos sin culpables y sin víctimas para poder encontrar formas de que la suerte nos llegue a todos de forma similar y con ella, la riqueza que se le asocia.

Tenemos un mal reparto de la suerte (oportunidades) porque sólo buscamos (y encontramos) culpables y víctimas.

Artículo vinculado:

Con menos acusaciones hay menos violencia

●●●

Con menos acusaciones hay menos violencia

Un accidente que para creyentes en el libre albedrío es una tragedia, para creyentes en el determinismo es un fenómeno natural adverso.

¿Qué ocurriría si comenzáramos a pensar que el libre albedrío no existe y que todos nuestros actos están inevitablemente determinados por la naturaleza, el inconsciente y la suerte?

Cada tanto, alguien me hacen esa pregunta cuando insisto sobre nuestro error milenario y planetario (creer en el libre albedrío). La mayoría de los lectores piensa que el determinismo es un invento filosófico, inconcebible, disparatado.

Quizá un ejemplo nos ayude. Pensemos en un accidente de tránsito: dos vehículos chocan en la carretera, los autos se estropean, los conductores padecen algunas heridas, y no le agrego más dramatismo porque para complicar el ejemplo tenemos todo un futuro por delante.

1º) Comenzamos por asistir a los heridos, curar sus lastimaduras, estar con ellos, escucharlos, alentarlos, preguntarles si necesitan algo como llamar a un familiar, alcanzarle algún calmante, agua;

2º) Sacamos los vehículos que dificultan la circulación. Los ubicaremos en algún lugar donde no molesten;

3º) Si los accidentados no necesitan más nada, los dejamos solos. Cada uno de ellos por su parte, tratará de compensar de alguna manera el tiempo que están perdiendo e iniciarán telefónicamente los trámites de seguro.

4º) Como las compañías de seguros están organizadas según un criterio determinista, simplemente cubrirán todos los gastos que estén previstos porque se trata de un accidente fortuito, no hay culpables sino sólo daños para reparar. Si existiera algún gasto no cubierto por las compañías de seguros, lo pagarán ambos perjudicados por partes iguales.

Si lo evaluamos filosóficamente, ambos conductores compartieron una circunstancia desafortunada cuyas consecuencias probablemente impacten de diferente manera en cada uno, como si un huracán les hubiese provocado idénticos daños materiales y emocionales. Tan solo compartieron un hecho perjudicial.


●●●

Los sistemas económicos son ecológicos

Es probable que los regímenes económicos sean fenómenos naturales y que la ecología los entienda mejor que la economía.

Quizá no sea prematuro ir concluyendo que no existe la teoría económica que nos salve de las escaseces, ineficiencias, crisis.

Durante más de setenta años la Unión Soviética nos hizo creer que el comunismo es la solución, hasta que colapsó en 1989.

En este momento tenemos la isla cubana en la que hace más de cincuenta años se procesa una «revolución» que ya parece un giro descontrolado y caprichoso porque, por definición, una revolución es algo que gira, cambia el rumbo, se reorienta y luego deja de dar vueltas.

En China el comunismo maoísta tiene más de sesenta años y parece tener larga vida porque de la teoría ortodoxa conserva discretos indicios.

El capitalismo, bastante más longevo que el comunismo, lleva tres siglos de vida (si aceptamos que su origen se remonta al siglo 17 en Inglaterra) pero durante esta segunda década del siglo 21 está exhibiendo preocupantes quebrantos de salud

— Podríamos pensar que el ser humano necesita las crisis porque el «fenómeno vida» (1) depende de los cambios, el dolor, la muerte que habilite nuevas vidas.

— Podríamos pensar que no necesitamos este tipo de cambios pero que estamos empecinados en tratar los temas económicos como si fueran asuntos dependientes del dinero y la producción cuando en realidad dependen del deseo humano, del cual no sabemos prácticamente nada.

— Podríamos pensar que los regímenes económicos no dependen para nada de la voluntad humana sino que son fenómenos naturales, circunstancias propias de cada región geográfica, como lo son el clima seco, frío, ventoso, tropical, pero que los humanos, como integrantes jactanciosos de esos fenómenos naturales, nos creemos protagonistas, encargados, responsables, simplemente porque a nuestro cerebro le da por creer en su libre albedrío.

(1) Los estímulos para la vejez
Los perjuicios de las donaciones


●●●

El dolor natural y la culpabilidad imaginaria

Por varios factores estamos convencidos de que si no vivimos mejor es por culpa de otras personas (enemigas, irresponsables, dañinas).

Algunas ideas sobre las que he comentado, son:

— La naturaleza se vale de provocarnos dolor y placer para que se produzcan los movimientos que estos factores estimulan (1);

— Nuestro cerebro conserva la lógica animista por la que inconscientemente le asignamos actitudes humanas a todo lo que de una u otra manera nos afecta (microbios, insectos, plantas, viento, inundaciones) (2).

— Nuestra cultura sostiene que el ser humano es responsable de todo lo que hace porque dispone de la libertad de elegir, aunque muchas evidencias nos conduzca a considerar que estamos plenamente determinados por los genes, la biología, los fenómenos naturales, el inconsciente.

Combinando estas ideas sobre las que he comentado, puedo decir a su vez que cuando nos toca sufrir porque la naturaleza nos estimula dolorosamente, es probable que nuestro cerebro prefiera suponer que ese malestar no es parte de la normalidad sino que se trata de un castigo que no merecemos, pues si bien somos responsables de nuestros actos (libre albedrío), no hemos hecho nada para merecer este dolor de muelas, esta gripe o esta impotencia sexual.

Nos convencemos que estos infortunios son culpa de alguien ignorando que se trata de algo que nos pasa así como un árbol puede ser partido por un rayo o una vaca puede morir en una inundación.

Ahí comienza nuestra búsqueda de responsables: «tengo mala dentadura porque mi padre también la tenía», «en el trabajo me hacen cumplir el horario aunque llueva y haga frío, por eso me engripé», o «mi mujer es frígida».

En suma: Ciertas hipótesis (equivocadas) nos llevan a suponer que vivimos bajo algún ataque, abuso, o violación. Responsabilizamos y acusamos a otras personas de que el fenómeno vida dependa del dolor.

(1) Blog que reúne artículos sobre el dolor de vivir.

(2) ¿El dinero persigue a quienes lo desprecian?

●●●

La inocencia de quien roba a un ladrón

Existe una especie de «cadena de robos» (explotación, abuso), donde quienes vendemos «commodities» somos un «eslabón» más.

La palabra inglesa «commodity» también es usada por quienes hablamos español.

Se denomina así a la materia prima difícil de diferenciar pues son casi idénticos el petróleo venezolano y el de Arabia, el trigo argentino y el mexicano, o las bananas brasileras y las de Ecuador.

Esa dificultad para diferenciarlos hace que su precio sea casi el mismo en todos los mercados.

Yo supongo, basado exclusivamente en razones fonéticas, que el vocablo «commodity» significa «común» [common], es decir, «lo que no está diferenciado», lo que no es raro.

Pero también supongo otra cosa y es que «commodity» está vinculado lingüísticamente a «accommodation», es decir, «un lugar donde vivir».

Probablemente no sea casual (aleatorio, azaroso, fortuito) que en los países productores de alimentos y minerales (commodities), también padezcamos una mala distribución de la riqueza.

Si no es por mala suerte (casualidad) que los países productores de materias primas tengamos la peor justicia distributiva, entonces llegamos al lugar donde también ha llegado el sentido común: algo estamos haciendo mal los pueblos.

Naturalmente, quien piensa que existe el libre albedrío tratará de buscar culpables.

Quienes creemos en el determinismo podemos suponer que la misma naturaleza que ha puesto en nuestros territorios la generosidad de una tierra fértil y de un subsuelo rico, puso pueblos adaptados a una especie de «paraíso» («accommodation»), desmotivados para agregar mano de obra diferenciadora que le aumente el valor a sus productos exportables.

En suma: Si abandonamos las hipótesis de culpabilidad que sólo nos han traído gobiernos militares, persecuciones y dictadores, es natural que los vendedores de «commodities», que no hacemos más que «robar» lo que produce u oculta nuestro suelo, quedemos expuestos a que otros nos «roben» (exploten) sin que podamos evitarlo.

Artículo vinculado:

Ignorar para no sentirse culpable

●●●