martes, 12 de julio de 2011

Los animales no se autodestruyen

El afán de someternos demoniza a nuestro deseo como si éste fuera un peligroso enemigo.

Nuestro razonamiento, individual y colectivo, a veces se hace planteos que estimulan un debate, alguna reflexión, eventualmente un estudio serio.

Por ejemplo:

— «La educación», ¿es un derecho o una obligación?;

— «Votar en las elecciones nacionales», ¿es un derecho o una obligación?;

— «Vengarse», ¿es un derecho o una obligación?

Apuesto a que el último ítem no lo ha oído tantas veces como los dos anteriores.

Supongo que es escasamente comentado porque por otro lado siempre procuramos con responsabilidad —pero también con mucho temor— evitar toda incitación a la violencia.

Los humanos de cualquier edad gozamos tremendamente con la agresividad, con la cancelación definitiva de todo lo que cataloguemos como «malo», nos apasiona el exterminio radical y definitivo de lo que nuestra mente señale como enemigo, riesgoso, perjudicial.

Es tan grande el placer por estas soluciones radicales, que una cantidad muy importante de personas lucha denodadamente por la paz, la comprensión, la tolerancia.

¡No perdí la razón! ¡No estoy loco!

El instinto de conservación es furioso como un terremoto, extremista, totalmente necio pero lo que nos lleva a buscar la paz es el temor al demoníaco deseo.

Fuimos adiestrados, disciplinados, educados para moderar nuestros deseos: nos adoctrinan contra el deseo de robar, de golpear, matar, incendiar, romper y cuando ingresamos en la edad reproductiva (adolescencia y adultez), la sociedad busca la manera de que no practiquemos sexo por temor a una gestación indeseada.

Hasta ahora, los pensadores con más poder de convicción se han esforzado en reprimir nuestro placer, nuestro deseo de gozar porque ellos creen que nuestra especie es capaz de autodestruirse haciendo un mal uso del libre albedrío que posee ... lo cual no es cierto.

Sabemos cuidarnos porque felizmente somos animales.

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