Gastamos energía preocupándonos al solo efecto de
sostener la creencia en que controlamos nuestra vida y nuestra muerte.
Quizá si dejáramos de
preocuparnos, nada cambiaría demasiado.
Es difícil de creer esta
sugerencia porque estamos convencidos de que somos los protagonistas, los
actores, los verdaderos ejecutores de las acciones adecuadas para que nuestras
circunstancias sean como habitualmente son.
¿Qué nos ocurriría sin
dejáramos de preocuparnos y en remplazo de esa preocupación comenzáramos a
respetar fielmente nuestro deseo?
Por ejemplo: mi deseo es
bañarme diariamente, vivir en un ambiente provisto de cierta cantidad de luz,
temperatura, silencio. También deseo contar con algunos muebles, herramientas,
máquinas. Deseo además mantener algunos vínculos mediante encuentros,
conversaciones, mensajes.
Puedo pensar que el deseo es un fenómeno
orgánico, tan efectivo como las necesidades (respirar, comer, descansar), pero
se diferencia de estas por su perentoriedad: las necesidades son urgentes,
imprescindibles, inevitables mientras que los deseos admiten una postergación y
hasta su radical represión.
Tanto las necesidades como los
deseos presionan sobre mí para que realice ciertas acciones específicas cuya
urgencia estará determinada por el grado de molestias que sienta.
Existen necesidades corporales
sobre las que no tengo que preocuparme porque son automáticas (funcionamiento
glandular, movimientos del aparato digestivo, circulación sanguínea), otras son
casi totalmente automáticas como es la respiración, el rascado, toser, otras
dependen de acciones específicas como son comer, dormir, defecar.
Las necesidades nos presionan
por medio del dolor, son coercitivas, imperialistas. Los deseos sin embargo son
más blandos en sus demandas, recurren a la insistencia, a la persuasión. Los
deseos buscan su satisfacción con procedimientos democráticos y por eso, como
somos «hijos del rigor», los atendemos cuando podemos, si
tenemos tiempo.
Poseemos elementos como para concluir que gastamos energía
preocupándonos al solo efecto de sostener la creencia en que controlamos
nuestra vida y nuestra muerte.
(Este es el
Artículo Nº 1.709)
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