domingo, 8 de mayo de 2011

La naturaleza no nos consulta

Aunque reflexionamos intensamente sobre el realismo o sobre el idealismo, las conclusiones —sean cuales fueren—, no importan mucho porque no tienen consecuencias. Nada significativo se altera por nuestras conclusiones.

Los humanos tenemos el intelecto porque aún no terminamos de desarrollarnos como lo hicieron otras especies que tienen casi todas las funciones vitales automatizadas por medio del instinto.

El pensamiento (razonar, imaginar, dudar) es una prótesis que nos instaló la naturaleza mientras no logramos perfeccionarnos como especie.

No me extrañaría que todos los demás animales hayan tenido que poseer una psiquis provisoriamente mientras la evolución natural les preparaba un instinto completo a lo largo de varios milenios.

Como estamos en una etapa de transición en la que aún nos faltan varios miles de años para ser tan perfectos como un perro o una araña, tenemos provisoriamente esto (la psiquis, el intelecto, la reflexión).

Alguno de sus defectos es que puede negar, imaginar, delirar, idealizar.

Un animal perfecto reacciona automáticamente ante una tormenta, un ruido, un olor, el hambre, el miedo, la muerte.

Un animal imperfecto (el ser humano) se permite dudar de lo que no le gusta, está en condiciones de suponer que los datos de la realidad quizá sean ilusorios, antepone sus propias aspiraciones negando los estímulos que recibe del entorno, impone su creencia (siempre alineada con el placer).

Ni el realismo ni el idealismo tienen grandes consecuencias ni para el universo, ni para la especie y la mayoría de las veces tampoco afectan al propio individuo.

No importa mucho qué pensemos (segreguemos) los humanos con esta prótesis intelectual pues nuestra capacidad de transformar la realidad en los hechos es insignificante.

En suma: que acostumbremos tomar como datos válidos lo que imaginamos o como datos válidos lo que observamos objetivamente, no cambia el universo. Son cuestiones domésticas de nuestra especie.

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