viernes, 1 de octubre de 2010

Einstein sólo tenía buena memoria

Apegarse a la lógica, al razonamiento, a los prejuicios, los refranes, la sabiduría popular, la tradición, equivale intelectualmente, a no abandonar los aparatos (bastón, muleta, andador) que usan niños y minusválidos cuando no están en condiciones de caminar sin caerse.

Liberado del sentido común, puedo afirmar que nacemos sabiendo.

La sabiduría que poseemos no es la concreta, específica y coyuntural de nuestra vida actual (la mesa es color verde, acaba de nacer quien descubrirá la causa y sanación del cáncer).

La sabiduría que poseemos es la universal (matemática, física, química).

Si usted se permite abandonar el sentido común, puede pensar que las teorías formuladas por Albert Einstein, las conocía cualquiera sólo que él las recordó.

Estoy aludiendo a la propuesta hecha por Platón 400 años antes de Cristo y que luego alguien llamó teoría de la reminiscencia.

Hay quienes afirman que el inconsciente contiene esos conocimientos universales (matemática, etc.), y que se muestran como talento, intuición, descubrimientos.

Existen muchos motivos para que una mayoría de personas suponga que realmente es libre de hacer lo que quiere.

Sí creo que podemos auto observarnos, interpretar nuestra conducta y elaborar algunas conclusiones, evaluar algunos resultados y aprender a partir de ahí.

Pero nuestra evolución se ve enlentecida cuando suponemos que los desaciertos económicos que nos mantienen en la pobreza, son negativos y desafortunados para nuestra existencia.

Más nos valdría averiguar, por qué perder dinero, ser incapaces de mejorar nuestros ingresos o vivir rodeados de carencias, está en sintonía con nuestras características generales, son fenómenos que nos equilibran y que estaríamos peor si no ocurrieran.

En suma: el interrogante que nos estimule recordar la sabiduría olvidada es: «¿Por qué me beneficio dolorosamente en vez de beneficiarme placenteramente?»

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La sinceridad de inmerecido prestigio

Casi todos afirman que la frase «El camino al infierno está empedrado con buenas intenciones», es de autor anónimo.

Sin embargo, hay quienes afirman que eso lo dijo el persuasivo cura francés Bernardo de Claraval (1090 - 1153).

Apenas 21 años después de su muerte, fue canonizado como San Bernardo.

En varias ocasiones he comentados con ustedes el interesante tema de la sinceridad y la mentira (1).

La humanidad le atribuye a Sigmund Freud (1856-1939), haber concretado en una teoría, algo que varios filósofos anteriores ya habían sugerido, esto es, que los seres humanos tenemos una parte de nuestra mente que actúa aunque no la conocemos.

El papá de esta teoría (Freud), le llamó inconsciente y al conjunto de ideas complementarias, le llamó psicoanálisis.

Cuando San Bernardo habló de intenciones, estaba refiriéndose a lo que luego Freud llamó inconsciente.

Si María le dice a su mejor amiga: «¡qué gorda que estás!», está ayudándola a que ese día se convierta en el peor de la semana, mes, año o siglo.

No es lo mismo que ese mensaje lo comunique un espejo a que lo comunique María.

Si tuviéramos que juzgar este misil comunicativo, podríamos recorrer dos caminos:

1) Si comenzamos por las consecuencias (el derrumbe anímico de la que tiene sobrepeso), entonces tendríamos que buscar atenuantes hasta llegar al inconsciente de María.

Probablemente acá nos encontraríamos con que, debajo de la conciencia, escondidos y fuera del alcance de ella, existe un poco de envidia mezclada con amor, celos mezclados con el deseo de conservar el vínculo, sed de venganza combinados con deseos maternales.

2) Si comenzamos por lo que dio origen a la comunicación, veríamos que María no sabe lo que dice (como nos pasa a todos), y que el problema está en suponer que tiene libre albedrío.


(1) No es lo que estás pensando
La sinceridad molesta
El amor no es científico

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El desparejo reparto de la libertad

Alguien puede ser felicitado porque es un buen presidiario.

Estoy seguro de que existen personas de ambos sexos que poseen esta cualidad.

Claro que, por estar castigados con privación de libertad, el mérito se torna irrelevante.

Si flexibilizamos el significado estricto de estos enunciados, podemos pensar que un buen ciudadano, es alguien que NO goza de toda la libertad que desearía.

Para ser buen ciudadano necesita incluir en su conducta la incapacidad de transgredir las normas.

Admitida esta forma de expresarme, es posible afirmar que la diferencia entre un recluso y un buen ciudadano, está en que uno está encerrado por rejas de hierro y el otro por rejas morales.

Necesitamos estar seguros de que el libre albedrío existe, para poder sentir una diferencia radical entre rejas metálicas y rejas virtuales.

Quienes no creemos en el libre albedrío, pensamos que unos y otros somos presidiarios, razón más que suficiente para que una mayoría rechace el determinismo, aunque su existencia sea más creíble.

Ahora quiero hacer un comentario referido específicamente a las presidiarias.

Ellas y ellos, coincidimos en que la conducta de las mujeres debe incluir dos características básicas:

— deben ser buenas madres;
— deben restringir sus deseos sexuales, absteniéndose de ser prostitutas y lesbianas.

Con estas dos exigencias, ellas quedan encerradas en una cárcel de alta seguridad.

Repito: estas son exigencias impuestas a las mujeres por los hombres y por las mismas mujeres.

Como el dinero es un derecho a ser libre porque permite la satisfacción de necesidades y deseos, podemos deducir que

— la riqueza es masculina; y que
— la pobreza es femenina.

Sustituyendo las palabras, ellos tienen patrimonio (libertades y derechos) y ellas tienen matrimonio (restricciones y obligaciones).

Para tranquilidad de los conservadores, millones de personas defienden este estado de cosas.

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El carácter es una característica que me caracteriza

Le llamamos carácter a la manera de reaccionar que tenemos ante cada circunstancia que nos toca vivir.

Cuando vamos a salir y nos enteramos que está lloviendo, nuestro carácter hará que demos un puntapié contra la puerta de calle, o que volvamos para ponernos una vestimenta más adecuada, o que cambiemos de planes por otro que no implique tener que salir.

Cuando nos avisan que en un mes tendremos una prueba de evaluación estudiantil, nuestro carácter hará que nos pongamos a estudiar por todo lo que no hemos estudiado antes, o llamemos por teléfono a todos nuestros amigos para quejarnos de nuestro infortunio, o seguiremos actuando como siempre porque una evaluación no altera nuestro ritmo como estudiantes.

Cuando nuestro cónyuge da muestras de indiferencia, frialdad, desamor, nuestro carácter hará que propiciemos el diálogo buscando las causas del cambio para evitar la pérdida del vínculo, o consultaremos con alguien experto en Tarot para que nos informe qué ocurrirá en el futuro, o, suponiendo que nos dejará, nos adelantaremos y tomaremos la iniciativa, porque «es mejor dejar que ser dejados».

Tenemos un cuerpo con cierta forma de reaccionar ante las experiencias de vida y estas experiencias de vida modifican esa forma de reaccionar original generando lo que llamamos aprendizaje.

El carácter es parte de nuestra identidad, quienes nos rodean saben bastante sobre él y lo tienen en cuenta.

Saben si tenemos baja o alta tolerancia a la frustración, si somos previsibles o imprevisibles, conocen qué tienen que hacer para que (casi automáticamente) hagamos lo que ellos prefieren.

Dentro de ciertos márgenes, el carácter está cambiando permanentemente, adaptándose a las circunstancias para que el fenómeno vida siga ocurriendo.

Aunque parece estar bajo nuestro control, es tan autónomo como otras funciones adaptativas (temperatura corporal, presión sanguínea, sistema inmunógeno, etc.).

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Muchos amores únicos

«Amar» o «querer», son verbos ineficientes porque dan lugar a comunicaciones confusas y —por consecuencia—, a frustraciones, enojos y a la pérdida de algunos vínculos.

Amo a muchas personas, pero es notorio que a todos los quiero de forma diferente. Le ocurre lo mismo a los padres con sus hijos.

Son pocas las personas que se animan a confesar algo tan verdadero.

Por ejemplo, nunca oímos que alguien diga «Quiero más a mi hijo menor».

Nuestro amor por el otro está inspirado por este, pero no mediante un acto voluntario que provoque y dirija nuestro sentimiento hacia él.

Tenemos acá una causa importante de la ineficiencia comunicadora del verbo: una mayoría cree que ama a alguien voluntariamente y que es amado porque hace lo necesario para que lo amen.

El afecto entre dos personas, surge porque existe una atracción, muy fácil de observar pero sin causa conocida.

Por otro lado, alguien puede decir «amo a Patricia», «amo a Ernesto», «amo a Dinamarca», «amo al idioma francés» y «amo a las motos BMW».

Está claro que esta persona tiene sentimientos muy diferentes, a pesar de que siempre usa el mismo verbo. El verbo «amo», en cada expresión, tiene significados muy distintos.

Para que el verbo querer (o amar) pierda esta particularidad de generar confusión, tendríamos que construir una nueva herramienta lingüística, que podríamos llamar «el verbo específico».

Ejemplos de «verbos específicos», serían: «quiero-a-Patricia», «quiero-a-Ernesto», «quiero-a-Dinamarca».

Ninguno de ellos es sinónimo del otro. Son todos verbos únicos, de uso exclusivo y —sobre todo— de uso excluyente, porque no podemos decir «quiero-a-Mariana» utilizando el verbo «quiero-a-Jovita».

En suma: como el amor es un sentimiento inspirado por un único objeto amado y como en la vida tenemos muchos amores únicos, necesitamos que la realidad afectiva pueda comunicarse de forma específica.

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