No podemos elegir entre tomar y
no tomar precauciones porque estamos determinados por nuestra condición humana.
Creemos ilusoriamente ser libres.
La creencia en el libre albedrío (1) fue conveniente para nuestra especie desde tiempos
inmemoriales, pero creo que ahora están dejando de existir las razones que
justificaban esa creencia.
Esto
me permite asegurar sin temor a equivocarme que en uno o dos milenios más nadie
creerá en él, todos estarán convencidos de que estamos cien por ciento
determinados por factores naturales ajenos a nuestro control y que, por lo
tanto, no existe ni la culpa ni la responsabilidad.
Mientras
nos tomamos un tiempo para admitir esta total subordinación a las causas que
nos determinan, pensemos que algunas situaciones son un error que derivan de
otro error. Me explicaré mejor (si puedo, claro!).
El
instinto de conservación que nos gobierna actúa para que nadie quiera morir.
Ese instinto nos obliga a luchar contra la muerte, evitar los peligros,
reaccionar vivamente cuando sentimos algún malestar preocupante.
Para
reafirmar lo dicho en el párrafo anterior digo que los suicidas tampoco quieren
morir, solo que están afectados de una enfermedad terminal, que rechazan tanto
como a cualquier otra enfermedad terminal, pero que los creyentes en el libre albedrío interpretan como que la
auto-eliminación fue un acto voluntario: no lo fue, el suicida no quería morir
pero lamentablemente falleció en condiciones especiales.
Algo
que tampoco deseamos, porque cuando nos ocurre «nos sentimos morir», es ser
abandonados por la o las personas que más queremos porque son las que más
necesitamos (padres, cónyuge, amigos).
Las
precauciones que tomamos para no morir son tan ilusas e ineficaces como las que
tomamos para que no nos abandonen los seres queridos.
Tomamos
cualquier precaución porque somos así, no lo podemos impedir, estamos
determinados por nuestra condición humana. No podríamos evitarlo.
(Este es el Artículo Nº 1.777)
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