martes, 12 de julio de 2011

Un rayo provoca un incendio forestal

Somos «naturaleza» y nuestras acciones u omisiones inevitablemente se rigen por leyes naturales.

Alguien que procure entender la lógica del determinismo, que considera al libre albedrío como una ilusión de la humanidad que algún día será abandonada como lo fue la creencia en que nuestro planeta está en el centro del universo, se preguntará «Entonces, haga lo que haga, ¿nada vale la pena?».

Esta pregunta es desde la postura de quien cree que es libre de hacer lo que le place, que es responsable de sus actos y omisiones, que es culpable o admirable según la valoración social de lo que figure como titular.

Pensemos en algo grande, notorio, trascendente, para que sea más visible.

En un país existe una distribución de la riqueza que genera carencias entre los más pobres, pero que estos igual siguen viviendo, enamorándose, reproduciéndose. Nacieron con esa escasez, saben que tarde o temprano comen, se abrigan, se guarecen de las inclemencias climatéricas.

En ese mismo país, atrincherados detrás de muros inexpugnables, viven unas pocas familias que a veces salen de sus fincas en lujosos automóviles blindados. En su barrio privado tienen lo suficiente para no tener que salir sino excepcionalmente.

Así pasan los años hasta que aparece un joven carismático, inquieto, con capacidad de comunicación y la idea de que ahí algo no está bien.

Estalla una revolución reivindicativa, el barrio privado es tomado por asalto y tiempo después todo vuelve a la normalidad pero con un reparto de la riqueza más equitativo.

Con el libre albedrío decimos que «ganó la revolución», con el determinismo decimos «elementos predisponentes [la injusticia social] encontraron un elemento desencadenante [el líder revolucionario] y se produjo un fenómeno natural. Luego sobrevino la calma en un nuevo escenario».

Análogamente, un rayo provoca un incendio forestal … que ya se apagará.

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