Aunque sea desagradable es conveniente (ventajoso) buscar como objetivo una mayor humildad respecto a la naturaleza.
Continuando con un artículo pasado (1) en el que señalaba el error que involuntariamente cometemos cuando le asignamos a la naturaleza conductas humanas, en esta ocasión puede ser interesante comentar que nosotros mismos somos parte de esa naturaleza (como lo es un árbol, un pez o las nubes) y que, por lo tanto, ocurren en nosotros fenómenos naturales que tampoco son la consecuencia de alguna conducta humana.
Efectivamente, la gestación, embarazo y parto, están rodeados de intensas tareas de la futura madre y de otras personas de la sociedad que la rodean, pero tampoco son fenómenos que ocurran según criterios humanos.
Esto es más difícil de aceptar porque estamos convencidos de que los padres «hicieron el amor» porque quisieron, o que podrían haber abortado o no, la embarazada podría haber cuidado su salud o no, el nacimiento podría ser por parto natural o por cesárea y demás «decisiones».
Si es difícil pronosticar cuáles son los números sorteados de 5 ó 6 bolillas, pronosticar cuál será la combinación genética de esta gestación es humanamente imposible.
Cuando «la suerte está echada» en ese mega-sorteo (la combinación genética), se inician una serie de eventos que toman a la madre como agente pasivo, de forma similar a como la tierra tiene una participación involuntaria en la germinación de una semilla que se convertirá en un árbol.
Todo parece indicar que:
— Es disparatado suponer que la naturaleza «piensa»;
— Continúa y se agrava el error si decimos que «piensa como un ser humano»;
— «Delirar» en latín significa «apartarse del camino» y en este sentido es delirante (descaminado) creernos protagonistas (culpables o meritorios) de lo que nos ocurre;
— Por todo esto, ganaríamos calidad de vida siendo más humildes y menos delirantes.
(1) «La naturaleza piensa como yo»
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