Nuestros avances tecnológicos nos han permitido postergar la muerte.
Quien más quien menos, procura devolver lo que le prestaron lo más tarde posible, intenta que las leyes lo exoneren de ciertas obligaciones, procura disminuir su contribución a los gastos generales del país donde vive (pagar menos impuestos).
En estas prácticas, a veces logramos éxitos completos (no devolver un préstamo, no ser condenados, no pagar algunos impuestos), pero con la muerte, sólo conseguimos aplazamientos: nunca cancelaciones.
Nuestra especie está dotada de muy buena capacidad adaptativa. Nos ingeniamos para contrarrestar más ataques a la existencia que las demás especies.
En dos artículos ya publicados (1), les decía que el suicidio no es otra cosa que una forma de llamarle a lo que ocurre con ciertas enfermedades terminales que utilizan al propio enfermo para provocar el fallecimiento.
Las instituciones de reclusión (penitenciarías y hospitales) toman precauciones para evitar que se produzca ese desenlace, quitándole a los internados todos los medios que pudieran ser usados para matarse.
Los creyentes en el libre albedrío suponen que quien se mata, lo hace porque quiere, pero en realidad es más lógico suponer que el suicida no puede evitarlo, como tampoco puede evitarlo cualquier otro enfermo que fallezca a consecuencia de una enfermedad mortífera.
Lo mismo podemos pensar respecto al aborto.
Estos pueden ocurrir de tal forma que la mujer lamente la pérdida o pueden ocurrir de tal forma que la mujer se sienta beneficiada por la interrupción del embarazo.
No creo que la naturaleza esté muy interesada por la satisfacción o disgusto de los humanos.
Todos los abortos son naturales, aunque algunos parezcan tan intencionales como el suicidio.
(1) El enfermo acusado
Al rescate del soldado Marilyn Monroe
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