Lo poco o mucho que podamos hacer
para conservarnos vivos, sanos y conformes, obtiene los mejores resultados de
la flexibilidad.
Parecería
ser que los humanos traemos algunas ideas incorporadas al cerebro así como las
computadoras nuevas vienen con algún sistema operativo instalado por el
fabricante.
Una
de esas ideas es que para vivir tenemos que ser fuertes, entendiendo por
«fuertes», la inflexibilidad, la dureza, la rigidez.
Aunque parecería ser que es la naturaleza la
única que determina cuándo estamos vivos y cuándo dejamos de estarlo, nuestra
filosofía, nuestra ideología, nuestra configuración de mundo, nos predisponen
mejor o peor ante la suerte de seguir vivos, sanos y conformes.
Hace un tiempo publiqué en otro blog un
pensamiento cuyo texto es: «Habría que tener mucho dinero para lograr la
felicidad de quienes no tienen dinero». (1)
Aunque
puede generar varias interpretaciones, la que a mí me inspira (que no es ni
mejor ni peor que cualquier otra) es que la pobreza constituye una forma muy
eficaz para «seguir vivos, sanos y conformes».
De esta
interpretación puede deducirse que la riqueza es el camino más arduo, complejo
y quizá no siempre más eficaz para alcanzar esos logros («seguir vivos, ...»).
El
prejuicio universal según el cual «fuerte equivale a rígido» está en el núcleo
de considerar a la riqueza como la mejor forma de vivir.
Como es
lógico que ocurra, toda persona poseída por este prejuicio, será llevada
inevitablemente a creer que la pobreza equivale a la debilidad que se
manifiesta por la flexibilidad (falta de rigidez).
Hasta
podríamos resumir diciendo que, según el prejuicio que estoy mencionando, toda
flexibilidad equivale a debilidad y que toda pobreza equivale a debilidad.
Podría
pensarse que nuestro desempeño sería bueno cuando tuviéramos incorporada la
idea según la cual la flexibilidad aporta la fortaleza más eficaz.
(Este es el
Artículo Nº 1.528)
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