La omnipotencia del pensamiento
es un fenómeno que mejora nuestra calidad de vida sin efectos secundarios
excesivamente perjudiciales.
«¡Cuidado
con lo que estás pensando!»
Si oímos
esta advertencia serenamente, en seguida nos damos cuenta que no tiene sentido,
pero si la oímos poseídos por la creencia en que «Querer es poder», se
dilatarán nuestra pupilas instintivamente para aprontarnos a ver ese peligro
del que se nos avisa.
Con criterio de psicoanalista es posible
pensar que nuestro inconsciente conserva en plena vigencia, energía y
actividad, un conjunto de pensamientos muy primitivos, arcaicos, prehistóricos.
¿Por qué podemos pensar que ciertos
pensamientos son peligrosos?
Ese conjunto de pensamientos muy primitivos
contiene recursos mágicos para quitarnos de encima miedos, sentimientos y
angustias.
Si bien la naturaleza parece ser muy
protectora de las especies, pues nos tiene dotados de inmejorables mecanismos
de defensa, también parece saber que de nada sirven nuestras acciones para
torcer el curso normal de los acontecimientos que alguna vez se dispararon con
el «Big-Bang» (Origen
del universo, según algunos teóricos) (1).
Es por este
motivo que podemos imaginar cualquier cosa hasta que otra imaginación se
encargue de inhibirla.
Nuestra
fantasía no tiene límites y esto es así porque cuando el cerebro segrega esos
autoestímulos, el planeta no cambia, sólo cambia la percepción subjetiva del
imaginativo.
Nuestra
capacidad imaginativa puede convertir una película muda (la realidad concreta)
en una película en 3D, más disfrutable y sin efectos secundarios adversos
porque como nunca decidimos nada, sino que estamos rígidamente determinados por
la dinámica natural, sólo nos quitamos malestares inútiles.
Una de esas
fantasías es la de que podemos influir sobre la realidad tan solo pensando. Una
bendición o una maldición harán el bien o el mal en sus destinatarios.
En suma:
evitamos tener ciertos pensamientos «peligrosos», para seguir imaginando
que son muy efectivos.
(Este es el
Artículo Nº 1.535)
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